Capítulo 40
–Buenas tardes señores pasajeros, les habla su capitán. Les informo que a causa de una tormenta sobre la ciudad de Madrid desviaremos el rumbo hacia el aeropuerto San Javier de la ciudad de Murcia. En nombre de la aerolínea les pedimos disculpas por las molestias ocasionadas.
La expresión del rostro denota desazón y desconcierto. Se siente desestabilizado, como si el piso fuese de gelatina. Y nunca mejor aplicada la paradoja, ya que el avión comienza a moverse abruptamente por turbulencias causadas por la franja sur de la tormenta.
Sus pulsaciones se aceleran a un ritmo preocupante. Cierra los ojos al momento en que se aferra con fuerza en los apoyabrazos del asiento. Por un instante deja su mente en blanco pero los movimientos del avión cada vez más fuertes lo vuelven a la realidad. Intenta nuevamente bloquear el contexto en donde se encuentra, divagando en sus pensamientos. Entonces se le hace viva la imagen de su hijo Alex y no puede evitar que unas lágrimas caigan por su mejilla.
Las turbulencias cesan y el avión deja de moverse descontroladamente. Se percibe un silencio en el ambiente que es cortado por los aplausos de los pasajeros, ya aliviados y distendidos.
Sin embargo hay un pasajero entre todos los presentes que no está feliz. Al contrario, con el transcurrir de los minutos está cada vez más triste.
“¿Cómo puede ser que esté pasando esto?” –piensa desconcertado.
Abre los ojos al sentir que una mano se posa en su hombro izquierdo. Focaliza la mirada sobre el cuerpo que tiene parado delante de él y reconoce que es su amigo.
–¿Dónde estabas?, no te vi cuando te fuiste –consulta intrigado al ver el asiento vacío al lado suyo.
–Estaba en el baño cuando comenzó la turbulencia. Y te recomiendo que no vayas por un tiempo –una carcajada socarrona se le escapa de sus labios.
No acusa la broma de mal gusto de su amigo. Ni siquiera se mueve para que pueda pasar y sentarse en su asiento.
–¿Qué pasa Leo?, parecés triste.
–¿Y a vos qué te parece? –contesta al principio en voz alta, para luego ir bajándola paulatinamente–. Secuestraron a mi hijo porque me persiguen y ahora encima el vuelo se desvía a otra ciudad.
–Tranquilo –reclama Santiago– vas a ver que todo va a salir bien.
–Todo va a salir de una determinada manera, pero aún no sé si bien para nosotros. Lo que no llego a entender es...
No termina la frase. No obstante se queda observando el respaldo del asiento que tiene delante de él pero en realidad es como si tuviese la mirada perdida.
–¿Entender qué? –inquiere su amigo.
No contesta. En cambio su mente comienza a dar vueltas casi fuera de control.
“¿Por qué nos has hecho desviar hacia Murcia en vez de ir directo a Madrid?, ¿qué puede haber ahí que esté relacionado con todo esto?” –pregunta para sus adentros.
Lo vuelve a tomar por el hombro pero esta vez lo sacude con fuerza. No responde y está preocupado. Parece como si estuviese ausente, como si fuese un cuerpo inerte sin conciencia. Sin saber qué hacer improvisa un poco; toma la botellita de licor de anís que le sirvió la azafata y lo sirve puro en el vaso de plástico. Entonces se lo arrima a la nariz de su amigo y lo deja en esa posición a la espera de que surta efecto; y logra su objetivo... Leo reacciona frunciendo el rostro por el fuerte olor que percibe.
–¿Qué sucede? –alcanza a preguntar intrigado mientras se refriega la nariz para eliminar el olor del licor.
–Te quedaste inmóvil en medio de una frase, ¿qué te pasó?
–Nada, pienso en todo esto y me bloqueo.
–Antes de colgarte dijiste que no entendías algo, ¿Qué cosa no entendés de todo esto que les está sucediendo? –consulta expectante.
–El propósito de ir a Murcia.
–¿Eso no entendés?, es por la tormenta que hay en Madrid, ¿no escuchaste al capitán acaso?
–Sí, lo escuché, ¿pero por qué ir ahí? Si vamos ahí es por algo, por un propósito, ¿pero cuál?
–No comiences con tus delirios del destino de nuevo.
Su amigo no dice nada. No está bloqueado como antes sino que está consciente, pero prefiere no entrar de nuevo en la misma discusión sobre el destino con su amigo.
–Señores pasajeros, les habla su capitán. En quince minutos estaremos descendiendo en el aeropuerto de la ciudad de Murcia. En nombre de la tripulación y de la aerolínea les agradecemos por habernos elegido y esperamos que hayan disfrutado el vuelo.
Más de un pasajero rezonga al escuchar el comentario del capitán.
–¿“Disfrutar del vuelo”? –grita una señora–. Es una broma, ¿no?, No solo no vamos a Madrid sino que encima sufrimos por cómo se movía el avión.
Unas azafatas intentan contener a la señora y así evitar una histeria colectiva en el resto de los pasajeros, pero no lo logran. Varios de ellos se levantan de sus asientos y enfrentan a la tripulación demostrando el descontento que tienen.
Leo está un poco sorprendido por los acontecimientos. Tan es así que decide ignorar por completo a su amigo para prestar atención a lo que sucede con el resto de los pasajeros. Observa, al girar la cabeza hacia su derecha, que todos los que viajan en el sector medio del avión están parados reclamando, salvo dos individuos que se encuentran sentados cerca del baño trasero de la aeronave.
Y uno de ellos no le quita la vista de encima.