Capítulo 32

 

 

El piloto del avión comunica a los pasajeros que faltan aproximadamente quince minutos para arribar al aeropuerto de Madrid y que no deben descender ya que la escala será solamente de una hora, por lo tanto deben permanecer en sus asientos.

Escuchando esto, Aldana increpa a un oficial de a bordo y le explica que debe bajar en dicha ciudad ya que no continúa el viaje hacia Argentina.

–Lo siento señorita, pero es imposible.

–Se lo suplico. No es necesario descargar mi equipaje...con esto es suficiente –muestra una mochila que tiene consigo.

–El capitán dijo que no desciende nadie y así va a ser –el oficial vuelve a las tareas que estaba haciendo cuando fue interrumpido por la pasajera.

Regresa a su asiento molesta ante la negatividad de su pedido. El señor que está al lado la observa de arriba a abajo como si la estuviese desvistiendo con la mirada pero ella lo ignora; su mente está abocada en planear la forma de escaparse de ese avión.

Una idea un poco drástica y peligrosa ronda por su cabeza. Sabe que esparciendo la idea de que hay una bomba, el avión va a quedar retenido como medida preventiva mientras lo revisan, pero ella puede ser detenida e investigada por la policía perdiendo tiempo valioso. Evalúa otras posibilidades pero ninguna le parece efectiva.

El avión ya descendió y carretea hasta un hangar cercano para quedar a la espera de la orden de la torre de control para su partida.

Le queda poco tiempo. Decidida a usar el truco de la bomba se levanta del asiento y se encamina hacia el área donde se encuentran las azafatas cuando se escucha un fuerte golpe afuera del avión. Todos los pasajeros, incluyendo el personal de la aerolínea, se amontonan contra las ventanillas del lado derecho del avión. Gran parte de ellos se tranquilizan al comprobar que el ruido no proviene de su avión sino de otro que está a unos metros de donde ellos se encuentran detenidos.

Por la distancia no llegan a ver bien qué sucede y ante la inseguridad increpan al personal del avión para que los dejen salir. El comandante, que a esa altura ya había salido de la cabina, confirma a los oficiales de a bordo que permitan el descenso de los pasajeros. De esta manera espera evitar una histeria generalizada.

Ya abajo los pasajeros toman un colectivo que los transporta hacia la zona de pre embarque del aeropuerto. El trayecto que describe el vehículo los acerca al lugar de donde vino el ruido e instintivamente giran para ver qué fue lo que sucedió.

Un niño le pregunta a su madre si alguien puso una bomba, a lo cual ella le responde que no, pero desde donde está no puede ver bien qué sucedió realmente. El comentario causa malestar en las personas que los rodean salvo en Aldana que se siente aliviada de no haberlo dicho antes.

Ya dentro del aeropuerto los pasajeros se acomodan en las sillas del salón a la espera de saber qué sucedió y también qué va a ocurrir con el resto de su vuelo.

Transcurre un lapso de tiempo cuando un oficial del lugar se acerca a ellos.

–¿Qué fue lo que pasó?, ¿un atentado? –grita una anciana desde su asiento.

–Tranquilícense por favor –ruega el oficial parado en una de las sillas y agitando las palmas de las manos hacia abajo–. No fue un atentado lo que vieron.

–¿Y qué pasó entonces?, porque no se ve humo ni fuego pero algo escuchamos –vocifera alguien desde el fondo.

–Lo que sucedió fue que una bandada de buitres cruzó la pista de aterrizaje a baja altura en el momento en que un avión estaba aterrizando. Al maniobrar el piloto se salió de la pista y golpeó contra el suelo, produciendo el ruido que ustedes escucharon.

–¿Hay muchos muertos?

A esta altura parece más una rueda de prensa que un grupo de pasajeros.

–Nadie salió herido así que no se preocupen. Por precaución los hicimos descender del avión ya que va a llevar unas horas despejar la pista para que su vuelo continúe.

Se suscita un abucheo generalizado entre los presentes, similar a los que se dan cuando la tribuna ve salir al equipo rival a la cancha.

El oficial intenta tranquilizarlos pero sabe que es inútil. De ser un grupo de personas preocupadas por el estado de otras, se convierten en menos de un minuto en absolutos egoístas que no hacen otra cosa que quejarse porque el accidente les retrasa el viaje a la Argentina.

La licenciada agradece por la extraña suerte que tuvo, ya que gracias al accidente pudo bajar del avión sin sufrir contratiempos.

Toma su mochila y sale del salón diligentemente hacia la zona de llegada de los vuelos internacionales. Está cruzando la puerta cuando escucha al mismo niño del colectivo comentar algo sobre el avión que se accidentó y le llama la atención. Detiene sus pasos, vuelve sobre el niño y le pregunta qué fue lo que dijo. La madre que esta parada a la derecha de él la mira de manera curiosa. El niño repite sin problemas lo que le dijo a su madre.

–Dije que esos sudacas deberían haberse estrellado en otro lugar –enfatiza el calificativo de manera despectiva–. ¿No ve que el avión es argentino?

No se percató de ese detalle cuando observó de soslayo el avión accidentado. La bandera en la cola del avión indica que es de una aerolínea Argentina, con lo cual el joven tiene razón.

–Estás en lo cierto –alcanza a decirle Aldana al niño– pero podrías ser un poco mas respetuoso al referirte a la gente, ¿o acaso tu avión no va al país de esos supuestos sudacas?

El niño arruga la cara en señal de enojo y tuerce el cuello hacia su madre mostrándole las pocas ganas que tiene de hacer ese viaje.

Satisfecha de haber adoctrinado a un niño maleducado retoma sus asuntos. Le da una ojeada a su reloj y con su mano derecha comienza a contar como lo hacía en la escuela primaria, comenzando desde el dedo meñique y luego hacia el resto de los demás dedos.

Por el cálculo de las horas, la procedencia del avión accidentado y la ciudad de Madrid a donde se encuentra, sospecha que este puede ser el avión donde está el albino con Alex.

Se mueve lateralmente por los ventanales de vidrio que separan el salón de las pistas del aeropuerto con la intención de conseguir una mejor visión del avión accidentado. A la distancia contempla cómo los pasajeros descienden por el tobogán inflable de auxilio, uno por uno y sin desesperación. En una de las puertas de la cola del avión hay estacionado lo que parece ser un camión con una plataforma elevada. De la puerta sale un grupo de personas empujando una silla de ruedas con un joven sentado, aparentemente desmayado. Junto con él, un hombre de gran porte sobresale del resto de las personas pero no por su tamaño, sino por el color blanco de su cabellera.

Dios no juega a los dados
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