El ruso recibe un llamado en su teléfono celular.
–Sí señor –responde al ver el número del que lo llama.
–Quedate vos con otro más custodiando el área y que el resto ingrese.
Maldice para sus adentros. A esta altura está cansado de toda esta operación por demás extraña y necesita descansar. Además su nariz aún le gotea y pensaba que quizás podía cambiar la venda adentro cuando su jefe lo llame, pero evidentemente tiene otros planes para él.
Malhumorado le indica al resto de sus hombres que entren, pero en el momento en que están ingresando le dice al primero de la fila que se quede con él.
–Así lo quiso el albino, ¿o pensás contradecirlo? –dice en tono amenazante.
El otro no contesta nada. Ofuscado gira sobre sí mismo encaminándose hacia una lomada que se encuentra a cien metros del acceso principal del edificio.
Una luz verde lo hace despertar del trance en el que se encuentra. La luz le causa malestar, y paulatinamente comienza a percibir que un dolor se asoma en el lado derecho de su cabeza. Lleva su mano al bolsillo y toma la bolsa de papel que tiene siempre consigo. Respira pausadamente pero aspirando largas bocanadas de aire cada vez.
Abre los ojos luego de unos momentos una vez que el dolor no es tan fuerte como al inicio.
–¿Qué sucede? –vocifera fastidioso.
–Arriba Leo –dice Santiago quitando la luz de sus ojos–. Es hora de que hagas un llamado telefónico.