Capítulo 45

 

 

–Estoy arriba de un tren, partiendo de Madrid.

–¿En un tren?, así es como van a ir a Valencia entonces, ¿estás con ellos? –pregunta Leo.

–Sí, están en un vagón delante mío.

–¿Está Alex ahí?, ¿él está bien? –el timbre de voz denota desesperación.

–Sí, está bien –prefiere no explicarle que está inconsciente en una silla de ruedas; sabe que algunas noticias son inapropiadas decirlas por teléfono y esta es una de ellas–. ¿Vos dónde estás?

–En Murcia. Al parecer hubo una tormenta en Madrid y nos desviaron hacia acá.

–Sí, cancelaron todos los vuelos en el aeropuerto justo cuando ellos aterrizaron.

–¿Y qué hago ahora?, no voy a llegar a él a tiempo –cuestiona Leo en voz alta.

–No creo que sea tan así.

–No entiendo.

La licenciada vuelve a desplegar el mapa sobre su asiento. Mira la hora en su reloj y coteja los horarios que están impresos en el boleto.

–¿Tenés forma de conseguir un vehículo?

–Eh... sí, pienso que sí.

–Perfecto.

–¿Perfecto qué?, sigo sin entender.

–El recorrido del viaje incluye la ciudad de Albacete y se detiene ahí para que suban pasajeros. Si salís ahora de Murcia vas a estar antes que nosotros lleguemos y vas a poder subir al tren.

–¿Pero llegaré a tiempo?, no sé cuánto demora un viaje en auto hasta ahí.

–Sí, llegas bien. Averigüé antes de embarcarme y me comentaron que el trayecto que tenés que recorrer es de una hora cuarenta y yo tengo dos horas veinte hasta llegar a Albacete.

–Excelente. Dame los datos del tren así cuando llego saco los pasajes.

–¿”Pasajes”?, ¿por qué en plural?, ¿no estás solo acaso? –pregunta intrigada ya que pensaba que Leo viajaba solo.

–Vine con un amigo. Me ayudó a venir acá pero... –no termina la frase.

Desde que comenzó a hablar con Aldana no le quitó la vista de encima a Santiago. Los dos extraños siguen hablando con su amigo pero sin mantener contacto visual. En cambio es como si hablaran al aire con la otra persona al lado escuchando y él replicando algún comentario cada tanto.

La situación se vuelve cada vez mas extraña. Una vez que los dos hombres le dieran el paquete a su amigo se retiran del lugar con paso determinante.

–Me tengo que ir ahora. Te llamo cuando llegue a Albacete.

–Está bien, ¿qué hago yo mientras tanto? –consulta intrigada Aldana.

Mantenete inadvertida por ellos pero tampoco los pierdas de vista. Hasta luego.

No llega a escuchar el saludo de Aldana que corta el llamado. Guarda nuevamente el celular en el bolsillo de la campera y espera unos minutos para asegurarse que los conocidos de su amigo se hayan ido realmente.

La falta de paciencia provoca que en su mente comiencen a surgir ideas y pensamientos negativos por todo lo que está atravesando. Si algo malo o perjudicial le llegase a pasar a su hijo, no dudaría ni un segundo en hacer justicia por mano propia sin importar los que estén involucrados o las consecuencias que él pueda llegar a tener.

En el momento en que se acerca a Santiago, las valijas aparecen en la cinta de transporte.

–Al fin volviste, pensé que te habías ido y que me dejabas con todo este equipaje –comenta risueño mientras lo mira de reojo.

–No, acá estoy –contesta secamente.

La confianza ciega que le tenía a su amigo ahora ya no existe. Le mintió, y eso no le agrada en lo absoluto. Quizás si hubiese sido otra la circunstancia lo hablaba con él y llegaban a un entendimiento pero no ahora con las cosas que están sucediendo: el secuestro de su hijo, el albino, la Cofradía Salomónica que lo esta persiguiendo, el destino.

–Bueno, ¿y ahora qué? –inquiere Tima sosteniendo las valijas.

–Ahora necesitamos conseguir un auto.

–¿Un auto?, ¿para ir adónde? –pregunta sorprendido.

–Tenemos que ir a Albacete, a ciento cincuenta kilómetros de acá.

–¿Albacete?, ¿no íbamos a Madrid?

–No, no vamos a Madrid –lo observa detenidamente para ver si puede descubrir algún gesto que esté fuera de lugar.

En cambio su rostro muestra impasibilidad. Nada en él denota algún cambio de ánimo o de sensaciones. A pesar de esto decide evaluar su actitud de acá en adelante.

–Allá hay un local de alquileres de autos. Vamos a ver qué conseguimos y salimos –dice Leo.

–Está bien. Vos iniciá los trámites que yo tengo que ir a un lugar y te veo ahí.

–¿Qué tenés que hacer? –pregunta intrigado Leo.

Por primera vez nota en su semblante algo que le llama la atención. Es como si la mente de Santiago estuviera buscando alternativas para responder a una pregunta que no estaba preparado escuchar.

Confirmado, algo me estás ocultando. Ahora tengo que averiguar qué es” –piensa mientras queda a la espera de la mentira que, seguro, le va a decir su amigo.

–Eh...me quedé sin dinero –titubea–. Tengo que ir al cajero automático a retirar un poco de efectivo para el viaje.

Se separan en direcciones opuestas por lo que Leo decide no seguirlo. Necesita llegar a tiempo para tomar ese tren y no puede demorarse.

Termina los trámites del auto y con las llaves en mano se encamina a buscar a Santiago. Da un par de vueltas por el área de los bancos cuando finalmente lo encuentra. Está de espaldas y al parecer hablando por el celular con alguien. Se acerca con cautela para intentar escuchar lo que dice pero, estando a escasos metros de él, se da vuelta quedando frente a frente mirándose mutuamente. El silencio que hay entre ellos evidencia que algo sucede y lo más paradójico es que ambos lo saben pero ninguno dice nada.

–Tengo el auto, vámonos.

Dios no juega a los dados
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