Capítulo 23

 

 

Vuelve en sí. El dolor de cabeza es casi insoportable. Cuando por fin logra abrir los ojos se da cuenta de que está en su departamento atado en una de sus sillas en el medio del living.

Da un paneo con la cabeza todo lo que la rigidez de su cuerpo le permite y alcanza distinguir a Tamara tendida en su cama aún con el cuchillo clavado en su estómago.

En un intento de liberarse de la cuerda se saca de lugar el pulgar de la mano derecha. El grito que da es más ahogado que nunca ya que una mordaza le cubre la boca y no lo deja casi ni respirar.

Desesperado mira en todas las direcciones buscando algo que lo ayude a liberarse de la prisión en que se encuentra pero no ve nada útil.

–Tranquilo Leo, no quiero que te lastimes sin que antes te vea mi superior.

Una voz a lo lejos lo descoloca. Pensaba que estaba solo en el departamento pero evidentemente no es así. La persona que le habla está en la cocina y aún no se da a conocer. La incertidumbre lo invade. No sabe por qué hay dos cadáveres en su departamento, siendo uno de ellos el de Tamara y menos aún porqué él está atado en una silla, amordazado y con un extraño cerca que seguramente causó ambas muertes.

El pulgar dislocado le está infligiendo un dolor casi insoportable. Solamente es secundado por la migraña que empieza a atacarlo sobre el lado derecho del cerebro causándole mucho dolor casi al punto de hacerlo desmayar.

David se hace presente en el living y su víctima puede verlo por primera vez. No se parece en nada a un asesino, o por lo menos no como él se lo hubiese imaginado.

Acomodándose contra la silla, Leo intenta apartarse del camino de su atacante pero sabe que está vulnerable en la posición en que se encuentra.

–Te voy a quitar la mordaza pero necesito que me prometas que no vas a gritar –David dice esto mientras muestra el arma en su cintura.

El prisionero asiente con la cabeza. Necesita que le quite la mordaza para poder respirar mas tranquilo y de esta forma lograr que la migraña desaparezca...por lo menos así se puede liberar de uno de los tantos problemas que tiene por el momento.

Procede a quitarle la mordaza para luego sentarse frente a su víctima con el arma al alcance de la mano.

–Te estuve esperando por largas horas –comenta David.

–¿Qué sucede aquí?, ¿quién sos vos y por qué hay dos muertos en mi departamento? –inquiere luego de poder respirar profundamente un par de veces.

–Sé tanto como vos. El albino no me cuenta nada sobre sus operaciones secretas, y yo tampoco pregunto.

–¿El Albino?, ¡¡¡no puede ser!!! –Leo no puede creer lo que escucha.

–Sí, ¿por qué?, ¿lo conoces acaso? –el intruso muestra una expresión de asombro.

Nunca se hubiese imaginado que un civil conociese a Jonás y por este motivo se tomó el atrevimiento de nombrarlo por su característica física, arrepintiéndose luego al ver la expresión de Leo.

–¡¡¡Contestá!!! ¿De dónde lo conoces?

Leo está ahora más desconcertado que antes. El albino de sus sueños que tanto teme está ligado a él de alguna manera criminal, y al parecer está relacionado con los dos muertos de su departamento.

Entonces se confirma que mi sueño de Alex en peligro es real, y el albino lo está buscando”

Idea un plan para poder liberarse de la soga y de esa manera acudir con su hijo para evitar que le hagan cualquier daño. Recuerda entonces que uno de los estantes de la biblioteca está suelto; varias veces tuvo la intención de repararlo pero por diversas razones nunca lo hizo. Y ahora se da cuenta de que estaba destinado a que nunca lo arreglara.

–¿Querés saber cómo conozco al albino?, mirá el sobre que hay en la biblioteca, debajo de aquel libro de tapa azul –señala con la vista el segundo estante que está bastante elevado y es de acceso incómodo sin una silla.

El maleante se acerca a la biblioteca no sin dejar de apuntarlo. Sabe que está indefenso con las ataduras en las muñecas y en las piernas pero no quiere correr riesgos. Por su corta pero sanguinaria experiencia sabe que nada es lo que parece.

Se estira lo más que puede sobre el segundo estante casi al punto de estar en puntas de pies. En ese momento Leo aprovecha que tiene dislocado el pulgar de la mano derecha y logra sacarla del nudo que tiene en su espalda. Con la mano ya liberada, espera el momento oportuno en el que su atacante esté indefenso para intentar dominarlo.

No llega a salir ni la mitad del sobre del estante cuando una gran cantidad de libros caen sobre la humanidad de David haciéndolo trastabillar hacia atrás soltando el arma que empuñaba. Instantáneamente Leo se levanta de su silla y, como si fuese un experto marinero, logra desatar los nudos de sus piernas en pocos segundos. Como el animal que representa su nombre, se lanza cual león hambriento al ver a su presa indefensa en el suelo y comienza a atacarlo con violencia. Pocas veces peleó en su vida y en casi todas terminó derrotado pero esta vez logra sacar una fuerza sin igual de su interior que le permite dejar inmovilizado a su atacante.

Casi a punto de desvanecerse, el mercenario logra liberarse empujándolo hacia un costado tirándolo sobre la entrada del dormitorio. Utilizando el mismo impulso, Leo sale disparado hacia el placard que hay en su habitación. Quiere buscar el bate de béisbol que le regaló su papá antes de morir pero no logra llegar al mueble, ya que cae producto de un golpe que le lanza David sobre las piernas, cayendo cerca de la cama.

Ahora, con su víctima en el suelo y al parecer sin posibilidad de reacción, David intenta recuperar un poco de aire apoyándose sobre sus rodillas con la cabeza inclinada hacia el suelo. De reojo puede distinguir que Leo está tumbado en el dormitorio, próximo a su arma que terminó debajo de la cama. Toma un poco de fuerzas y se incorpora débilmente llevándose por delante algunos libros del suelo que le impiden caminar correctamente. Finalmente logra hacerse del arma, y la carga en dirección a Leo.

–Es suficiente. Quedate quieto o te juro que no vas a volver a caminar –amenaza mientras se palpa la cabeza buscando sangre por el golpe de los libros.

–Está bien, está bien. No voy a hacer nada –contesta resignado.

Leo puede distinguir de soslayo a su atacante. Si bien está arrodillado al costado de la cama y de espaldas a él, sabe que no está tan indefenso como parece. En el momento en que David desvía la mirada hacia su mano para ver si le sale sangre de su cabeza, Leo toma el cuchillo clavado en el estómago de Tamara y lo hace girar hacia atrás con vehemencia, hiriéndolo gravemente en la región baja del atacante. David grita como una hiena herida, doblándose del dolor y desplomándose luego al piso. Leo no lo duda un instante; toma con más seguridad el cuchillo y dirige un golpe contra el cuello indefenso de su ahora víctima atravesándolo de lado a lado.

Sin poder creer lo que acaba de suceder se incorpora triunfante, no orgulloso de lo que hizo pero si satisfecho de haber sobrevivido. Solo al ver salir la sangre de David se da cuenta de que acaba de terminar con lo único que lo podría contactar con el albino y averiguar qué está sucediendo.

Ahora son tres los muertos que hay en su departamento y no sabe cómo va a hacer para explicarlo a la policía. En el preciso momento en que está por llamarlos escucha sonar un pitido, como si fuese un walkie talkie o radio como también lo llaman.

–David, ¿estás ahí?, ¿ya llegó Leo? –preguntan por el aparato.

No sabe qué hacer. Evidentemente el que habla está buscando a la persona que acaba de asesinar y quizás sea la única conexión con el albino, pero también sabe que se descubriría si atiende.

–David, contesta...soy Jonás –el tono de voz de la persona denota un malestar porque no le responden.

Por los nervios del momento y sin darse cuenta aprieta la tecla de conversación del radio de manera que da una señal de que alguien está ahí para responder. Espera unos segundos y decide contestarle.

–David no va a hablar más con vos porque acabo de matarlo.

Se produce un silencio de varios minutos. No sabe a ciencia cierta si lo escucharon pero tampoco tiene el coraje para averiguarlo. En ese momento se da cuenta de que la persona con la que habla quizás no esté lejos de ahí y se apresura a tomar algunas cosas para irse lo más rápido posible. Vuelve a sonar el radio pero esta vez la voz es un poco más dócil y menos desafiante.

–¿Quién habla?, ¿Leo?

–Así es, soy Leo. ¿Y vos quien sos?, ¿el famoso albino? –dice con voz firme y segura.

Jonás no da crédito a lo que escucha. No solo David está muerto, o eso es por lo menos lo que sabe según esta otra persona, sino que este sabe acerca de él.

–Veo que sabes de mí, pero no creo que tanto como yo sé de vos. Por ejemplo, ¿vos sabes cómo le está yendo a tu hijo Alex en el campamento?

Está guardando las cosas para llevárselas en un bolso cuando se detiene al escuchar lo que el albino dice por el radio. Nuevamente la desesperación lo abruma. Toma lo que necesita y huye velozmente del departamento con el radio en la mano.

–Ni se te ocurra hacerle algo a mi hijo. ¿Qué querés de él? –con la mente puesta en la conversación más que en las escaleras que está bajando, se tropieza con unos escalones y se golpea fuertemente en la mano, volviendo a poner en su lugar el pulgar que anteriormente se había sacado.

–¿Quién te dijo que estoy tras tu hijo?

Leo se detiene en las escaleras entre el primer piso y la planta baja con la mirada perdida en el radio sin entender lo que acaba de escuchar.

–Así es Leo, es a vos a quien estoy buscando, y no voy a descansar hasta lograrlo –se puede apreciar que el timbre de la voz cambia a un tono mas amenazante.

Tapando el aparato le ordena al chofer de la camioneta que acelere para llegar cuanto antes al departamento en donde se encuentra Leo.

Al llegar al lugar, sale velozmente Jonás con el resto de sus hombres y suben hasta el departamento. Se queda sorprendido al ver la forma en que murió David en manos de una persona sin experiencia criminal, y no logra suprimir una sonrisa pensando en el desafío que se le presenta.

Y pensar que este tipo no tiene ni la menor idea en qué está metido”

Dios no juega a los dados
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