Capítulo 38

 

 

Ese día una fuerte tormenta azota la ciudad de Madrid. Amaneció soleado y despejado pero con el transcurrir de las horas el cielo se fue tornando cada vez más gris, al punto de convertirse en una masa negra espesa por la cantidad de nubes que bloquean al sol.

Luego de que aterrizaran los aviones de Aldana y Jonás, el aeropuerto cancela todas las partidas y los arribos a causa de la tempestad. La agencia AEMET emite un aviso de micro ráfagas e instantáneamente la torre de control decide cerrar el aeropuerto para así evitar cualquier tipo de accidente.

El tablero que indica los datos de los vuelos en el hall central cambia los anuncios y muestra que están todos cancelados. Automáticamente un abucheo generalizado se produce en el lugar, causado por las personas que se encuentran a la espera de tomar un avión o bien aguardando la llegada de alguno. Las mesas de atención al cliente, que ya de por sí están atendiendo a varias personas, comienzan a desbordarse por los que exigen una respuesta por la situación.

Por los altoparlantes, una voz en off explica que todos los vuelos que están programados para arribar a Madrid para las próximas veinticuatro horas serán derivados al aeropuerto de la ciudad de San Javier en la provincia de Murcia, y que aquellos que tienen programado despegar desde Madrid deben ir a un hotel en las cercanías de la ciudad a la espera de que todo se regularice.

Esto agudiza la histeria colectiva de la gente que se encuentra en la terminal al punto que se producen forcejeos con los empleados del lugar. Sólo ante la llegada de los encargados de seguridad del aeropuerto la gente se calma un poco, más al verlos actuar contra un grupo de revoltosos que causan daños en las ventanillas de venta de pasajes que tiene una aerolínea.

Escucha lo que sucede a sus espaldas y agradece por la fortuna que tiene. De haber llegado la tormenta unas horas antes nunca hubiesen aterrizado ambos aviones en Madrid y seguramente nunca se hubiesen cruzado.

Se continúa moviendo entre la muchedumbre empujando a más de uno que se interpone en su camino, siempre con la mirada fija en el micro que traslada a Jonás hacia el área de ingreso. Sólo espera no perderlos de vista en medio del tumulto.

Luego que el micro recorre un largo trayecto, éste se adentra en un playón que conecta la zona de arribo con la de aduana internacional. Este lugar está casi fuera del campo visual de Aldana, por lo que comienza a correr sin siquiera mirar lo que tiene por delante. Recorre unos cuantos metros cuando trastabilla con un equipaje que hay en el suelo, el cual pertenece a una pareja de ancianos que se encuentran sentados. Debido al tropiezo estira ambos brazos para amortiguar el golpe pero esto causa que se tuerza la muñeca derecha ocasionándole un fuerte dolor en la zona. Tirada sobre el equipaje intenta incorporarse apoyando su brazo sano pero debido al dolor le resulta difícil. Solo lo logra gracias a la ayuda del anciano que la asiste tomándola por la cintura.

–¿Se encuentra bien señorita?, fue un golpe fuerte –comenta el hombre con una sonrisa.

–Sí, muchas gracias –alcanza a responderle.

Lleva su mano herida debajo de la axila izquierda y continúa el camino cuando gira la mirada hacia el anciano y le pide disculpas por golpear su equipaje.

Se arrima al ventanal con la intención de volver a encontrar el micro pero es demasiado tarde. Durante el tiempo que los perdió de vista todos los pasajeros descendieron del vehículo y ahora regresa vacío hacia la pista para asistir a otro avión.

Agobiada mira en todas direcciones pero no los encuentra por ningún lado. Vuelve al hall central para mirar en el tablero cuál es la puerta de arribo pero este solamente muestra las cancelaciones de los vuelos y no indica nada de los vuelos ya aterrizados.

Sus rasgos muestran una desazón aún mayor al ver que el stand de atención al cliente está atiborrado de gente, por lo que no puede ni siquiera ir a averiguar algo.

Las opciones se le agotan. Ya no sabe qué hacer para encontrarlos y eso la exaspera. Es entonces cuando mira hacia arriba y alcanza a ver que la terminal dispone de un primer piso en el cual hay algunos bares ahora vacíos de gente. Sube velozmente por la escalera mecánica y se sitúa sobre la barandilla que da hacia el interior del aeropuerto. Estira su cuello cual jirafa en búsqueda de comida con los ojos girando desorbitados en todas direcciones. Cada vez se inclina más sobre la baranda, al punto de tener la mitad de su cuerpo colgando en el aire cuando finalmente los encuentra.

Dios no juega a los dados
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