Capítulo 61
Abre los ojos. No sabe cuanto tiempo estuvo inconsciente pero deduce que fueron varias horas.
A su alrededor no ve más que paredes sin terminación. Solo en el medio de una de ellas hay una puerta de acero macizo, al parecer difícil de penetrar si no se dispone de una llave.
La cabeza le duele como si estuviese oprimida por una prensa, pero lo que más le llama la atención es que también siente una molestia entre los dedos de uno de sus pies. Los mueve inconscientemente, como tratando que el dolor desaparezca cuando recuerda a un albino inyectándole un brebaje viscoso y dudoso en el pie ahora dolorido.
Comienza a recordar de a poco. Las imágenes vienen a su mente como un vendaval en medio de la pradera...su padre despidiéndolo en la escuela, una chica que salva de un auto accidentado, el papá de Susana que le dice en el campamento que su padre está en problemas, un albino que lo libera de unos secuestradores pero que a su vez lo secuestra nuevamente...Son todos hechos inexplicables para él, y no sabe cuándo ni por quién se van a esclarecer.
En medio de sus pensamientos se abre la puerta. El chillido que hace al abrirse denota que pocas veces fue usada, y maldice por ser él precisamente el motivo de su uso ahora.
La oscuridad de la habitación hace que sea dificultosa la visión y no puede distinguir en una primera instancia a la persona que ingresa; debe esperar a que sus ojos se reacomoden un poco a la escasa luz del lugar.
Una voz conocida lo saluda. Intenta por todos los medios relacionar la voz con la imagen nubosa del rostro que tiene enfrente pero no lo logra. Nuevamente el pseudo-desconocido le habla, y la duda cada vez lo carcome más.
–Alex, ¿estás bien? –el sonido de la voz se hace cada vez mas fuerte lo que indica que el hombre está cada vez más cerca de él.
–¿Quién sos? –pregunta dudoso.
–Soy yo, Santiago. El amigo de tu papá.
Abre la boca para decir algo pero solo se escucha silencio. Innumerables preguntas y cuestionamientos le vienen a la mente y se puede notar por su expresión que no entiende absolutamente nada de lo que sucede.
–¿San...tiago? –responde en tono de pregunta.
–Si Alex, soy yo.
–¿Qué hacés acá?
–No puedo decirte ahora. Pero debés tranquilizarte; todo va a terminar pronto –dice a la vez que le palpa el hombro.
–Pero en el campamento...estabas vos...tu chofer me secuestró...y
–No, yo no hice nada de eso. Ese era un chofer nuevo, desconocido para mí –explica intentando demostrar verdad en sus palabras–. ¿Cómo le haría eso a mi ahijado?
Comprende que lo que dice tiene que ser cierto. Santiago es el mejor amigo de su papá y se conocen desde muy jóvenes. No puede ser que él sea el causante de todo esto.
–Te creo –responde finalmente–. ¿Mi papá está bien?
–Es una larga historia –se queda mudo unos segundos antes de proseguir–. Por ahora te tengo que dejar acá para que nadie sospeche nada. En unos minutos vuelvo y nos vamos de aquí.
Continúa haciendo preguntas pero son inútiles. El visitante extraño ya no está en la habitación y nuevamente está solo, ahora con más incertidumbre que antes.
Una marcha les bloquea el paso. Las pancartas que llevan sus líderes expresan enojo contra el gobierno actual y son muchísimas las personas que se auto convocaron.
Esto lo molesta al albino. Deben ir del otro lado de la multitud y no tienen manera de atravesarlos, por lo menos sin causar daños.
–¿Qué desea que hagamos, señor? –consulta el chofer.
Leo no responde y le parece extraño. Lo llamó un par de veces al radio para que se acerque a ellos pero nunca obtuvo respuesta de su parte.
–Rodeá el embotellamiento como sea –ordena Jonás.
La camioneta da la vuelta y se adentra por unas calles solitarias y estrechas, tan angostas que al tomar una de ellas el chofer hace una mala maniobra y rompe de raíz el espejo lateral derecho.
Tras recorrer quinientos metros de más rodeando a la multitud llegan a la dirección deseada. Todos descienden de la camioneta, salvo el chofer que se queda dispuesto a salir del lugar ni bien se lo indiquen.
El comandante hace una señal al resto de los hombres para que se dispersen por el lugar y busquen a Leo. Él, mientras tanto, lo vuelve a llamar con el mismo resultado; sin respuesta.
Consulta su reloj. Ya han pasado treinta minutos de cuando debería haber llegado y no hay ningún rastro de él. Está compenetrado en sus pensamientos cuando uno de sus hombres se hace presente frente a él.
–Hemos revisado todo el lugar y no lo encontramos, señor –explica secamente.
–Vuelvan a revisar –grita molesto.
Esto le genera confusión. Pensaba que Leo iba a estar sin falta en el medio de la plaza esperándolo deseoso de ver a su hijo, pero no es así. No solo no está, sino que tampoco le contesta el llamado.
“¿Qué carajo está pasando?, ¿dónde está este tipo?” –maldice.
Revisa de nuevo la hora. Transcurrió una hora y no hay novedades del sujeto.
Sus hombres se encuentran a su lado. Es evidente que Leo no se va a hacer presente en el sitio por lo que no es necesario que sigan recorriendo el lugar en su búsqueda.
Quiere hacer un último intento llamándolo al radio; lleva la mano a su cintura y toma el celular que tiene colgado del cinturón. Al verlo se da cuenta de que no es el equipo que usa para hablar con Leo sino que es su celular personal. En vez de guardarlo decide llamar al ruso para ver cómo está todo donde DuPont.
Cuando responden el llamado, en vez de saludar se escucha una tos del otro lado de la línea.
–Dimitri, ¿todo en orden por allá?
–Todo bien para nosotros, albino, pero no para tu jefe –responde una voz dura y áspera.
–¿Quién habla?, ¿Christian?
–¿Tanto te cuesta descifrarme?, ha pasado tiempo pero pensé que había dejado una impresión en tí, aunque sea una mala.
Sus ojos se abren como dos grandes pelotas de golf. No puede creer lo que está escuchando y tampoco entiende cómo es que sucedió.
–Pero, ¿cómo es posible? –pregunta incrédulo.
–Yo les dije que no se iban a librar tan fácil de mí, y menos después de cómo terminamos la última vez.
–Basura inmunda, cuando te vea te voy a torturar como nunca.
–Tranquilo Jonás, que no estas en posición de hablarme así –responde confiado.
Con un movimiento de manos ordena a sus hombres que suban inmediatamente a la camioneta para salir cuanto antes hacia el complejo donde se encuentra DuPont.
La voz al otro lado de la línea vuelve a hablarle, con tono soberbio y petulante.
–¿Querés decirle unas últimas palabras al viejo, antes que respire por última vez? –se ríe jactancioso como nunca–. Que paradójico, ¿no?, el viejo que no puede respirar solo va a dejar de respirar por siempre.