Capítulo 37

 

 

La controladora aérea vacila. Nunca se le presentó una cuestión como esta y duda cómo obrar. Necesita consultar con sus superiores para que le indiquen cómo proceder. Toma el teléfono que tiene a su disposición y llama al comisario designado en el aeropuerto.

Desde su posición puede escuchar lo que ella dice al teléfono aunque se encuentre de espaldas; no obstante, no sabe lo que le responden del otro lado de la línea.

Le escucha decir que la documentación está en orden y describe lo que hace unos momentos le entregó el cliente; documentos de cada uno mostrando el parentesco directo entre ellos, una orden de un doctor autorizando el traslado y la habilitación del hospital de internación, tanto de Argentina como de España.

Transcurre un instante en el que no se escucha decir nada. Solamente se puede distinguir una expresión de molestia en su rostro. Es evidente que la otra persona esta recriminándola por hacerle perder el tiempo, dado que la controladora está cada vez más nerviosa.

Corta el llamado y se vuelve hacia Jonás que está expectante de lo que le dirá.

–Le pido disculpas señor pero soy nueva y no sabía qué debía hacer –explica aún angustiada.

–No se preocupe, ¿entonces podemos hacer el embarque?

–Sí señor, ya mismo realizo el trámite de usted y de su hijo.

El semblante de su cara denota satisfacción. Los documentos falsos bien valieron el costo excesivo que los pagó.

Termina de completar los datos en su computadora y le devuelve los documentos.

–Le pido disculpas nuevamente por el malentendido señor, ¿desea que llame a un cadete para que lo ayude con sus cosas?

A ese punto la falsa paciencia se le agotó. Gira sobre sus pasos desatendiendo lo dicho por la controladora empujando torpemente la silla de ruedas a la sala de abordaje. Intenta disimular su falta de experiencia usándola pero es imposible. Cualquier buen observador se daría cuenta de que algo en ese contexto está mal, como si fuese una pantalla de que algo ocultan. Pero nadie los observa con tanta determinación; todos en el aeropuerto están en sus propios asuntos y ni la policía aeronáutica lo percibe.

 

Hay pocas personas en la sala. El vuelo parte en tres horas, por lo que los que están ahí son personas que no tienen otro lugar donde esperar o que se cansaron del país y desean salir cuanto antes.

En el medio de la sala dos chicos reacomodaron las sillas para formar unos arcos y utilizan una pelota inflable para jugar al fútbol. Los padres a un costado hablan imperturbables entre ellos sin importarles lo que están haciendo.

Al cabo de unos minutos unos agentes de seguridad se acercan a los padres y sutilmente les indican que controlen a sus hijos o deberán acompañarlos fuera del establecimiento. Ambos miran con cierto desprecio y soberbia a los uniformados, como si fuesen ellos los desubicados por intentar educar a sus hijos. Ninguno de los dos se disculpan por el accionar de los chicos; ni siquiera tienen la intención de darles una reprimenda. Al contrario, el padre se incorpora de la silla y comienza una discusión sin razón ni fundamento con uno de los agentes. El debate llega a niveles inquietantes; el oficial mantiene la compostura, pero los gritos del hombre hacen que los pocos presentes en la sala se pongan nerviosos y comiencen a preocuparse.

Una señora de edad avanzada está detrás de ellos y al tanto de la situación. En un principio le pareció tierno y divertido cómo se divertían los chicos, pero al ver que un pelotazo impactó en un bolso ubicado cerca de una mujer embarazada hizo que su opinión cambie radicalmente. Ahora siente empatía por el oficial y se suma a la discusión de ellos, pidiéndole al hombre que adoctrine a sus hijos por el bien de todos.

–¿Su orgullo es tan grande que prefiere perder el vuelo a darle la razón al oficial, que por cierto la tiene? –cuestiona la anciana con voz endeble.

–Si no hace lo que le digo, van a tener que acompañarme –amenaza el agente al verlo dubitativo.

El hombre siente la presión. Es una persona orgullosa como pocos y no le gusta para nada dar el brazo a torcer pero no puede darse el lujo de perder el viaje que tanto tiempo estuvieron planificando.

Con una señal de una de sus manos les indica a los chicos que desistan y dejen lo que están haciendo. Los agentes les agradecen por su compresión y se retiran pero no salen de la sala. En cambio se quedan apostados en la puerta de entrada con la mirada fija en ellos.

Entretanto Jonás espera pacientemente. Su supuesto hijo continúa dormido en la silla de ruedas por la droga que le suministró; el efecto va a durar hasta dentro de un par de horas luego de que el avión despegue pero no durante todo el viaje. En un botiquín oculto y camuflado tiene el resto de la droga que necesita para completar las catorce horas del vuelo, y de esta manera evitar que el joven se despierte y cause problemas.

 

Por el altoparlante anuncian que los pasajeros del vuelo AA203 con destino España pueden comenzar el abordaje por la puerta B3.

Producto de la condición de Alex los dejan ingresar antes que el resto de los pasajeros lo que ocasiona malestar en algunos de ellos. Entre la gente molesta se encuentra el padre de los chicos que antes jugaban al fútbol, que al ver que dejan pasar al albino antes que ellos comienza a protestar airadamente. La queja no llega a prosperar debido a que varios agentes de seguridad se acercan a él y lo invitan a retirarse cordialmente. Ofuscado e impotente, el hombre no se calma ni ante el pedido desesperado de sus hijos que quieren hacer el viaje. Finalmente los agentes de seguridad toman al hombre por sus brazos y lo retiran a la fuerza de la sala de embarque, acompañado por su esposa e hijos.

Los pasajeros que aún no abordaron el avión y que ven la situación comienzan a aplaudir el accionar de los agentes, y más de uno respira aliviado por no tener que compartir el viaje con personas desubicadas como ellas.

Dios no juega a los dados
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