Capítulo 41

 

 

Antes de bajar de la camioneta toma la última jeringa que tiene en el bolso y, con un gesto, le ordena a uno de sus mercenarios que se lo suministre al chico.

No está dormido, pero entre los sedantes que le dio en el avión y el viaje ajetreado que tuvieron sobre la autopista está fatigado y desganado.

–No idiota, en el brazo no, que se puede detectar –grita colérico al ver que le arremanga el brazo derecho–. Se lo tenés que inyectar entre los dedos de los pies.

Temeroso por el error que estuvo a punto de cometer se inclina sobre el piso del vehículo y le quita el calzado. En el momento en que acerca la aguja a su pie, el chico ve una oportunidad de descargar su enojo y asesta un rodillazo contra el rostro del mercenario, haciéndolo trastrabillar hacia atrás para luego caer de espaldas.

El dolor que siente en la espalda ante el golpe no es tan fuerte como el daño que experimenta por el tabique roto, causado por el ataque de Alex. Se incorpora inmediatamente, ofuscado, colérico y sangrante. Utiliza una de sus manos para cubrir su nariz dañada mientras que impulsa la otra sobre el rostro indefenso del joven haciendo girar su cabeza por el fuerte golpe que le descarga.

El albino gira la cabeza y dirige una mirada de desaprobación a Dimitri. Si hubiese sido otro el que golpeó al chico lo mataba sin dudarlo, pero no con Dimitri. Al morir David, es el único de sus hombres capaz y confiable para este tipo de trabajos. Además se le están terminando los mercenarios de confianza, así que no puede continuar teniendo pérdidas a esta altura.

–Limpiate la cara; no quiero llamar la atención de nadie.

Uno de sus compañeros le alcanza un trapo impregnado de alcohol. Lo posa sobre su nariz ensangrentada y presiona con firmeza para intentar cortar la hemorragia.

Maldito pendejo” –masculla viéndolo ahora dormido por la droga.

 

El taxi se detiene en la segunda sección del estacionamiento, a escasos metros de donde se encuentra la camioneta.

–Parece que hemos llegado.

–¿Qué es este lugar?, ¿dónde estamos? –consulta mirando para todos lados.

–Es la estación de trenes Puerta de Atocha. Parece que sus amigos van a viajar en tren, ¿qué hacemos ahora? –la mira atento por el espejo retrovisor.

–Así está bien, bajo acá –estira la mano y le paga el monto del viaje más la propina que le había prometido.

Menuda plata me hice hoy” –se regodea al ver el dinero extra que ganó con la persecución.

La licenciada desciende del taxi. Se cubre el cabello rubio con la capucha de la campera de lluvia que tiene puesta y se calza unos anteojos negros. Avanza hacia la puerta de ingreso de la estación, presumiendo que es hacía allí donde el albino se dirige con Alex.

Desde la distancia ve descender a los hombres de la camioneta. En total son cuatro, incluyendo a Jonás. Uno de ellos saca una rampa mientras que otro empuja desde arriba la silla de ruedas donde se encuentra el chico, al parecer aún inconsciente. Un tercer hombre alto y bastante corpulento baja detrás de ellos. Pero toda la hombría y fortaleza que emana la presencia de esta persona se ven obnubiladas por la imagen que exhibe al girar de frente hacia Aldana; ojos rojos, lágrimas incontenidas cual bebé al que le sacan el chupete, la ropa ensangrentada...

Parece ser que el albino le ordena algo mientras le entrega un bolso que lo toma con la mano libre que tiene. Los otros tres se encaminan hacia donde se encuentra ella, entretanto el cuarto ingresa nuevamente en la camioneta.

¿Qué estará pasando?, ¿a quién sigo ahora?

Su instinto le dice que se quede y espere al último hombre. Duda de su resolución pero no tiene alternativa; tiene que saber hacia dónde viajan y no va a poder conseguir esa información si sigue al grupo de Jonás. La puede reconocer y no puede poner en riesgo todo.

Rodea la plaza en dirección opuesta a la del albino y así evita cualquier posible cruce entre ellos. Satisfecha del accionar, retoma el camino hacia el estacionamiento con la idea de encontrar al hombre que quedó en la camioneta. Está ya a escasos metros y aún no sabe qué hacer ni cómo actuar. Y a la vez ruega por no perder la pista de Jonás.

 

Observa su ropa y parte de la camisa está ensangrentada. Toma el bolso que le dejó su comandante buscando algo para cambiarse. Elige algo que le sea útil y lo deja en un costado. Antes de cambiarse necesita cortar la hemorragia que aún tiene por el tabique roto. Quita el trapo lleno de sangre de su rostro con la esperanza que el sangrado haya cesado, pero al parecer aún continúa el goteo. Nuevamente lo invaden sensaciones de malestar en los ojos produciendo que el lagrimeo vuelva a aparecer. Con los ojos cerrados tienta por el suelo buscando el botiquín que siempre llevan pero no lo encuentra. Entonces escucha una voz femenina que lo sorprende.

–¿Te ayudo?

–¿Quién es?, ¿quién está ahí? –inquiere sorprendido.

No se percató pero dejó entreabierta la puerta de la camioneta y por lo que parece alguien lo esta observando.

–Tranquilo... que yo te puedo ayudar con esa nariz rota si te parece.

Refriega sus dedos en los ojos. Entre algo de lágrimas puede identificar a una mujer que está parada frente a él sobre la puerta de la camioneta. No llega a distinguir su rostro pero intuye que es una mujer hermosa.

–Me golpeé saliendo y ahora tengo el tabique roto –explica sin que ella le preguntase nada.

La mujer hace unos pasos y se adentra en la camioneta. No esta temerosa; al contrario, sin llegar a verla nítidamente se percata que es una mujer segura y de confianza.

–Veamos, sacate la campera y estate quieto –demanda la mujer.

Realiza lo indicado por la enfermera improvisada sin objetar nada.

Ella prepara una gasa con alcohol y se posiciona frente a su paciente.

–Esto te va a doler.

Ni lo deja prepararse para lo que viene que con su mano diestra toma la nariz rota y la endereza de un solo movimiento. Dimitri estalla del dolor. Balbucea cosas en ruso que ella no entiende pero se imagina que no son cosas buenas.

Ahora es mi oportunidad” –piensa Aldana.

Con el matón con la guardia baja, aprovecha y revisa la campera que dejó en el piso. Busca desesperadamente por todos los bolsillos mientras el ruso continúa gritando por el dolor. Cuenta con que el lagrimeo que tiene en los ojos no lo ayude a ver lo que ella está haciendo.

Las palpitaciones que tiene por la situación son como una droga para la licenciada. El misterio, la persecución, la cercanía con el peligro es todo nuevo para ella. La adrenalina corre por su cuerpo como nunca antes y eso la motiva. Quiere ayudar a Leo a resolver los problemas que causó pero encuentra un gusto especial a todo lo que está viviendo últimamente.

Finalmente descubre algo en uno de los bolsillos. Lo saca del lugar y mira con atención lo que tiene en su mano. Hurga en su bolso por algo con qué escribir y toma nota de lo que dice. Vuelve a poner el boleto de tren dentro del bolsillo de donde lo sacó justo en el mismo momento en que Dimitri deja de quejarse. Ve que vuelve a refregarse los ojos por lo que sabe que tiene que actuar rápido.

Esperá que tengo que ponerte algodón, si no el sangrado va a continuar –se apresura a explicar.

–Está bien, que sea ya –reclama molesto aún.

Sin nada de sutilezas le introduce un trozo de algodón en los orificios de la nariz y presiona hacia adentro con la idea de causarle nuevamente el lagrimeo para que no la pueda ver.

–Listo, hice lo mejor que pude.

–Te agradezco por todo –dice entre lágrimas–. ¿Cómo te llamás?

No hay respuesta. La mujer ya se fue, dejándolo con la intriga de saber quién era y por qué lo ayudó.

Dios no juega a los dados
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