Capítulo 52

 

 

–¿Dónde estás Leo?, ¿ya subiste al tren?

–Sí. Estoy en el tercer vagón, en el asiento 11A, ¿vos dónde estás?

–En el segundo. Esperame que voy para ahí.

Corta el llamado. Camina con paso ligero esquivando a los nuevos pasajeros que se encuentran en el pasillo aun acomodando las valijas en los compartimentos. Traspasa la puerta divisoria y observa el interior del vagón escrutando los rostros de los presentes. Entre todas las personas del lugar un hombre mueve su cabeza de lado a lado, como si intentase sortear a los que se encuentran parados y que le hacen dificultosa la visión.

No es el mismo hombre que vio en el andén y se siente desilusionada. Su sentido de percepción con las personas no es tan bueno como el que tiene con la ciencia y una vez más lo confirma.

Se aproxima al individuo con la mirada fija en él, la cual es correspondida con una sonrisa extraña.

–Hola, ¿Leo? –pregunta intrigada.

–No querida, soy Max... pero me podés llamar como te plazca.

Está asimilando la respuesta cuando siente que alguien por detrás le toma la mano derecha. El contacto es suave pero firme a la vez. Gira instintivamente mientras encoje el brazo para despegarse de la mano que la tiene tomada.

–Aldana, soy yo...Leo.

 

Aún tiene un goteo de sangre que cae por su nariz pero no es tan denso como momentos antes.

No pudo dormir durante el viaje. Los espasmos del joven que tiene a su lado hicieron que mueva su pierna contra la de él, despertándolo en cada ocasión. En un momento del viaje estuvo a punto de golpearlo pero una simple mirada del albino fue suficiente para que detenga el movimiento de su brazo. Lo conoce como hombre de pocas palabras y acciones crueles, y lo menos que quiere hacer es irritarlo.

Justo en el preciso momento en que se logra dormir el tren arriba a la ciudad de Albacete. El trajín de los pasajeros que se preparan para descender lo despierta y maldice por no haber podido descansar más tiempo.

Se encuentra despierto y molesto, formando una combinación de dos estados que no le son nada agradables. A su paso hacia el baño unos pasajeros lo escuchan murmurar, pero no llegan a entenderlo por ser un idioma distinto al de ellos. Igualmente reconocen con un gesto que no es necesario interpretarlo para darse cuenta de que no son cosas buenas las que dice.

A escasos metros del baño se encuentra con una imagen singular; la mujer con la que se cruzó anteriormente está inclinada sobre la ventana, asomando medio cuerpo hacia fuera. Sin darse cuenta baja la mirada para apreciar su figura por detrás.

Una comezón le sube por el cuerpo y sabe qué es. Hace tiempo que no está en los brazos de una mujer y en cierta medida lo sufre. Todas las operaciones y trabajos que le son encargados no le dan el tiempo suficiente como para disponer de compañía femenina.

No tiene la convicción necesaria, en ese momento, para hacer un acercamiento con ella, por lo que desiste antes de siquiera intentarlo y continúa el camino hacia el final del pasillo.

Ya en el baño se quita el algodón de la nariz. Por lo que puede ver el sangrado continúa y ahora es cada vez más espeso y de un color oscuro. Lo cambia por uno nuevo y sale del compartimiento. Transita lentamente por el pasillo mientras idealiza cómo encarar a la mujer. Al llegar a su lado ve que está hablando por celular. Indeciso, retoma su camino entre desilusionado y molesto y vuelve a ubicarse en su asiento junto al joven dormido.

 

Transcurren unos minutos hasta que finalmente la formación vuelve a emprender el viaje hacia Valencia. La pareja que estaba sentada en el asiento frente a ellos bajó hace instantes y su lugar es tomado por la licenciada. Ella no deja de sorprenderlo. La observa detenidamente desde varios ángulos y no puede creer lo que está viendo. Aldana, esta persona extraña que tantos problemas le causó pero que ahora lo está ayudando, tiene una notoria semejanza con su esposa fallecida. El cabello enrulado, los ojos azules, ciertos rasgos del rostro, la contextura; todos estos detalles físicos hacen rememorarle a Tiara.

De tan solo pensar en ella, su estado de ánimo cambia abruptamente mezclado por la vivencia de tener a alguien parecido a ella enfrente; sus piernas comienzan a temblarle, la garganta se le cierra como si lo estuviesen ahorcando, una tos seca y nerviosa se hace presente. Intenta controlarse pero la situación lo excede. Si bien siempre la recordó, nunca tuvo una imagen viva que la reflejara y eso lo está afectando.

 

Si bien percibe que su presencia influye de alguna manera en Leo, el que más intriga le genera es el compañero que tiene a su lado. Algo en él le suscita curiosidad y temor y no le agrada por nada del mundo. Conversa con Leo viéndolo a los ojos, pero de reojo está atenta y vigilante a este personaje extraño.

–Sí Leo, vi a tu hijo. Está en el primer vagón con Jonás y un grupo de hombres.

–Entonces vamos ahora –dice en voz alta sin dirigirse a nadie en particular.

Se incorpora dando un paso hacia el pasillo pero es frenado por algo que lo tira del brazo. Mira lo que sucede y descubre que Santiago lo tiene tomado de su ropa.

–¿Qué crees que estás haciendo? –pregunta clavándole una mirada severa.

–Voy a rescatar a mi hijo de esos malditos, ¿o qué pensabas?

–No amigo, así no van a suceder las cosas. Acá en el tren estamos en desventaja –gira el dedo índice formando un círculo en el aire para explicar el lugar físico en donde se encuentran–. Hay que esperar a estar en campo abierto para hacerlo. Además ya te expliqué que no estoy aquí por Alex.

La licenciada no comprende nada de lo que sucede pero tampoco se anima a realizar preguntas enfrente de este hombre extraño. Extiende su brazo y le toma la mano a Leo con la intención de calmarlo un poco. Tiene compasión por él. Es un padre desesperado que haría cualquier cosa por su hijo y necesita toda la ayuda posible ante esta situación. Se sienta nuevamente frente a ella mientras continúan tomados de la mano.

–Pero si no lo hacemos acá, ¿cuándo y dónde?

–Creo que yo puedo ayudarte con eso –responde pensativa la licenciada.

Dios no juega a los dados
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