Capítulo 35

 

 

Busca las bolsas y vuelca el contenido sobre la mesada de la cocina. Necesita preparar el cóctel que conoce de la milicia para poder partir de inmediato hacia España.

Amordazó nuevamente a Alex. Luego de lo que le contó quiere involucrarse lo menos posible con él y no ve la hora de terminar con toda esta operación. Ha llegado a niveles nunca imaginados por el ex militar, y eso lo preocupa...no son cosas que se puedan resolver con un arma.

 

En la mesada se maneja casi como un cocinero preparando una receta para reyes; vierte unos gramos de un polvo verde en un recipiente en donde ya volcó líquidos de tres botellas diferentes. Tapa el mezclador y lo agita con energía durante unos minutos. Lo abre y lo sirve en un vaso transparente, el cual contiene dos centímetros de una gaseosa cola.

A todo esto Alex no le quita la mirada de encima. Por la posición en que se encuentra no llega a observar lo que está haciendo pero sabe que él va a ser el receptor de ese brebaje.

Con el vaso en la mano se dirige hacia el chico, mientras que en la otra mano toma una jeringa.

–Bueno, es hora que tomes una siesta larga. Vamos a hacer un viaje y no quiero problemas.

Intenta moverse pero esta tan bien atado a la silla que no hay forma de hacerlo. Resignado, cierra los ojos e intenta dirigir su mente a otro lugar y así no sufrir por lo que está pasando.

Sus pensamientos lo llevan a su mejor amiga, Susana. Ahora recuerda que no pudo despedirse de ella y que es posible que nunca más la vuelva a ver. Continúa divagando y los recuerdos lo conducen a una playa con sus padres; aquel fue el día en que estuvieron los tres pescando desde el muelle donde realmente se divirtieron mucho.

Por encima de la mordaza se puede apreciar el esbozo de una sonrisa, y al mismo tiempo unas lágrimas recorren su mejilla hacia la comisura del labio cayendo luego al piso.

–Al fin te doblegas, nene –exclama burlonamente Jonás al sentir una de las gotas sobre su mano.

Está equivocado. Las lágrimas no son de tristeza o temor como supone el albino, sino de felicidad.

Una puntada en el pie hace que las imágenes en su mente se borren al instante. Abre los ojos e inclina la cabeza hacia abajo. Con algo de pánico puede ver que el albino le inyecta el contenido de la jeringa en el pie entre dos de sus dedos. Momentos después, cae en un profundo sueño.

 

Lo libera de las ataduras dejando que caiga al piso. Vuelve a la cocina y limpia con detenimiento todo lo que utilizó para evitar ser rastreado. Hace pocos días que está en el hotel y solo utilizó la cocina por lo que no es necesario limpiar más que eso.

Suena el teléfono de la habitación. Lo llaman desde la recepción del hotel explicándole que hay un sobre para él y si quiere que se lo hagan llegar. Mira la hora y corta el llamado sin siquiera responderle a la recepcionista.

Toma la tarjeta de acceso y sale con paso ligero. Aunque está con tiempo de sobra se encamina presuroso al ascensor de tal manera que atropella a una mucama que esta agachada en el pasillo. Es obsesivo con el manejo de los tiempos y esta vez no es la excepción.

Antes de llegar a la planta baja, el ascensor se detiene en el cuarto piso en donde se vuelve a cruzar con la pareja de ancianos de hace un instante atrás. Se cruzan las miradas e instintivamente el anciano le cruza el brazo para que su esposa no suba al ascensor.

–Esperaremos el siguiente, gracias –el comentario denota que desea evitar al extraño pero no le importa.

La señora lo mira molesta. No están apurados en bajar pero tampoco le agrada la idea de dejarse intimidar por un extraño.

Sin dudarlo dos veces, Jonás presiona el botón para cerrar las puertas y así seguir en camino hacia la planta baja. Un resoplo de fastidio se puede escuchar en el instante que llega al final del viaje y sale presuroso hacia la recepción. Allí, una rubia está atendiendo a dos personas que parecen estar haciendo el ingreso al hotel. Según su punto de vista la recepcionista es demasiado amable con los nuevos huéspedes y no vacila en interponerse entre ellos e interrumpirlos abruptamente.

–Soy de la habitación 95E; tienen un sobre para mí –reclama enérgicamente dando a la vez un codazo a una de las personas que está atendiendo.

–Sí señor, ¿me puede aguardar unos instantes por favor que ya lo atiendo? –usa un tono dócil, casi sensual con la intención de aplacar al cliente.

–No, lo necesito ahora. Ellos pueden esperar, yo no –repudia a los nuevos huéspedes con una simple mirada de reojo.

Viendo lo tenso de la situación no le queda otra opción que atender el pedido y así evitar que los visitantes se retiren molestos del hotel. Inspecciona los estantes que se encuentran a su espalda y toma el sobre en cuestión. Le extiende la mano y se lo entrega a Jonás, mostrándole una sonrisa que denota desprecio por sus malos modales.

Se lo quita con ímpetu y gira en dirección del ascensor. Al segundo paso le grita sin siquiera mirarla.

–Y súbanme una silla de ruedas.

Ya dentro del ascensor abre el sobre con un poco de ansiedad. Revuelve el interior y se cerciora que esté todo lo que necesita. Comprueba que está todo en orden y ahora, más aliviado, respira tranquilo.

Al entrar a la habitación ve que Alex continúa dormido tendido en el suelo tal como lo dejó. Ni se molesta en acomodarlo; simplemente se dirige al sillón y saca de un bolsillo su estuche preferido. No es precisamente el del arma, sino el que contiene las pastillas azules.

Sirve un poco de gaseosa en un vaso e ingiere enteras las pastillas sin triturarlas. Ya no le quedó vodka para acompañarlas, por lo que debe tomarlas enteras para que el efecto sea el deseado. Se recuesta sobre el respaldo, cierra los ojos y los frota con la palma de sus manos. Momentos después comienza a sentir las primeras sensaciones de la droga llegando al punto de evidenciar una excitación física como pocas veces.

Un golpeteo en la puerta lo regresa del trance. Trastabilla un poco, con la mala fortuna de golpearse los tobillos contra la mesa ratona.

–¿Quién es?, ¿qué quiere? –brama a medio camino apoyándose en una silla.

–Soy de la administración del hotel, señor. Vengo a traerle la silla de ruedas que solicitó –contestan manteniendo siempre el respeto.

Asimila como puede las palabras que escucha y hace un último esfuerzo para llegar a la puerta. Finalmente lo consigue y la abre, al punto de casi caerse al piso si no fuese porque con una de sus manos se sostiene del marco.

–Aquí tiene señor, espero que le sea de utilidad.

Toma la silla, la hace rodar hacia el interior y le cierra la puerta en las narices sin siquiera hacer algún comentario.

Consulta su reloj. Revisa el ticket del boleto de avión y coteja que aún está en tiempo. Se encamina al baño desvistiéndose en el camino; abre la canilla de la bañera y se sumerge en ella con el agua a punto de evaporización.

Dios no juega a los dados
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