Capítulo 54
–Hola Leo, ¿estás por ahí?
Escuchan una voz como en la lejanía pero no saben de dónde proviene. El sonido del tren es casi imperceptible pero el murmullo generalizado de los pasajeros, agregado al espacio tubular del vagón provoca que se genere una acústica tal que no puedan reconocer el origen del sonido que se percibe. Inclusive Santiago, situado aún a escasos metros de distancia de ellos, lo escucha y los contempla intrigado.
Deja a un lado a sus hombres para encaminarse hacia Leo y su amiga. Tiene una característica: reconocer las cosas importantes de las superfluas, y esta ocasión es una de esas.
–Leo, respondé.
Ahora recuerda que, entre sus cosas, empacó el radio con el cual se debía contactar con Jonás una vez llegado a España. Con su mente dando vueltas para todos lados se le había pasado y no se acordó de utilizarlo. Y ahora que lo piensa, ni recuerda tampoco cuándo fue que lo encendió.
Su bolso está sobre su cabeza en uno de los compartimentos del tren. Se incorpora para tomarlo cuando Santiago le posa una mano sobre su hombro para detenerlo.
–Este es el albino, ¿no? –pregunta mientras busca el aparato dentro del bolso.
–Sí, puede ser –responde expectante al momento en que toma el radio que le alcanza.
–Está de más decir que tengas cuidado con lo que decís, ¿está claro? –su mano aprieta con firmeza el hombro con la clara voluntad de amenazarlo.
Sabe a lo que se refiere. No solo no le debe contar que se encuentra en el mismo tren que él, sino que lo más importante es que no le diga que está junto al número dos de la Cofradía Salomónica. Evidentemente Santiago tiene un plan para con DuPont, y por lo que parece nunca lo va a hacer partícipe del mismo.
–Acá estoy, ¿quién habla?
–¿Cómo que quién habla?, ¿ya te olvidaste de mí?
–Nunca, basura. Secuestraste a mi hijo y lo vas a pagar caro.
–Creo que no estás en posición de amenazar –su voz pasó de cordial a tenaz y provocadora–. ¿En dónde estás?
No responde inmediatamente. En cambio dirige un vistazo al hombre que tiene parado a su lado como preguntándole qué quiere que responda.
–Decile que recién llegaste a España y que te diga qué tenés que hacer –comenta Santiago susurrando cerca de su oído.
Se toma unos segundos para hablar cuando finalmente activa el intercomunicador y le responde lo que le indicaron.
–Andá a Valencia y avisame cuando llegues. Ahí te daré más instrucciones.
–Quiero hablar con Alex.
–Eso no es posible. Está dormido en este momento y no me parece apropiado despertarlo –contesta de manera sarcástica.
–No me importa, quiero hablar con él ahora.
–Hablamos cuando llegues a Valencia.
–No, ahora.
Nadie responde. Presiona el botón pero el radio emite un sonido característico de que el otro equipo se encuentra apagado.
Al principio maldice por lo bajo pero, luego de unos minutos, cae en un llanto lleno de tristeza y dolor. La mano de Aldana se posa sobre su cabellera moviéndola circularmente, lo que le provoca una sensación de consuelo que lo apacigua.
Da una respiración profunda a la vez que limpia sus lágrimas con la manga del buzo. Se incorpora y con un rápido movimiento deja a un lado a Santiago. No lo llega a tirar al suelo, pero su acción le permite sortearlo y emprender el camino hacia el pasillo. Sin llegar a dar cinco pasos, el hombre que subió con ellos y que se sentó en el asiento delantero le bloquea el paso. Intenta esquivarlo e inclusive lo empuja deliberadamente pero no logra siquiera moverlo unos centímetros del lugar. Su postura es tan determinante que no tiene posibilidad alguna de pasar si él no se mueve voluntariamente.
–Leo, no hagas esto más difícil –escucha que le dicen desde atrás.
–Quiero verlo ahora –responde colérico.
Hay pocas personas en el vagón pero aquellas que se encuentran ven desconcertados lo que sucede. Inclusive algunos de los presentes dejan sus lugares para no estar cerca de ellos. Les infunden confusión y temor, por lo que quieren evitar cualquier problema que se presente.
Al ver esto, Santiago se dirige hacia el resto de los pasajeros realizando un gesto con sus manos para que se calmen.
–No se preocupen señores, mi amigo está atravesando una crisis nerviosa pero es inofensivo –utiliza un tono cordial y amigable para expresarse–. Vamos Leo, sentate acá así no asustas a los demás pasajeros.
Cualquiera que viese el movimiento se haría a la idea de que su amigo lo está abrazando y guiando hacia el asiento, pero en realidad lo que sucede es que le rodea el cuello con el brazo de tal manera que casi lo desvanece. Para mayor seguridad, posa su mano libre sobre el brazo de Leo presionándolo en el torso con la punta de una navaja.
–Así estamos mejor, ¿no?
La mirada tajante que le remite sustituye mucho mejor a cualquier comentario despectivo que se le hubiese ocurrido.
A todo esto Aldana queda impávida. No por lo que le están haciendo a Leo sino porque uno de los matones de Santiago la está encañonando desde su asiento contiguo.
–No quería llegar a esto pero no me dejan otra alternativa. Ellos los van a estar vigilando constantemente, así que no hagan ninguna tontería.
Intercambia su lugar con el otro mercenario de tal manera que Leo y Aldana se ubican frente a ellos, mientras que Santiago toma lugar más adelante.
“Esto es desgastante. Espero que termine todo pronto” –dice para sus adentros mientras los observa desde unos asientos más atrás.
Toma su celular. Llama al número privado pero no le responde. Vuelve a intentarlo pero obtiene la misma suerte.
“Qué extraño, no me contesta” –piensa mirando el aparato.
Ahora marca el número de su secretario. Ante el primer sonido este responde, pero comienza a hablarle con frases desencajadas, desarticuladas y sin sentido.
–Tranquilo Sam, ¿qué sucede?
–¿No lo sabe? –manifiesta sorprendido.
–¿Saber qué?
–Él murió.
–¿¿¿Cómo??? –dice impresionado.
–Así es señor. Tuvo un accidente con su auto y falleció desangrado.
–¿Y esto cuándo pasó?, ¿cómo no me notificaron?
–Fue hace unos días, en su país.
–¿En Argentina?, ¿y qué hacía él ahí?
–Desconozco, no me avisó del viaje. Inclusive fue solo sin comentárselo a nadie.
Ese tipo de proceder no es característico en él. Siendo una persona con tanto poder nunca viajaba solo pero en este caso decidió no avisarle a nadie y eso le llama la atención.
“¿Habrá querido ir a verme?, ¿con qué motivo?” –piensa intrigado.
–Intenté comunicarme con usted pero su celular no respondía, ni siquiera llamaba.
Ya lo recuerda. Cuando subió al avión le obligaron a apagarlo y se olvidó de encenderlo nuevamente hasta hace unos instantes.
–Tiene que venir, señor. Es imprescindible que arribe cuanto antes.
–Primero tengo que terminar un asunto –responde pensativo.
–Pero es necesaria su presencia. Tenemos que realizar el cónclave para su pronunciación oficial. Ahora... –se produce un silencio de escasos segundos– ...ahora es el número uno de la Cofradía Salomónica.
Una sonrisa macabra se despliega en su rostro.
“Finalmente”