Capítulo 63

 

 

Los demás médicos se quedan inmóviles, temerosos y confusos por lo que presenciaron.

El cadáver pierde más sangre con el correr de los minutos y nadie se atreve ni siquiera a tocarlo. El disparo fue hecho con un silenciador, por lo que ninguna persona fuera de esa sala de reuniones se percató de lo sucedido unos minutos antes, cuando el albino asesinó sin miramientos a uno de los mejores doctores del instituto.

Nuevamente el primer médico toma la palabra, no sin dejar de observar a su colega muerto sobre la mesa.

–Señor, debe comprender que su enfermedad es muy extraña, y no hay cura conocida hasta el momento.

El ahora conocido como pitufo se tapa el torso con lo que le quedó de la camisa observando con ojos de furia a todos los presentes.

–¿Me quiere decir que no pueden hacer nada?, ¿ustedes, los mejores médicos del mundo no encuentran la cura de esto? –masculla enojado.

–Lo que sufre es una enfermedad de la que solo se han documentado doscientos casos en todo el globo y nadie sabe cómo tratarla –explica con tono académico–. Inclusive se sospecha que es la causante de la muerte súbita de los recién nacidos, pero ningún médico ha logrado confirmarlo.

–¡¡¡No me interesan los demás!!! –vocifera a la vez que golpea la mesa con sus dos manos.

La sala de reuniones se ve envuelta en un sonido grave y duradero, reproduciendo el eco que causó el golpe del viejo sobre la mesa. Luego de unos instantes todo el lugar se queda en silencio el cual es cortado por el comentario de uno de los doctores asistentes a la reunión.

–Quizás en un futuro se descubra el tratamiento, pero por ahora estamos atados de pies y manos –expresa demostrando seguridad y confianza.

La frase lo deja meditando por unos momentos.

Está callado, inmóvil y sin embargo sigue causando temor en los demás. Se puede notar que algo está confabulando por las muecas que se reflejan en su cara y eso causa más miedo a los presentes que si estuviese gritándoles o, peor aún, dándole órdenes a su guardaespaldas para matar a alguno de ellos.

Sin manifestar palabra alguna se incorpora de la silla como si fuese un gladiador triunfante ante una batalla contra diez adversarios. Una especie de sonrisa se dibuja en su rostro y sorprende a más de uno, inclusive a Jonás que lo puede observar desde su flanco derecho.

Hace un gesto con la mano derecha como cuando un oficial detiene el tránsito y luego gira hacia la salida de la sala de reuniones.

–Disculpe, es necesario que continuemos haciéndole estudios. Debemos... –dice el médico mientras ve salir a su paciente.

No lo escucha. DuPont está afuera de la sala y es inútil que el doctor siga explicando lo que debe hacer.

Está a la espera de que llegue el ascensor al piso, junto a Jonás y a su médico personal. Ninguno de ellos dice una sola palabra; lo conocen demasiado bien como para saber cuándo hablar, y lo más importante de todo, cuándo callarse.

El elevador llega al piso. Antes de subir gira hacia el albino y le dice al oído casi imperceptiblemente.

–Ese último doctor me hizo abrir los ojos –comenta con buen ánimo–. En una sola frase me dio la pista para encontrar la cura, y también la sentencia de muerte de todos ellos.

No necesita que le explique nada más. Escuchó lo que dijo el doctor y sabe lo que quiere decir su jefe por lo cual Jonás no sube al ascensor. En cambio, vuelve sobre sus pasos hacia la sala de reuniones donde estaban y cierra la puerta con llave una vez adentro.

 

Un golpe en su cabeza lo vuelve a la realidad. El trance en el que se hallaba lo hizo olvidarse de donde se encuentra y lo peor de todo, la situación desventajosa en que está metido.

–Ya no te necesito más, viejo decrépito –comenta Santiago observándolo de reojo.

En el instante en que termina la frase se escucha el sonido de una llamada a un celular. Mira a los dos hombres que se quedaron con él y con un gesto negativo señalan que no es de ninguno de ellos.

Recorre los cadáveres uno a uno hasta que finalmente encuentra el aparato que está sonando. Lo toma con su mano libre y contesta el llamado justo en el preciso momento en que siente un carraspeo en la garganta, por lo que tose antes de decir una palabra.

Dios no juega a los dados
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