Capítulo 72

 

 

–Tenemos que irnos. Los hombres de DuPont pueden llegar en cualquier momento –Tom consulta la hora de su reloj.

Ya no observa directamente el cadáver de su amigo. Sin embargo, está a su lado sosteniéndole la mano como cuando lo consolaba aquel triste día del velatorio de su esposa fallecida.

–Está bien –contesta soltándosela–. Salgamos de aquí.

Van saliendo del lugar siendo Santiago el último en irse. Una vez que están todos en el pasillo comienzan a recorrerlo por donde creen que se encuentra la apertura por la cual ingresaron, pero luego de estar deambulando por alrededor de treinta minutos se dan cuenta de que están perdidos en el laberinto de pasadizos del complejo.

–¿Se puede saber qué sucede?, ¿acaso no recordás por dónde ir? –recrimina Tom al hombre que va al frente de la formación.

–Es que no lo entiendo señor. Era por aquí pero no encuentro la salida.

–¿Acaso no te das cuenta de que si no nos vamos cuanto antes nos va a encontrar el albino? –protesta mientras consulta nuevamente la hora.

El maleante sale corriendo como un perro con la cola entre las patas. Debe encontrar el camino hacia la salida o su jefe lo hará pagar las consecuencias.

Mientras el hombre se pierde en la oscuridad del túnel, Tom se queda con Santiago por si debe protegerlo ante la llegada de Jonás pero al girar sobre sí mismo se da cuenta de que él ya no está a su lado. Enciende la linterna y la mueve de un lado a otro a la vez que dirige su arma en todas direcciones pero, muy a su pesar, no logra ver nada en las cercanías.

La voz de su jefe se escucha en el fondo del pasillo detrás de él.

–No te preocupes Tom, sé cuidarme solo.

Está entre inquieto, defraudado y triste. Se reconoce arrepentido de haber asesinado, quizás involuntariamente, a su mejor amigo pero lamenta aún más la incertidumbre de no comprender la última imagen que vio. No parecían fragmentos de su muerte pero tampoco le agradó verse en una situación comprometida y desventajosa.

Sigue pensando sobre esto cuando a lo lejos escucha un quejido como si fuese un gato atrapado. Piensa que es extraño que haya un animal en ese tipo de lugar por lo que decide ir a investigar cuál es el origen del sonido, mientras hace tiempo para que sus hombres encuentren la manera de salir.

Avanza unos metros hacia el final del pasillo donde el sonido se hace cada vez más fuerte. Ya estando cerca se percata de que no es el sonido de un animal sino que procede de una persona...quizás de un niño o inclusive de una mujer pero no está seguro.

–Hola, ¿hay alguien aquí? –dice con cierto temor.

El piso se siente raro. Con cada paso que avanza siente como si estuviese caminando sobre una laguna en vez de piso de concreto. Observa hacia abajo y ahora comprende lo que siente; está anegado el suelo como si se hubiese roto alguna cañería de agua y de ella hayan salido litros y litros de líquido.

Continúa avanzando cuando golpea contra algo suave en el piso. En un primer momento piensa que es una bolsa o algo similar pero al fijar la vista se da cuenta de que es una persona. Se inclina a tientas en medio de la oscuridad del ambiente palpando lo que encuentra a su paso hasta que llega a tocar lo que parece ser la cabeza de alguien. Recuerda que tiene un encendedor en su bolsillo; lo toma y lo acciona con una mano mientras que la otra la mantiene sobre el cabello de la persona. Lo acerca y con gran sorpresa comprueba que no es un hombre el que tiene ante sí, sino que es su ahijado.

–Alex, ¿estás bien? –pregunta a la vez que le toma el pulso.

Está vivo. Sus pulsaciones son débiles así como su respiración; no obstante está inconsciente. Lo toma por la cintura y con gran esfuerzo logra subírselo a uno de sus hombros. Es un chico joven y no del todo desarrollado, no obstante el peso de su cuerpo lo hace tambalear en más de una oportunidad. Con gran esfuerzo logra llegar a la oficina en la que estaba hasta hace unos momentos y lo recuesta sobre un sillón que hay ubicado casi al final.

El ahijado continúa inconsciente. Su pulso se hace casi imperceptible llegando al punto de, a veces, dudar de que continúe con vida.

Está desesperado. No sabe cómo ni porqué se encuentra Alex en esta situación pero se siente responsable por ello. Tiene que encontrar la forma de revitalizar su corazón para que bombee nuevamente la sangre por su cuerpo de manera natural, pero no sabe como hacerlo.

Tom entra en escena y se dirige hacia su superior.

–Señor, ¿se encuentra bien? –inquiere al verlo inclinado sobre el sillón.

–¿Qué carajo te importa? –grita con voz entrecortada.

–Disculpe, no fue mi intención molestarlo –se dispensa–. Encontramos la salida.

Desoye lo que le dice. Por lo pronto su principal urgencia es revivir a Alex a como dé lugar, por lo que el resto carece de importancia. Camina hacia una mesa a escasos metros y revisa velozmente si hay algún narcótico que pueda serle útil. Mueve todo con sus manos de manera atolondrada casi sin mirar lo que hace provocando que varias cosas caigan al suelo estrepitosamente. Y es entonces que encuentra algo. Mira detenidamente la ampolla que tiene ante sí y no lo duda...el prospecto del medicamento dice que es adrenalina. Casi dándose vuelta toma una jeringa de la mesa mientras camina rápidamente hacia donde se encuentra el joven tumbado en el sillón.

–Abrile la camisa –ordena a Tom que observa indiferente lo que hace su jefe.

Sin saber por qué lo hace rompe de un tirón la ropa del chico y se aparta a un lado dejando el paso libre a Santiago. Con la jeringa llena de líquido se inclina sobre él asestando un golpe sobre el torso indefenso del joven. La aguja se clava directamente en el corazón llenándolo de la sustancia que contiene.

Un grito desgarrador retumba en la sala ahora casi desierta. Los cadáveres que hay en el lugar son testigos impasibles de un quejido que hasta a ellos mismos les hubiese causado pavor, provocándoles que deseen continuar muertos. El sonido parece perdurar como un eco aun cuando el joven haya dejado de gritar hace varios minutos.

Abre los ojos por primera vez. Observa a la persona que tiene enfrente y luego a su alrededor.

–¿Santiago? –pregunta sorprendido–. ¿Dónde está mi papá?

Dios no juega a los dados
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