Capítulo 48

 

 

Ingresa el destino en el GPS y luego de realizar los cálculos muestra a Leo la ruta que deben tomar para llegar a Albacete. Según señala el equipo, el tiempo de viaje a la ciudad es tal cual se lo explicó Aldana.

El aire dentro del vehículo está enrarecido. Es como si una penumbra hubiese entrado por las aberturas del auto desde que salieron de Murcia. Durante todo el trayecto ninguno de los dos dijo una sola palabra. Es tal el silencio dentro del auto que se puede escuchar claramente el sonido que hacen los neumáticos contra el asfalto.

El sosiego es interrumpido por la voz del GPS que les indica que a mil metros deben tomar a la izquierda. Según el plano, los hace desviar para tomar una autovía que los deposita directamente en la estación de trenes de la ciudad.

–Bueno, parece que estamos llegando –dice Leo rompiendo la discreción que hay entre ellos.

–Así parece, ¿no? –se inclina lo más disimuladamente posible hacia delante con la intención de mirar por el espejo retrovisor que tiene a su costado.

–¿Qué estás mirando, amigo? –hace énfasis en la última palabra.

–¿Yo?, nada. Solamente me estaba estirando. Fue un viaje largo y agotador, ¿no creés?

Se prepara a desenmascararlo. No puede continuar soportando la incertidumbre que siente, más al estar a escasos minutos de encontrarse con su hijo secuestrado.

–¿Querés saber si los de la camioneta nos siguen aún? –dice mientras mira por el espejo retrovisor que está por sobre su cabeza–. Pues lamento decirte que eludí a tus amigos hace rato.

El semblante de Santiago cambia radicalmente. Abre la boca con la intención de decirle que no entiende a lo que se refiere pero se da cuenta que es inútil. Su amigo percibe que le oculta algo y con otra mentira más no lo va a convencer. Resignado busca el paquete que tiene escondido en la campera y lo posa sobre sus piernas. Con cierta parsimonia lo abre, toma el artefacto que esta adentro y lo dirige hacia su acompañante.

 

No se percata de lo sucedido. En cambio, su atención esta encauzada en los vehículos que están en la ruta. Quiere llegar cuanto antes a la estación de trenes por lo que conduce a altas velocidades esquivándolos cual piloto de carreras. Solo reacciona al escuchar un golpe sobre el panel frontal de plástico del auto.

–¿Qué fue eso? –pregunta sorprendido al momento que gira la cabeza hacia su derecha.

–Aminora la velocidad, Leo. No quiero accidentes y te necesito en una pieza –la modulación de sus palabras acentúa la frase, difiriendo de su forma habitual de hablar notoriamente.

Abre los globos oculares lo más posible dando la impresión de que están a punto de salirse de su orificio craneal. Sospechaba que su amigo tramaba u ocultaba algo, pero nunca se imaginó que estaba armado y menos aún que usara un arma contra él.

–¿Qué estás haciendo con esa arma?, ¿por qué me estás encañonando? –pregunta entre irritado y temeroso.

Continúa manejando pero ahora más despacio; no quiere realizar una mala maniobra y recibir accidentalmente un disparo.

–Así esta mejor. Ahora cambiate de carril –hace un gesto con el arma para que se dirija a la vía lenta de la ruta.

Marca un número en su celular y lo posa en su oído izquierdo sin dejar de apuntarlo con el arma.

–¿Se puede saber donde están? –no llega a gritar pero la dureza con la que dice las palabras hace mella en cualquier persona que las escuche.

Continúa hablando sin darle pie a que le den alguna excusa intranscendente para él.

–Vengan de inmediato. Estamos a cinco kilómetros de llegar a la ciudad y los necesito cuanto antes.

Corta el llamado y vuelve la mirada hacia Leo.

–Seguro tenés muchas preguntas que hacerme, ¿no?

–Me leíste la mente –contesta socarronamente.

–Bueno, maneja despacio hasta que ellos nos alcancen. Una vez que los vea vamos a la estación de trenes y ahí conversamos.

Consulta su reloj y cruza la vista con el GPS. Por lo que calcula tiene un poco más de veinte minutos antes de que el tren arribe, así que espera que sea tiempo suficiente para que Santiago le explique lo que está sucediendo.

Ambos observan por los espejos retrovisores y alcanzan a ver, a unos doscientos metros, que una camioneta se acerca a ellos a gran velocidad.

–Perfecto, ya llegaron. Volvé a tomar el carril rápido y acelerá.

Transcurren escasos minutos cuando finalmente ambos vehículos llegan a la terminal de trenes. Ingresan en el playón del estacionamiento y dejan los vehículos juntos en uno de los extremos del lugar.

Los cuatro hombres se encaminan hacia el área de boletería. Santiago lleva tomado del hombro a su amigo y los otros dos los siguen detrás a escasos metros de distancia.

–Buenos días señores, ¿en qué los puedo ayudar? –dice simpáticamente la vendedora.

Mira a Leo con una sonrisa burlona al tiempo que le aprieta el hombro donde aún mantiene posada su mano.

–¿Y bien amigo, a dónde vamos?

Lo observa de reojo. No puede creer que su amigo y confidente de toda la vida esté haciéndole esto y aún más con Alex en peligro. El desprecio que siente por él nunca lo había sentido por ninguna otra persona.

–Cuatro boletos para Valencia. Este es el código del tren que debemos tomar –entrega un papel en donde tiene anotada la información del tren en donde viene su hijo y Aldana.

–Valencia, ¿eh?, ¿así que ahí es donde está escondido el pitufo? –piensa en voz alta.

–¿Y ese quién es? –la intriga se puede apreciar en su rostro.

–¿Cómo que quién es?, ¿no lo conocés?, es el responsable de estar buscándote y de haber secuestrado a Alex.

–Pero no entiendo, ¿vos no estás con ellos acaso?

–¿Yo?, jajajá –la risa se puede escuchar a varios metros de distancia–. No, todo lo contrario.

–¿Pero entonces vos cómo cuadrás en todo esto? –entiende cada vez menos lo que sucede a su alrededor.

–Yo querido amigo soy el segundo de la Cofradía Salomónica, y vos me vas a ayudar a ser el primero.

Dios no juega a los dados
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