Capítulo 57

 

 

–Finalmente llegaron –se escucha una voz tenebrosa por unos parlantes que les da lo que parece ser una bienvenida.

El lugar es lo más parecido a un laberinto subterráneo; sombrío, estrecho y con recovecos en todas direcciones. La falta de luz natural no sólo hace que el lugar sea más tenebroso aún de lo que es realmente sino que ocasiona incomodidad a cualquier persona que ingrese allí por primera vez. Este panorama se puede observar en Alex, el cual comienza a exteriorizar síntomas de claustrofobia y desesperación. Es entonces que Jonás posa su brazo sobre el hombro del joven con la intención de contenerlo y tranquilizarlo.

Tanto Dimitri como el resto de sus hombres se quedan sorprendidos por la actitud de su superior. No es un rasgo característico en él ser benevolente con los demás, y menos aún por un chico al que secuestró para llevárselo a DuPont.

Al llegar a la esquina del corredor se detienen por un instante. Es donde los ojos de los que transitan por allí se deben acostumbrar a la oscuridad absoluta para luego ingresar a la habitación principal del complejo.

Las puertas se abren de par en par y un haz de luz sale hacia ellos causando un fuerte impacto sobre sus pupilas. Jonás estaba al tanto de lo que iba a suceder y estaba prevenido; cerró sus ojos justo en el instante previo a que las puertas se abrieran y le indicó al joven que tenía a su lado que hiciese lo mismo. En cambio, a los demás no les mencionó nada al respecto y estos sintieron como si un rayo penetrara por sus ojos encegueciéndolos al instante. Sólo luego de varios minutos de frotarse los ojos con ahínco es cuando pueden abrirlos sin sentir molestias.

Lo conoce como una persona despiadada, sin sentido del humor y sabe que este tipo de acciones le causa cierto morbo al pitufo. Le fascina ver cómo produce daño a otros y se regocija con ello.

Paulatinamente van ingresando al gran salón, de a uno por vez. Primero ingresa Jonás con Alex, luego Christian y por último son seguidos por el resto de sus hombres. A medida que estos acceden se van situando sobre uno de los laterales para no molestar a nadie y pasar lo más inadvertidos posibles.

El viejo ni se interesa en ellos sino en los primeros que ingresan. Desde el punto de vista de DuPont, los hombres de Jonás son como hormigas obreras que realizan el trabajo pesado, insignificantes pero útiles para lograr los objetivos deseados.

Al igual que el resto de sus compañeros, el ruso es la primera vez que se encuentra en ese sitio. No puede dejar de mirar en todas direcciones, extrañado por el ambiente en que se encuentra. No duda que el aspecto del lugar refleja lo mentalmente enfermo que está su dueño y le da cierto estremecimiento.

Observa que frente a él están hablando su comandante y el viejo. No llega a escuchar lo que conversan, por lo que decide continuar estudiando el entorno. En el fondo puede apreciar una sala vidriada separada del resto del lugar y en ella puede distinguir gran cantidad de equipos de diversas dimensiones y formas. No necesita ser especialista para darse cuenta que son instrumentales científicos complejos y se complace en no ser un conejillo de indias para los experimentos de DuPont.

Las voces delante de él lo hacen volver a la realidad. El sonido de la discusión que se está gestando es leve pero severo a la vez. Una señal de su jefe a la distancia le da a entender que tanto él como el resto del equipo se deben retirar. No lo duda un instante y emprende el camino hacia la salida, no sin antes volverse para dar un último vistazo a las personas que participan en la disputa.

 

La camioneta se detiene sobre un costado de la ruta a unos cien metros de la entrada principal.

–¿Está seguro de que es aquí? –consulta el chofer.

Revisan nuevamente el equipo y según figura en el mapa es el lugar indicado.

–Sí, es allí –señala con su dedo hacia una edificación moderna que se erige frente a ellos.

–¿Qué es este lugar? –cuestiona Aldana mirando por encima de los que están delante de ella.

–Al parecer acá trajeron a Alex cautivo, y por consiguiente es donde se esconde mi mayor enemigo –explica Santiago sin darse cuenta de a quien le habla.

Leo ya ni menciona el tema. Está consciente de que aunque colabore con Santiago en lo que le pida este no lo va a ayudar a salvar a su hijo, por eso hace tiempo que decidió resolverlo por su cuenta...tan solo espera el momento oportuno para actuar.

La construcción que se emplaza a su derecha no es una sola sino que, por lo que pueden observar, es un complejo imponente en el cual hay construidos varios edificios. La entrada principal tiene un cartel que describe el nombre del lugar: Ciudad de las Artes y las Ciencias. La zona comprende varias hectáreas que ocupan todo el complejo, incluyendo edificios, lagos y arboledas.

Todos en la camioneta se quedan sorprendidos por la imponente y moderna edificación.

Una multitud de personas se encuentra recorriendo el complejo. Desde una punta a otra los turistas recorren el área en todas direcciones, similares a las hormigas cuando alguien destruye su colonia, salvo que en esta situación las personas pasean y no corren desesperadas.

El chofer consulta el dispositivo y, por lo que puede apreciar, el grupo de Jonás se encuentra en las proximidades del último edificio del complejo.

–Entremos, y no hagan nada que llame la atención, ¿de acuerdo? –el aviso va dirigido a los ocupantes que se encuentran en la parte posterior de la camioneta.

Con cierta parsimonia descienden del vehículo con la certeza de que si no obedecen las órdenes van a sufrir las consecuencias. No tanto por Leo, que en cierta medida lo necesita el ahora líder de la Cofradía Salomónica, sino por la licenciada que se puede considerar prescindible en esta operación.

Leo está al tanto de esto y en parte está preocupado por ella. Como ya sabe fue la iniciadora de que toda esta marejada de traiciones y desventuras se lleven a cabo pero no puede negar la ayuda que le está brindando para solventar el daño causado. Además, últimamente está sintiendo cierta simpatía por ella; no solo por el interés en el asunto sino porque lo contuvo en los momentos de oscuridad que está atravesando.

Ingresan al complejo y se dirigen a la ubicación indicada en el mapa. Transitan varios metros hasta que llegan a la última edificación denominada L’Oceanográfic. El dispositivo de rastreo posee coordenadas tanto en el plano horizontal como en el vertical y, según se observa, lo que tanto están buscando se encuentra emplazado en una cámara subterránea por debajo del edificio principal.

–Ya sabemos dónde están –comenta regocijado Santiago al resto–. Ahora estudiemos el lugar...por la noche entraremos.

Dios no juega a los dados
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