Capítulo 64
Transcurrieron escasos minutos desde que recibió el golpe en la frente cuando vuelve en sí, dolorido y atormentado por el ataque de Santiago.
No mueve ningún músculo, casi ni siquiera para respirar. Desde el suelo puede ver que Aldana está aún atada a la silla a su lado, lagrimeando desconsolada. Es evidente que nunca vivió algo similar a esto y sus nervios están jugándole en contra, aunque ahora que lo piensa mejor, él tampoco pasó por una situación semejante.
A lo lejos escucha la voz del hombre que se quedó con ellos. No llega a entender el idioma en que habla por el teléfono, pero por el tono de voz llega a pensar que es un individuo joven y riguroso.
El sollozo de Aldana hace que regrese la mirada hacia ella, y es entonces cuando comienza a pensar la forma de escaparse de ahí junto con la licenciada.
Inmóvil aún, hace un paneo con sus ojos por el lugar. Se da cuenta de que la iluminación en el ambiente es escasa; esa noche hay luna nueva y los faroles de la calle están apagados, por lo que ingresa poca luz desde el exterior. Viendo esto sonríe para sí; el ambiente sombrío y lúgubre le concede la ventaja necesaria para actuar sin que el matón se dé cuenta y así liberarse del encierro.
Con sumo cuidado susurra el nombre de su compañera esperanzado con que el mercenario no se percate del ruido. Al segundo intento ella lo escucha y gira la cabeza. En el instante en que cruzan sus miradas Aldana sonríe y llora a la vez. Es una mezcla de nervios y alegría por ver a Leo sano y, lo más importante de todo, consciente.
Justo en el momento en que ella va a pronunciar su nombre, Leo hace un gesto con los labios advirtiéndole que no hable. Entiende el mensaje como si sus mentes fuesen una sola y cada uno supiese lo que el otro piensa o quiere.
–No hagas ruido –murmura Leo–. ¿Dónde está el matón?
–En la ventana hablando por su teléfono –contesta en el mismo tono.
–¿Está mirando hacia acá?
–No, está de espaldas.
–Bueno, quiero que hagas esto.
Le relata su idea siempre manteniendo el tono de voz bajo para que no lo escuche el otro hombre. Cuando termina de explicárselo, Aldana lo observa con ojos temerosos que denotan preocupación.
–Va a salir todo bien –dice Leo al mirar su estado de ánimo–. Confía en mí.
Resignada toma coraje y pone en ejecución el plan ideado por Leo, rogando que salga como esperan.
–Perdón, pero tengo sed –dice al hombre que está en la ventana.
Este gira ni bien escucha que la mujer le habla. Corta el llamado y guarda el celular en su bolsillo a la vez que se acerca hacia la licenciada con paso decidido y firme.
Unas palabras incomprensibles para ella llegan a sus oídos. Ni siquiera llega a entender en qué idioma está hablando, y menos interpretar lo que le dice.
–No entiendo –tiembla al tener frente a sí al hombre.
Sigue hablándole en un lenguaje extraño, cada vez más enérgicamente. A medida que las frases se hacen más largas, el hombre corpulento se pone impaciente; gesticula con sus brazos moviéndolos en todas direcciones pero sin darse a entender.
–Agua –Aldana espera unos segundos y vuelve a hablar–. ¿Water? –dice finalmente.
Piensa que es una palabra común en inglés y que quizás así la entienda; si no, el plan de Leo no va a dar resultado.
El hombre gira sobre sus pasos, fastidioso, molesto, mascullando frases en una lengua desconocida pero que evidencia un enojo desmesurado en él. Lo ve desaparecer, por un instante, de la habitación y piensa lo peor, que todo está perdido.
–¿Y ahora qué hacemos? –reclama asustadiza a Leo que sigue tirado a su lado.
–Tranquila, seguramente te entendió y fue a la cocina –murmura.
Se escuchan unos pasos. Se callan en el momento en que el hombre cruza el umbral de la puerta de entrada sin que éste los haya escuchado. Se acerca a la licenciada con un vaso en la mano y respira aliviada...no fue a buscar su arma como había pensado.
Bebe el agua con cierta dificultad ya que tiene las manos atadas a su espalda, por lo que el matón la asiste inclinando el vaso a medida que toma el líquido. Antes de terminarlo mueve su cuerpo simulando un ataque de nervios, quizás causado por la situación en que se encuentra. Esto hace que el hombre se agite por el movimiento volcando la bebida encima de la camisa de Aldana.
La licenciada no es una mujer común de ciencias. Todo lo contrario, es una mujer llamativa desde lo sensual que trasluce su físico; rubia, de rasgos marcados, piernas delgadas y torneadas, cadera pronunciada. Sin embargo, lo que más llama la atención a cualquier persona que esté con ella es la medida de su busto. Siempre se sintió vergonzosa de ellos al punto de creer que sus logros profesionales se debían más a sus atributos físicos que a su intelecto y eso la hacía menospreciarse a sí misma. Siempre quiso que la tuvieran en cuenta por su inteligencia, no por su cuerpo y no lo puede evitar. Muy a su pesar es una mujer atractiva ante los ojos de cualquier hombre, y el matón no es la excepción.
Al derramarse el agua sobre el pecho, el líquido causa que la camisa se pegue sobre su cuerpo haciendo resaltar el busto de la licenciada lo cual no pasa inadvertido por el mercenario.
Se queda tenso ante la imagen que tiene enfrente. El sutien se trasluce a través de la camisa mojada dejando a la luz el busto y ello lo pone nervioso. Ninguna de las prostitutas que tuvo durante su vida se compara en lo más mínimo a la mujer que tiene ante sí. Un deseo animal y lujurioso lo invade; sus instintos más bajos asoman a la superficie haciendo que sus sentidos dejen de estar alertas por el entorno y se enfoquen a prestarle atención a la mujer que tiene a su merced. Se abalanza hacia su presa sin pensarlo, confiado en su fuerza y en la posición ventajosa que tiene. En el instante en que se inclina hacia ella escucha un grito detrás suyo y antes de lograr darse vuelta, un fuerte golpe en su espalda lo arroja hacia delante. La fuerza del impacto causa que caiga encima de la mujer tirándola a ella también al suelo. Hace fuerza con sus brazos contra el suelo para incorporarse pero un segundo golpe, ahora a la altura de la cabeza, lo desploma nuevamente contra el piso dejándolo inconsciente.
Siente cómo alguien la desata de la silla y la ayuda a incorporarse, empujando el cuerpo desmayado del matón hacia un costado.
–Vamos Aldana, ahora me tenés que ayudar con mi hijo –dice su redentor.