Capítulo 20
Su comandante ya se fue del departamento. Está solo y aburrido esperando que Leo se haga presente. Piensa en él y siente un poco de lástima por ser otra víctima más de DuPont pero nunca intercedería por un extraño cuando su comandante se lo ordena. Es tal la devoción por el albino que jamás cuestionaría una orden suya, por más extraña e imposible sea.
Recuerda la vez que estuvieron en Portugal sometiendo a tres científicos que no habían logrado conseguir un experimento para su jefe. El pitufo, como lo habían apodado a DuPont por su color de piel, no toleró que le fallen y los mandó a torturar. Jonás le ordenó que vea la forma de hacerlos sufrir lo más posible, y sin dudarlo lo hizo.
Aquella vez aplicó lo que aprendió en las guerrillas de Centroamérica; puso a los tres científicos en un cuarto herméticamente cerrado, sin ventanas ni puertas con tan solo una pequeña luz roja en el techo. Con el pasar de los días, sin alimentos y sin agua, los científicos empezaron a divagar en sus pensamientos. La escasez de aire y el ambiente tenebroso ocasionaba que sus mentes perdieran la cordura y la humanidad haciendo relucir el instinto animal de supervivencia que tienen todos los seres vivos. El científico más joven, consciente de la situación que causa la falta de oxígeno, mató a los otros dos con sus propias manos logrando así unos días más de supervivencia. Inútil y sin sentido, ya que luego de dos semanas de cautiverio murió sin la mínima posibilidad de ser liberado.
Recorre el departamento en búsqueda de alguna botella de alcohol pero no encuentra nada interesante, tan solo un par de cervezas de mal gusto en la heladera. Maldice en voz baja a Leo por no tener algo de buena calidad pero eso es mejor que nada; sin otra opción, toma una de ellas y se sienta en el sillón del living. Toma su celular y vuelve a marcar el último número al que llamó cuando su comandante lo interrumpió en su departamento.
–Hola, ¿cómo estás?; sí sí, disculpame que antes te corté abruptamente pero llegó él y no podía seguir hablando.
Se quita el calzado y apoya los pies sobre la mesa ratona acomodándose sobre el respaldo del sillón como si fuese el dueño del lugar.
–Estoy esperando a un pobre tipo... Sí, otro más que quiere el pitufo.
De soslayo observa la base del teléfono inalámbrico del departamento y le llama la atención una mancha que está en uno de los botones del aparato.
–Luego te llamo –se excusa a la vez que no quita la mirada al teléfono.
La persona al otro lado de la línea le llega a decir algo pero David no escucha y corta la comunicación.
Se acerca y se da cuenta de que la mancha es de sangre. Por lo que puede observar tiene la forma de un dedo y está sobre el botón de reproducción de mensajes del teléfono.
Gira sobre sus pasos y se encamina hacia el dormitorio. Primero inspecciona las manos de la adolescente y no ve restos de sangre. Entonces se agacha para revisar las del hombre que yace junto a la cama y comprueba que el dedo índice de su mano derecha está manchado con sangre fresca, seguramente de la chica que mató.
“Qué extraño, ¿para qué querrías escuchar los mensajes de este tipo?” –piensa mientras gira la cabeza para mirar nuevamente el teléfono.
Vuelve sobre sus pasos hacia el living y presiona el botón de mensajes. Termina de escuchar lo que dejó grabado Eduardo e instantáneamente toma su celular. Marca el número de su comandante y luego de varios intentos este responde.
–¿Qué demonios sucede?, estoy ocupado –grita Jonás por el auricular.
–Disculpe señor pero creo que necesita escuchar esto.
Ubica el micrófono del celular cerca del parlante del teléfono y reproduce nuevamente el mensaje que está grabado. Una vez que este termina pone el celular sobre su oído para escuchar lo que le indica el albino.
–Bien hecho David, es información útil. Borrá el mensaje y esperá a Leo como te lo ordené.