Nadie encuentra Agartha. Es Agartha quien conduce hasta ella a aquellos a los que elige. ¿Pero para qué? ¿Para qué si una vez que llego hasta sus puertas no se me consiente rebasar el umbral? Tengo la sensación de que es mi propia vida quien me lo impide, mi vida pasada. La siento detrás de mí, encadenándome a los episodios nunca resueltos, exigiéndome su resolución final y repitiéndome una y otra vez: hasta que no los resuelvas no pasarás, no pasarás, no pasarás…
Es enloquecedor… Carmen reaparece en Tara, Qumrán vuelve a ser Tielontang… Vuelven los esenios, vuelve Jesús el Cristo, las tinajas de barro negro vuelven a abrirse y las respuestas parecen levantarse de la losa de Mulbek, como estas arenas amarillas del desierto que nublan toda visión de lo real. Me he pasado toda la vida intentando descifrar el gran enigma, y ahora, sólo después de este viaje, comienzo a pensar que tal vez no se trata de resolver el gran enigma, sino de incorporarlo al mío, a mi yo esencial. Entonces me convertiría en parte del misterio, viviría en él en vez de frente a él.
La aceptación es parte de la solución. La aceptación es el comienzo de la iniciación. Unirse al misterio. Unirse a la vida como un dios que se funde con su creación, y descubrir que todos formamos parte de un latido que se prolonga desde las bacterias a los ángeles, y más allá. Estamos siempre a caballo entre dos mundos. Este es el significado más profundo de la palabra humano. Caminamos sobre la tierra, nadaremos como peces a través de los cielos. Verdaderamente somos hijos de una raza solar cuyo destino es el signo del Pez, es decir, el Infinito. Saberlo, descubrirlo en ti, es eso los que nos hace inmortales.
Constrúyete desde dentro como un ser de luz y verás llover maná del cielo. Ese maná que es el mana, la fuerza interior que le consintió al Cristo la resurrección y la transfiguración en el Tabor o en Tíbet, la Gloria de Dios.
Todos llevamos esa fuerza latente, dormida como el manantial escondido que espera la invocación. Energía crística, fusión de mente, alma y espíritu en un átomo esencial, tan diminuto como una semilla de sésamo, cuya potencia sin embargo, si la despertásemos, desencadenaría la eclosión de mil soles. Nadie que haya accedido a esta nueva visión puede seguir viviendo la misma vida una vez que despierta. Siento que lo que sé me excede. Este conocimiento nuevo me desafía, me amenaza, tal vez acabe conmigo, pero ya no puedo retroceder.
Sí, es así: sólo cuando nuestras propias vidas están amenazadas es cuando comenzamos a vivir. Cuando vemos al fin que las estrellas avanzan hacia nosotros, hasta las más distantes.