Fue entonces cuando escuchó aquella voz, después de tanto tiempo:
–El hijo que esperabas ha nacido ya.
La voz le llegó como una caricia en la oscuridad. Una caricia aterradora. Manuel fue incapaz de abrir los ojos.
–¿El hijo? ¿Qué hijo…? – exclamó, agitándose en su lecho-. No puede ser… No puedes ser tú.
–Tu hijo ha nacido esta noche, y se llamará Manuel -insistió la voz, acercándose un poco más-. Manuel, como Manú, el hijo de la luz del mana.
Cuando al fin consiguió despegar sus párpados, le hubiera sorprendido menos encontrarse a Carmen con un niño recién nacido en su regazo. Era Tara. ¿La misma Tara que desapareció en vísperas de su viaje a Tielontang? No, en ese tiempo se había producido en ella una transformación. Sus ojos rasgados revelaban otra mujer, una mujer-niña que hubiese llegado a su madurez, como esa sonrisa que seguía siendo dulce, pero velada por una extraña tristeza. Sobre todo cuando repitió esa frase, como un conjuro: «Tu hijo ha nacido ya, y se llamará Manuel». ¿A qué hijo se refería? ¿Qué clave le estaba transmitiendo?
A la luz del cabo de vela, aquellas palabras parecían dibujar un círculo místico alrededor de los dos. Y dentro del círculo, envuelta en esa atmósfera casi táctil, Tara siguió hablando:
–Tu hijo ha nacido ya. Pero tú, Nájera San, debes morir. Se acerca tu tiempo de morir…
–¿Morir? ¿Pero por qué?
–Porque has profanado el conocimiento sagrado. Te dije que no fueras a Tielontang, te previne para que no perturbaras el sueño de los durmientes. Tara quería salvarte, pero tú no escuchaste a Tara…
Tara acabó de desnudarse, entró en su lecho. Viendo su rostro tan cerca, Manuel sintió como si sus tatuajes formaran parte de la respuesta, y en su piel estuviera cifrada la clave de todos los enigmas. Tal vez era eso lo que estaba ofreciéndole como si fuera su hijo físico, pues a medida que le acariciaba con sus viejas artes de khadoma, el masaje ritual que sube por toda su columna hasta el hipotálamo, él sintió que un verdadero alumbramiento atravesaba su mente y se abría dentro de ella, como el rayo penetrando en el loto una noche estrellada.
–Querías saberlo todo, Nájera San… Lo querías más que a Tara, más que a tu propia vida. ¿Sigues queriendo llegar hasta el final?
–¿Por qué me lo preguntas, si dices que has venido para matarme?
–Escucha a tu hijo, al niño de luz que está naciendo dentro de ti. Escúchalo y sabrás. ¿Es que no lo oyes? Él trae todas las respuestas…
–Sólo te veo a ti, Tara, sólo te tengo a ti…
–Cierra los ojos, escucha… La luz de tu hijo atraviesa el Libro de Piedra y el Libro de Cristal. Todo es raíz y fruto de la misma historia… ¿Quieres que te la cuente?
–De acuerdo, cuéntamela y mátame después, como aquella vez.
–Los cinco animales de la losa, ¿recuerdas?, son los cinco budas de nuestra tradición, pero también cinco skandhas, cinco grados de perfección, cinco claves del camino… Los cinco personajes del Libro de Cristal son los mismos.
–¿Cinco? Atman y Mahatissa, Bhakti y Baabat, sólo suman cuatro.
–No has entendido nada. Cierra los ojos, escucha a tu niño de luz… Atman no es Atman. Su nombre es Atmana, el mensajero del mana, la unión de Atman y Brahman, la fusión del principio del universo y el primer latido del hombre… El primer paso del Caminante unido al de su Continuador. ¿Entiendes ahora?
–No, no entiendo…
–Escucha: Atmana significa vuestro Cristo y nuestro Buda en un solo avatar, Maitreya, que es también el quinto elemento, el quinto evangelio. El Evangelio de los Fundadores…
El Evangelio de los Fundadores, se repitió Manuel sin reparar en que su corazón había dejado de latir. En efecto, Tara había venido para matarle o él había comenzado a morir, pues presentía que todo aquello era cierto. A la luz de aquel cabo de vela, siguió preguntando.
–Y Bhakti y Baabat entonces, ¿son lo que estoy pensando?
–Sólo en parte. Has acertado al pensar que Baabat es el gemelo de vuestro profeta, el que vino hasta aquí con él. Pero también es el discípulo predilecto de Buda, el que reempredió su camino desde aquí…
–¿Quién es entonces Bhakti?
–Bhakti es la fusión de todos ellos en un hombre nuevo fuera del tiempo. Aquel que será fecundado según el principio del amor absoluto. Aquel que será llamado a fundar un reino nuevo.
–¿El reino de Agartha?
–El reino de Agartha se funda cada día dentro de ti. Eso es Agartha, el estado de conciencia que precede al gran retorno. El que llega allá detiene la rueda del Samsara y entra en el Nirvana-Madre, que es el Origen.
–Ya, por eso dejaron dos libros, uno de sabiduría pura y otro de enseñanzas para el camino, ¿no es así?
–Así es, prajna y dharma, la doctrina de la sabiduría y la guía del camino, esos son los dos libros. El primero lo escribió Baabat sobre piedra y Bhakti escribió el otro sobre cristal. Pero cada libro es también una puerta que se corresponde con otras dos puertas, aquí, en Mulbek, la de la vida y la de la muerte.
–¿Dos puertas? Veo la puerta de la vida sobre la cabeza del gran buda rojo. Pero la puerta de la muerte, ¿cuál es? ¿Dónde está?
Tara no respondió con palabras. Se lo dijo presionando sus pulgares sobre su nuca. El dolor le hizo cerrar los ojos. Entonces vio esa puerta bajo sus pies. Y al verla, apenas entreabierta, un escalofrío le recorrió la médula. ¿Qué era eso que brillaba? ¿Parte de un rostro? ¿Un rostro o una máscara?
–Acéptame una pregunta más, Tara, sólo una…
–Está bien, pregunta. Será tu última pregunta.
–¿Quién es Mahatissa?
–¿Mahatissa? – repitió Tara, sorprendida de que ignorase hasta lo que ella consideraba más evidente-: Mahatissa es la mujer virgen que acompaña al Caminante. La hija de reyes que le acompaña en su camino, y le da un hijo sagrado, hasta que se abren para ellos las puertas del Reino.
–Pero Jesús jamás hizo el amor con ninguna mujer…-Manuel estaba convencido de la falsedad de todas las teorías que frivolizaban con eso: Cristo había hecho el voto de los esenios nazarenos, el sexo era la muerte para dios-. No pudo fecundar un hijo en el vientre de una virgen…
–¿Y quién te ha dicho que se trata de un hijo de carne y sangre? ¿No acabo de revelarte que tu hijo ha nacido ya y tú aún no lo ves? ¿No acabas de oír que Atmana supone la fusión de nuestro Buda y vuestro Jesús en un solo avatar? Atmana es el Maestro Supremo, como Maitreya fue su Continuador en su tiempo… y Bhakti en todo tiempo futuro. ¿Entiendes ahora? El Continuador de Buda y de Jesús, de Atmana y de Maitreya, es todo aquel que despierte esa luz virgen en su corazón y se dé a luz a sí mismo y se convierta en Bhakti. Igual que tú eres Mana, el manantial de luz que llevas cifrado en tu nombre.
Manuel lo estaba viendo todo, como si Tara estuviese proyectando dentro de su mente la película de ese regreso de Cristo al Tíbet, al corazón del mundo. Con Él regresaba a su trono el príncipe de una estirpe milenaria de fundadores de la que procedían todos los mitos, de Atman a Arhiman, de Buda a Maitreya, de Krishna a Cristo. Siempre ese avatar inmortal que tras morir sacrificado renacía inmediatamente como niño divino en un nuevo Portal de Belén, en la Puerta de Mulbek.
Nunca había oído nada semejante, ni tan maravilloso. Ni tan aterrador a un tiempo. Pues, en ese punto de su visión, con el primer silencio de Tara, apareció un rostro con los ojos abiertos, dentro de una tumba.
–Entonces, ¿ese rostro?
–Sí, es quien estás viendo, Nájera San. Ya lo sabes todo, no puedo revelarte más. Ni una palabra más.
Tara sigue hablando de otra manera. Su voz se funde a su cuerpo, y a medida que entra en él se diluye en su oído como un narcótico.
Cuando el rayo entra en el loto, la luz llega hasta las raíces de la vida y la vida se llena de luz, florece y da fruto.
Todo sucede dentro de ti, el mundo es tu creación, tú eres padre de ti mismo y tu propio hijo.
Cierra los ojos. Aprende a mirar por los suyos, fortalece tu corazón con su latido. Mira cómo fluye el loto en la corriente de la vida, mira el rayo dorado que atraviesa sus pétalos y se refracta en el agua como arcoiris, azul violeta, oro líquido, como los cielos que despiertan dentro de ti. Imagina. Sueña. Escribe. Nadie se ha atrevido a imaginar hasta dónde puede llevarnos la vía de los poderes que duermen dentro de cada uno de nosotros, y que hace semejantes a los hombres y a los dioses. Tu dios, como el mío, sólo fue Dios porque se atrevió a imaginarlo todo.
Me atrevo a imaginarlos así a medida que avanza la consumación de esa noche. Manuel siente que dentro de Tara se abre un sendero y que ella vuelve a ser su guía. Le habla con su cuerpo y con su sexo, con una intensa irradiación de amor. Ahora es ella quien le fecunda y él quien concibe. Cada pregunta, cada respuesta, supone avanzar un paso más en esa traducción que implica el desciframiento de su propia vida. Todo sucede sin palabras. En silencio anudan sus cuerpos, hacen el amor con una pasión profunda. A horcajadas sobre él, en la oscuridad, Tara llora sin lágrimas como si esa entrega le produjera un intenso dolor. Se trata del ritual previo a un parto al revés, como si fuera a darlo a luz nuevamente esa noche. También Manuel presiente que su historia con Tara se está acabando, y le coge la cabeza con sus manos, acaricia su pelo y besa sus ojos susurrándole una mentira: siempre estaremos juntos, siempre nos querremos así. Ella deja escapar un suave gemido, arquea su cuerpo y se pega a él sintiendo cada latido, envolviéndole con su sexo suave y sedoso, besándole hasta que los dos estallan en un orgasmo tan lleno de luz, tan largo y tan intenso, que se sienten transportados fuera del mundo, hasta el corazón de una estrella.
–Ahora está bien -exclama Tara-, ahora aunque mueras, ya no morirás.
Manuel la abraza y trata de besarla, pero ella rechaza el beso. No muy lejos, en lo alto del acantilado, la puerta de Mulbek se cierne sobre ellos como un desafío. Y como un hijo nacido de sí mismo, un espíritu nuevo se alza del cuerpo de Manuel. Gravita un momento sobre su cabeza, atraviesa los muros de la lamasería y asciende hasta la caverna donde duerme el Libro de Cristal, y se enciende como llama sobre el gran Buda rojo, envuelto en una irradiante esfera de luz, se diluye en el espacio que palpita dentro de la gran puerta.
Mil metros más abajo, después de hacer el amor con Tara, Manuel presiente su muerte. También él ha iniciado una singladura definitiva, tras zambullirse en otra dimensión de la vida. Así comenzará su último viaje, un viaje sin retorno hacia una realidad mágica donde lo visible y lo transparencial se mezclan, como la roca y el cristal de roca. Donde al fin se revelan todas las claves.