Escuchó a Nájera sin refutar aquella teoría que se le antojaba, cuando menos, demencial. Luego miró al techo, después a su cerveza y por último a su colega. Antes de hablar desplegó una sonrisa condescendiente.
–No me digas más: ya veo la concordancia entre el poder de las estrellas, la energía mana de la que irradiaba la gloria de Dios contenida en el Arca de la Alianza y, en fin, esa geografía maravillosa donde se triangulan los más fantásticos centros de poder. Naturalmente, como Noé tras el Diluvio, Moisés a través del desierto, y los tres Reyes Magos, también los nestorianos seguían una estrella. ¿Cuál? La primera estrella, la estrella Origen, la estrella del Pez y del Cordero en cuya bisectriz se sitúa, ni más ni menos, la subterránea y supercríptica cosmópolis de Agartha, el eje del mundo. It's wonderful, my dear! -prosiguió, cada vez más sarcástico-. No entiendo cómo no te nombran de inmediato gran maestre del Priorato de Sión, pues al fin te ha sido revelado el gran secreto cifrado en Qumrán y preservado en la mítica biblioteca de los cananeos ¿No es así?
»La raza humana no tiene nada de humana, en realidad se trata de una raza solar dotada con un inmenso potencial y un destino cósmico. La clave consiste en encadenar nacimientos hasta una progresiva desmaterialización. Así nos convertiremos en ángeles y luego en estrellas, como dice tu traducción, «pues en el destino del hombre está escrito llegar al corazón del universo para ser soles nuevos». En el fondo, todo esto no es más que una elemental cuestión de genética interplanetaria…
Pese al sarcasmo de su colega, el gesto de Manuel continuaba siendo extrañamente cálido y conciliador.
–Por un instante, John -le dijo, utilizando su nombre por primera vez-, he llegado a pensar que hablabas en serio. Ya veo que no, y es una lástima. No porque seas incapaz de creer en algo que no figure en tus manuales, sino por lo poco que te respetas a ti mismo: si te conocieras un poco y supieras lo que eres capaz de hacer, no estarías aquí sentado, esperando a que los viejos babuinos de la Gulbenkian te concedan una de sus medallas de hojalata, el premio al primero de la clase, por haber descubierto el Libro de Cristal.
–Naturalmente, me hubiera adelantado y estaría ya dominando las Tierras de Poder, como Sean Connery y Michael Caine en El hombre que pudo reinar.
»Tu cinismo no es más que una defensa, John, igual que tu ciencia para ciegos. No la utilizas para saber, sino para defenderte de todo lo que te inquieta. Cuando sueñas, si es que sueñas, seguro que tu alma te dice que estás aquí intentando recuperar algo perdido. Pero con sólo imaginar qué, te despiertas aterrorizado y te refugias en tus biblias agnósticas, en tus decálogos donde te pone muy claro qué se puede pensar y qué es lo impensable, y eso te tranquiliza. Sólo sabes ver con la mente, pero la mente sólo ve lo que le dices que vea. La mente no puede abrir los ojos y ver más allá.
Consecuentemente, no te atreves a imaginar un mundo diferente al que te han contado. No hay más que echar un vistazo a tus trabajos: la repetición de la repetición, el monólogo del loro ilustrado. Te empeñaste en ser un gran arqueólogo, el mejor del mundo, y fracasaste. Pues probablemente tu fracaso sea lo mejor que te ha sucedido: lástima que no supieras aprovecharlo. Te equivocaste en Qumrán, pero hubieras debido seguir adelante. Al final, seguro que habrías acertado, encontrando tu propia puerta. Pero en lugar de eso, te dejaste vencer, y te has convertido en el gran inquisidor de toda visión que no coincida con la de tus verdugos…
»Algún día, en este mundo de cretinos tecnológicos, todo dejará de funcionar, y sobrevendrá una oscuridad como no se ha conocido en toda la historia de la humanidad. Entonces hasta los ciegos se quitarán la venda de los ojos y serán testigos de una nueva visión, en la que veremos las puertas que se abren entre ésta y otras dimensiones, y que superarán todo nuestro saber actual. Y entenderemos. Descubriremos científicamente que la vida es un crecimiento infinito, de lo físico a lo metafísico, de la materia a la mente, de la mente al espíritu, es decir, de la losa de piedra al Libro de Cristal, y de los pies del Buda a la puerta sobre su cabeza, porque en esta vida los comienzos y los finales sólo son pasos en un camino eterno: el camino lo es todo, ese camino del que hablaban el Cristo y el Tao, el camino que primero es aceptación y luego revelación y después…
»¿Y después qué? ¿Transfiguración del hombre al ángel, fusión con el sol y las estrellas, expansión cósmica…? ¿Pero a ti qué más te da? Tú no admites estas cosas, te tapas los oídos para no escuchar, te amputas los pies para no caminar, como te has extirpado el alma para sobrevivir en tu confortable miseria espiritual. A cambio de una buena paga te has convertido en el guardián de una ortodoxia en la que no crees. Todo por no atreverte a mirar hacia adentro y averiguar quién demonios eres. ¿Pero qué hay dentro de ti a lo que le tienes tanto miedo? Pregúntatelo y hazle frente. Atrévete, porque atreverte ya es para ti una cuestión de estricta supervivencia. Muchas veces en la vida el que queda sepultado por el terremoto es el cobarde que se agazapó bajo una pared, muerto de miedo y angustia. Es inútil que te refugies detrás de esas murallas mentales. Fuera, siempre hay un caballo de Troya esperando que le hagan rodar. Y cuando eso suceda, ¿qué será de ti? ¿Dónde buscarás la seguridad, la certeza, el dogma protector? Entonces verás que no existen, y echarás a correr en busca de una salida sin saber que sigues atrapado en el laberinto de espejos de tu propia pesadilla, y así descubrirás que lo único que te rodea son imágenes deformadas de tu propio yo, y te volverás loco, loco de dolor y de amargura. Escúchame, John, tú mismo te has castrado, y después dirás que alguien te ha cortado los cojones.
Cuando Manuel concluyó su monólogo Kupka abrió su agenda, y preguntó apenas con un hilo de voz:
–No recuerdo para cuándo me has dicho que necesitas esa visa…
–¿Podría ser para mañana? – respondió Manuel con la misma asepsia.
–Haré todo lo posible para que puedas disponer de ella esta misma noche.
–Y yo te quedaré eternamente agradecido…
La puerta del pabellón prefabricado se cerró con un encaje perfecto. Y en cuanto se cerró, Kupka descolgó el teléfono.
¿En qué pensaba Manuel mientras se alejaba tan despacio, como para dejar que algún demonio le diera alcance? ¿Un triunfo dialéctico? Podía ser, pero como Allegro, también él llevaba su derrota a cuestas. Aunque no lo pronunciaran, el nombre de Tara había dominado toda esa conversación y seguía envenenando su mente. Necesitaba salir de esa historia como fuera. Y, si lo necesitaba tanto, ¿cabía la posibilidad de que todo lo demás fuera una invención suya? Todo ese asunto de las estrellas dentro de los animales grabados en la losa, los mapas coincidentes y todo lo demás. Lo cierto es que en su cuaderno amarillo no figura ninguna anotación que corrobore ese hallazgo. No, no me sorprendería nada que hubiera ideado esa fábula para justificar su viaje a Tielontang sin tener que dar cuenta de su motivación real, esa carta lacrada que se había comprometido a llevar hasta allá. Pero no sé…
En ocasiones, Manuel Nájera no dejaba constancia escrita de sus mayores descubrimientos. ¿Y si todo fuera cierto, y realmente hubiera descubierto ese rumbo y esa ruta, de manera que, de pronto, coincidían ambos viajes? Conociéndole, hasta cabe pensar una tercera posibilidad. La posibilidad de que hubiera algo más, una historia más increíble que comenzaba a entrever bajo la losa, quizá la clave maestra que descifraría todo el Libro de Cristal, quizá una historia tan desconcertante que ni siquiera se atrevió a consignar en su libro amarillo.