–¡De este a oeste! ¡Eso es, de este a oeste! ¡Pero cómo no me he dado cuenta antes! ¿Qué es lo que se orienta de este a oeste? ¡Las tumbas cristianas o las judías! Nunca musulmanes, que las disponen de norte a sur. Y menos aun los budistas, que no practican enterramientos… ¿Pero por qué pienso ahora en tumbas? ¡Pues claro, por la radioactividad, por el magnetismo terrestre, por la vibración de las partículas elementales! Es decir, ¡por el mana que irradió durante siglos el sepulcro de José de Arimatea, el Sudario de Turin, y hasta la cueva número cuatro de Qumrán!
»Entonces, si esta piedra es una lápida funeraria judía o nestoriana… ¿quién hay debajo? No, es imposible. La última datación de la losa nos remonta hasta el segundo milenio antes de Cristo. Sin embargo, todas esas referencias al Pez, al Cordero, al Caminante, al Buda-Metteya, el Buda Blanco que vendría desde Occidente… ¿Hasta cuándo puedo seguir ignorando las palabras que desde esta losa siempre me gritan lo mismo?
–Disculpa mi intromisión, pero eres tú quien grita una y otra vez las mismas palabras, pero la piedra ha dejado de escucharte.
Como la serpiente, Kupka había llegado sin anunciarse! Le contemplaba sentado sobre el pie izquierdo del gran Buda rojo. Manuel se preguntó cuánto tiempo llevaría observándole.
–A cambio he ganado un gran oyente, por lo que veo… -exclamó, sin inmutarse, convencido de que el inglés sólo había oído la frase final-. Dime, qué te trae por aquí…
–Lamento comunicarte que mis plegarias han sido atendidas. Los de la Gulbenkian acaban de confirmarme que envían un nuevo equipo de expertos. Llegan en dos semanas.
–Dos semanas, muy bien -aprobó Manuel mientras recogía sus cosas-. Me sobra una.
–No es nada personal, créeme… Cada día veo más claro que tu obsesión por la segunda vida de Cristo está distorsionando la traducción. Reconócelo de una vez, Nájera, y aprende de mi propia experiencia. Yo también me dejé cegar por una visión en Qumrán, hasta que me di contra el muro y aprendí la lección…
–¿Quieres decir que esta piedra de mil toneladas también forma parte de un delirio?
–Muy bien, centrémonos en tus teorías… ¿Puedo hacerte un par de observaciones muy elementales?
La manera en que Manuel se sentó frente a Kupka, sobre la losa, fue su forma de decirle adelante.
–Su concepción fue anunciada por un ángel, nació de una virgen y tres reyes vinieron a adorarle, pero no se llamaba Yeshua ni Emmanuel, sino Siddharta Gautama. En cualquier texto sobre Buda encontrarás parentescos con la historia de Jesús…
»Coinciden en lo aparente, pero se contraponen en lo esencial. Jesús es el Cristo, es decir, el Ungido, el enviado de Dios… mientras que Gautama será el Buda, el Iluminado, el Despierto, pero despierto por sí mismo, sin referencias a ningún ser superior.
–De todas formas, Buda no negó jamás la idea de Dios, y como Cristo, se marchó diciendo que volvía a la Casa del Padre.
–Ya, pero su mensaje sigue siendo radicalmente diferente. Por la boca del Nazareno habla un proscrito que se rodea de desclasados y desafía abiertamente al poder. Siddharta en cambio busca a la nobleza de la que procede, los selectos Kstryas, deja de lado cualquier implicación política de su doctrina y acaba sus días como un apacible anciano…
–De acuerdo, pero ambos convocan a las gentes diciéndoles: «Ven y sígueme». Predicaron por medio de parábolas y marcaron un antes y un después tras un definitivo Sermón de la Montaña.
–Vuelves a perderte en la leyenda. En realidad no sabemos nada del Buda a ciencia cierta, ni si era alto o bajo, ni si tenía barba o no como éste… Ni siquiera tenemos un solo vestigio fiable acerca de lo que hizo o dijo.
–Pues ya ves que sucede lo mismo con el Cristo, y los enigmas acerca de uno y otro se solapan continuamente. ¿Por qué los dos eligieron doce discípulos, ni uno más ni uno menos? ¿Por qué entre esos doce hubo, en ambos casos, tres ejemplares y uno avieso? Llámese Buda o Cristo, siempre hay un discípulo que traiciona a su Maestro. Siempre hay otro que funda una Iglesia y un clero, sea en el Vaticano o en el Tíbet, pese a que todos sabían que el Iluminado repudiaba los templos de piedra, las castas sacerdotales y probablemente también las de los escribas, como nosotros…
–No tengo ningún inconveniente en reconocerlo -sonrió al fin Kupka-, pero temo que sigues sin entenderme. Reconozco que hay ciertas coincidencias… Tanto Cristo como Buda anteponían el perdón, incluso al enemigo, a toda forma de violencia. Recomendaban abstenerse de la carne y del contacto carnal. Y hasta sus premoniciones de muerte son simétricas. Los dos dijeron que volvían a Eli, que es el Sol y el Padre, tanto para los arios como para los hebreos.
–Ya veo que te sabes la lección -aprobó Manuel mientras el teutón apuraba un trago de su cerveza-, pero ¿qué quieres mostrarme?
–Simplemente lo más elemental: que toda tu tesis está planteada cabeza abajo.
–No te entiendo.
–Si cualquier orientalista reconoce que los evangelios tienen una clara inspiración budista, por ejemplo a través del pensamiento gnóstico egipcio, que empapa todo el evangelio de Juan incluso en la idea de la reencarnación, ¿por qué no admites que todo pudo ser al revés? Es decir, que no fue el Nazareno el que vino a los Himalayas tras su crucifixión, sino más bien que fue Buda quien viajó a Judea tras su última reencarnación. Cuando el rey Asoka envió misioneros por todo el mundo, éstos llegaron no ya a Judea, sino incluso hasta Britania. De hecho, los primeros cristianos de Siria ya conocieron a Buda, tanto que aquella primera Iglesia canonizó a Siddharta bajo el nombre de San Josafat. Un nombre que suena casi como Yeshuá: otra vez el fantasma de Cristo sobre las huellas de Buda…
Una misión de monjes budistas llegando hasta la bárbara Britania en el siglo II antes de Cristo, y después un santo llamado Josafat para nombrar al mismo Buda.
La hipótesis de Kupka era y sigue siendo fascinante, toda una novela. Pero para Manuel su historia tenía más peso, aunque se cuidara mucho de revelarle por qué.
–Perfecto, primero Buda y luego el Cristo, no tengo ningún inconveniente en reconocerlo, ni en imaginar ese viaje desde la India a Galilea… -exclamó, acariciándose el mentón como quien acaricia una buena idea-, siempre que admitamos el viaje de vuelta a casa, como tú mismo ha dicho: desde el Gólgota al Ganges, y aun más allá del Tíbet.
–Recapacita, Nájera, tu teoría no se sostiene. Todos los indicadores corroboran que esta losa se talló y se escribió entre el siglo IX y el III antes de Cristo. Tu Caminante pudiera ser un discípulo de Buda. A lo sumo -volvamos a la literatura fantástica- el heredero de una estirpe sagrada, al estilo de los Hijos del Grial. Quien no puede ser en modo alguno, es el Nazareno…
–No vayas tan rápido, porque no es tan fácil. La edad de la piedra sólo define a la piedra, no a lo que hay encima ni a lo que pueda haber debajo. Supongo que en Londres seguirá en pie la estatua de Nelson, allá en Trafalgar Square…
–Sí, claro que sigue ahí… -Kupka se replegó, desconcertado-. ¿Por qué lo dices?
–Porque siguiendo tu lógica, podríamos aplicar esa cronología a tu ciudad y decir que Londres fue fundada en el siglo xviii, puesto que hay una estatua de un personaje muy importante de esa época en su plaza central.
–Vamos, por favor, no intentes confundirme con tus paradojas forzadas…
–¿Tampoco te dice nada la coincidencia en la orientación de la losa y de la Puerta, ni lo que acaba de suceder con mi brújula, ni…?
–Pura fenomenología, y de lo más engañosa. Me quedo con la tesis de los yacimientos de uranio, sin entrar en mayores liturgias. Además, qué es más relevante en esta investigación, ¿el magnetismo o la datación histórica? ¿La orientación geográfica o el contenido del texto? Fuera un apóstol, un santón o un profeta, y viniera de donde viniera, lo más probable es que el Caminante al que alude esta piedra no sea más que uno de tantos iluminados que recorrieron esta geografía durante siglos. Me inclino a pensar que se trata de uno de los apóstoles mayores de Buda, el que escribió el Libro de Cristal por indicación de su maestro. ¿No te parece suficientemente extraordinario que estemos ante una especie de testamento de Buda escrito de primera mano sobre un soporte excepcional, un libro de cristal de roca único en el mundo?
No sabemos qué pasó por la mente de Manuel en ese instante. Lo último que puedo imaginar es que Kupka acabara por convencerle. Sin embargo, cuando éste creía que ya no le escuchaba, Nájera bajó la cabeza y permaneció un buen rato mirando sus manos. Como si leyera en ellas.
–Sí, tal vez sea eso lo mejor, lo más sensato -dijo, como si se rindiera-, acabar de una vez con todo… Mañana, o pasado mañana, acabaré el último fragmento de la losa.
–¿Y el Libro de Cristal?-articuló Kupka sin salir de su estupefacción.
–Esa traducción no entraña dificultades… Se la regalo al equipo de la Gulbenkian que está de camino. Un poco de gloria les vendrá bien.
–Pero cómo puedes saber que…
–He traducido centenares de textos en pali… y la transparencia del Libro de Cristal es portentosa.
–No te entiendo, te juro que no puedo entenderte.
–No te preocupes, ya no hay nada que entender.