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¿Y Manuel? ¿La amaba realmente? ¿Alguna vez estuvo enamorado de ella? ¿La seguía queriendo, después de todo? Estoy seguro de que lo sabía. Sabía lo nuestro, sabía que yo me acostaba con su mujer y lo aceptaba. Lo aceptaba, ahora lo sé, porque la quería más que a nada ni a nadie. El amor de Manuel era como una segunda piel cosida a la piel de Carmen. Cada vez que se alejaba de él, en vez de romperse, las ataduras se hundían un poco más en su carne. Y ella se complacía en ese tormento.

No es fácil aceptar esta clase de paradojas, pero todavía es más difícil explicarlas. Mucho más adelante, pensando en ella, descubrí sorprendido que aunque también yo la amaba profundamente, me aterraba la idea de que pudiera volver a mí como aquella noche del puerto. Las dos tendencias coexistían en mí sin excluirse. A ellos les sucedió algo parecido. Diez años después, seguían hechizados por el sortilegio de aquel viaje por la Toscana, y seguían haciendo el amor bajo esa condición monstruosa, aun siendo conscientes de que ese tiempo había pasado y de que no volvería jamás. ¿Pero por qué? ¿Qué texto buscaba descifrar Manuel sobre la seda de su piel, sobre la mentira de sus besos? Probablemente la misma mentira o el mismo misterio que guiaba su mano sobre la áspera losa de Mulbek. Y acaso también sobre la caoba de otra piel, sobre la herida de otros besos.

Él lo cuenta así en su cuaderno:

15 de agosto, Mulbek

Mis manos han acabado por contagiarse del mal de la piedra. La sequedad las agrieta. Desde que trabajo sobre esta losa, se me están abriendo pequeñas llagas que tardan en cicatrizar. A veces creo distinguir sobre ellas el dibujo de un laberinto. ¿Dónde me llevará? Pese al estado en que se encuentran sigo notando en las yemas de mis dedos una gran sensibilidad. Siguen vivas. O al menos responden a lo que espero de ellas. Pero lo hacen ásperamente.

También mi tacto se ha vuelto más seco. Todo yo me estoy resecando. Lo sentí cuando la toqué por primera vez. Ya no recordaba cómo era eso. Una mujer después de tanto tiempo. Entonces será que el laberinto conducta a ella. A tocar su piel, a perderme en ella. Después de todo, esta experiencia también supone una nueva traducción, descifrar un nuevo enigma.