–Nájera San vuelve a su trabajo -anuncia la mujer, inclinándose ante el gran lama.
–¿Al Libro de Cristal? – pregunta el venerable Naropa.
–No, mi señor. Vuelve a la piedra.
Naropa no puede disimular su desagrado. Al fin y al cabo, ha sido él quien ha urdido la mudanza de Tushita, y acaso el cambio de actitud de Tara para con su ilustre invitado.
–Esperábamos que le convencieras, Tara…
–Al menos he conseguido salvarle de las sombras que le paralizaban, mi señor.
–Ahora debes conseguir que abandone la piedra, lo antes posible.
Cuando penetra en la estancia otro lama con su misma túnica morada y un maletín de cuero, Tara sabe que debe retirarse ya, pero no lo hace.
–¿Quieres decirme algo más? – le interpela Naropa-. Nuestra sesión de gobierno no puede esperar.
–Sí, mi señor, he de decirte algo más acerca de Nájera San…
–¿Qué?
–Ha decidido no trabajar más durante las horas del día.
El desconcierto se traduce en un arrebato de cólera mal contenida, cuando el gran lama comunica esa novedad a un alemán nacionalizado inglés que desayuna un cargado café italiano.
–¿Cómo? ¿Pero por qué? ¿Es que tiene algo que ocultar?
–No lo sé, míster Kupka. Pero acaba de confirmármelo él mismo.
La sangre germánica se impone a las convenciones británicas. Es extraño ver a todo un director de zona de la Gulbenkian tan fuera de sí.
–¿Y por qué a usted, Naropa? ¿Es que ahora es usted quien ha asumido la dirección de las prospecciones?
–Míster Kupka, no se confunda… -le para Naropa-, recuerde que Nájera duerme en la gompa.
–Vale, de acuerdo, déjelo…
–Él dice que el calor del día es demasiado perturbador… Créame que he intentado disuadirle, pero ha sido inútil.
–Así se lo lleven los demonios que hay debajo -masculla Kupka para sí, y luego mira al lama de una manera especial-. Porque él no lo sabe, ¿verdad?
–¿Se refiere al ideograma del pez?
–No, por supuesto. Eso lo ha averiguado al primer vistazo.
–Ah, ya, entonces estamos hablando de…
–Sí, exactamente -le corta Kupka, evitando que pronuncie la palabra, como si lo temiera-. Me preocupa Tara, al fin y al cabo es una mujer… ¿Cuenta con garantías de que ella tampoco le ha revelado nada?
–Tara está más que advertida, y le aseguro que sabe obedecer.
–Recuerde, Naropa, él no debe saberlo. Nos va la vida en ello.