Tal vez toda esa historia, sin dejar de ser cierta, no era más que la tapadera de una acción mucho más prosaica. Manuel lo pensó al recordar aquel reencuentro con Tushita, después de la aventura de Tielontang, cuando arrojó encima de su mesa aquel ejemplar del Kashmir Tribune donde aparecía la noticia de la masacre de Tengri Nor. «Es lo que queda de la guerrilla que operaba al sur del Aksai Chin. Medio centenar de muertos y ni un solo superviviente.» Esas fueron sus palabras, como si le responsabilizara de la masacre. Desde luego resultaría de lo más sospechoso aquel súbito viaje al Aksai Chin con un sobre lacrado. Y lo peor de todo, ¿cómo pudo ocurrírsele confraternizar con los soldados chinos durante su regreso? Les había ofrecido una botella de vino de Noé, un puñado de dólares, ¿y qué más? Si Tara y Tushita formaban parte, no ya de una orden secreta al estilo del Priorato de Sión, sino de un muy plausible Frente de Liberación Tibetano, aquel gesto podía costarle la vida. Aunque fuera inocente, por sospechas mucho menos fundadas se ejecuta a cientos de inocentes todos los días, se bombardean objetivos civiles, se declara la guerra preventiva contra un enemigo que aún no sabe que está en guerra. No obstante, de ser así, ¿a qué venía toda la insistencia de Tara para que no descifrase el Libro de Cristal?
Es decir, ¿qué tenía que ver el Libro de Cristal con la liberación del Tíbet?