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Como en la losa a los pies del buda, volvía a aparecer la memoria relacionada con la transparencia. Pero asimismo, por la otra puerta del laberinto, la oscuridad se hacías más y más densa. Esto es lo que cuentan las primeras páginas del Libro de Cristal, tal como las tradujo Manuel Nájera:

Cuatro ciclos de doce años se habían cumplido ya desde que la gran estrella roja había surcado los cielos sobre el viejo país de Bö, y su ciudad más sagrada, la siete veces esplendorosa Asoka-Udaya, había caído en un tiempo largo de plagas y tinieblas. Las cosechas no germinaban, los animales ni fecundaban ni parían, los hombres sólo veían en su hermano al enemigo, todo era desolación. Fue en ese tiempo cuando llegó a nosotros el Bienaventurado Atman, a quien acompañaban dos de sus discípulos, Baabat y Bhakti, y una mujer joven llamada Mahatissa. Nadie sabía de dónde venían ni a dónde se dirigían, pero los primeros que se acercaron a escuchar al Caminante decían que de su voz manaba luz, una luz que curaba. Por ello, quienes creían en su palabra comenzaron a llamarle Metteya, pues lo tenían por heredero del Auténticamente Venido. Sólo los sacerdotes de la vieja religión le miraban con recelo y no se acercaban a él, como él tampoco se acercaba a sus templos. Pero como su fama crecía por encima de todos, un día el buen rey Gopananda decidió convocarlo a su palacio, pues, si aquel Caminante curaba con su palabra, no podría negarse a sanar su reino. El Insondable acudió a la cita junto a sus discípulos y le siguió una gran muchedumbre. Pero al ver al oráculo de los sacerdotes reunidos en torno al rey, se entristeció, y lloró por el rey y su reino.

-¿Qué es lo que te causa tanto dolor? – preguntó el sumo sacerdote, Chenrezi.

Como el bienaventurado no contestaba, otro añadió:

-¿Temes acaso que no has de revelar tus secretos ante nosotros?

-Y como el Maestro perseverase en su silencio, un tercero dijo:

-Los secretos de los dioses pertenecen a aquellos que les temen. Y todos cuantos estamos aquí, ¿no tememos a los dioses y hemos hecho votos de guardar con nuestra vida la fidelidad a su palabra?

Todos los sacerdotes respondieron: «Así sea». Y el Caminante, que les miraba con dureza, repitió: «Sea pues. Puesto que así lo queréis, escucharéis la Palabra y os mediréis con ella». Dicho esto colocó de un lado a su discípulo Bhagavad y a Bhakti del otro, y dijo: «Formamos el triángulo, que sustenta la esencia de todo lo que es, representamos la puerta del Templo y sus dos columnas».

-Y diciendo esto se escuchó un grave palpitar en el cielo, como si un inmenso corazón hubiese comenzado a latir sobre sus cabezas. El rey tembló, los sacerdotes se sobrecogieron, la muchedumbre se arrojó a sus pies, aterrada, y Atman habló:

-No temáis, alzaos todos. Ved que el cielo se acerca para escucharnos, pues yo soy la Palabra y el latido que viene desde el origen.

Dicho esto se dispuso a dictar su Ley y su Enseñanza, y sus dos discípulos comenzaron a copiarla en grandes hojas de palma y de latania.

Durante siete días el Bienaventurado Atman dictó su Ley y su Enseñanza a los hombres. Y a medida que daba su Palabra, su rostro y su espíritu resplandecían, pues su voz escribía con fuego en el Libro de la Vida.

-No hay dioses -comenzó por decir, y los sacerdotes se estremecieron-. El Que Es también es lo que sois, hijos de la luz en camino hacia la luz.

»No hay templos -continuó, y los sacerdotes ya se revolvieron-, sino un solo templo, que es vuestro corazón, pues es sólo en vuestro corazón donde la plegaria es escuchada por la luz y así es como creáis en vosotros luz viva.

»No hay ceremonias ni sacrificios que agraden a Quien me envía, salvo que llevéis su presencia día y noche dentro de vosotros. De manera que el mejor culto que se le puede rendir es amar a los demás como decís que le amáis a Él. Pues Aquel a quien llamáis Principio y Señor de todo lo creado ya os lo ha dado todo. Corresponde ahora al hombre dar y darse.

»Yo os doy una Palabra Viva que hace nacer y renacer. Si creéis en ella, os hará inmortales. Mientras que aquellos que nieguen ese principio morirán, pues su corazón abjura de la vida. Sabed que vuestro destino depende de la pureza de vuestro corazón, y que cada hombre ha de esperarlo todo de sí mismo, pues tenéis dentro de vosotros un poder que os hace hermanos de las estrellas.

»Así como los ojos del Señor recorren sin cesar los universos visibles e invisibles, de manera que allá donde su mirada descansa crea un sol nuevo, así es como aguarda de cada uno de vosotros el nacimiento de un hombre nuevo. Despertad el latido de la estrella que duerme en vuestro corazón, pues todos los poderes están en vosotros, y liberaos de la muerte que sólo es la prisión del alma. La desolación que tanto os aflige es una sombra de vuestro desierto interior, las plagas que os azotan nacieron de vuestra boca. Bastó una palabra, en el comienzo, para que las tinieblas se disiparan y surgieran la luz. Pronunciad esa palabra de manera que esa luz vuelva a manar de vuestro corazón y vuestras tinieblas se disiparán para siempre.

Y así sucedió, pues a medida que el Iluminado daba su Palabra los cielos se abrían, los pastos verdecían, las aguas se volvían salubres, los hombres y los animales sanaban de sus males y todo se revelaba luz a través de las siete puertas de la siete veces esplendorosa Asoka-Udaya.

-Cada hombre lleva dentro de sí el embrión de un ángel -dijo al fin-. Cada hombre y todos los hombres están en el camino de retorno al sol. Pero esa mutación no se producirá sin una gran batalla final entre quienes luchan por despertar su memoria de luz y los espíritus hambrientos que descienden a este espacio desde los soles muertos, devorados por su propia oscuridad.