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Avanzo unas cuantas páginas en su cuaderno amarillo, el papel cruje, los trazos de su pluma avanzan entre tachaduras:

15 de agosto, Mulbek

No, los tiempos felices no volverán jamás. Nada debe volver. Sin embargo, día tras día, desde mi llegada aquí, todo está volviendo. Vuelve como un huracán que se anuncia primero por ese viento suave que mece las palmeras, sin que se advierta apenas cuando se avecina algo parecido al apocalipsis. Ese viento es el Espíritu. Nada parece decir, nadie sabe de dónde viene, Él no revela sus intenciones. Pero mientras pasa, penetra en el interior del ser y lo prepara para respirar un tiempo nuevo.

Tuve un oscuro presentimiento cuando el lama Naropa me mostró el Libro de Cristal. De pronto sentí que retrocedía muchos años, hasta aquel día en que vi por primera vez un lienzo de Carmen Urkiza. Un lienzo expresionista, difícil, pero lleno de una vida extraña que, sin embargo, no me suscitó ninguna emoción estética especial. Fue otra cosa. Desde el primer vistazo supe que esa pintura y todo lo que irradiaba, la mano que la había pintado, acababan de entrar como un huracán dentro de mi vida. Incluso ahora que Carmen ya no está, algo de ella trabaja dentro de mí, moviéndome hacia la consumación de un destino acerca del cual lo ignoro todo. ¿Qué significan el Libro, la Losa, la Puerta…? ¿Qué significa el Pez? No quiero reconocerlo, me niego a unir los cabos más sencillos, los más evidentes. Ese Hijo de la estrella Origen. Ese Pez, que precisamente era el emblema del Cristo entre los primeros cristianos. O esa fórmula: Metteya-sidi-mana-Buda.

¿Ya están otra vez aquí? Dios, ¿por qué me persigues? ¿Estaré paranoico de verdad? ¿Por qué todo vuelve? Al principio de este viaje, en Srinagar, Shalimar… Y aquí, en Mulbek, Tara. Estas mujeres como surgidas de otro tiempo, de otra dimensión de mi propia vida.

¿Qué significa este regreso al viejo laberinto? Nada debe volver. Debo rehuir la tentación de arrojarme al vértigo que intuyo en ese libro, al otro lado de esa puerta, dentro de cada mujer. Pero cómo resistirse a dar un paso más. Cómo negarse a esa otra dimensión de la vida que parece salvarnos de la muerte. Convertirse en parte del misterio, aprehender el gran secreto, incorporarlo a tu sustancia.

Aceptación. Sí, la aceptación es la clave. No hay que poner orden en el mundo: el mundo es el orden encarnado. Es a nosotros a quienes corresponde ponernos en consonancia con esa música. Conocer cuál es el verdadero orden del mundo por oposición a los órdenes ilusorios que intentamos imponernos unos a otros. Es una suerte que carezca de todo poder.

Primero he de conquistar mi propia visión -trabajo secreto-. La losa me enseña: me enseña a arrodillarme ante sus enigmas con toda humildad, a despojarme de toda mi superioridad racional, a ver con los ojos cerrados lo que otros vieron brillando con el esplendor de mis soles antes que yo. Y es así en todo, no hay otro camino. Hasta que no reconozcamos la preexistencia de una visión del mundo que superó a la nuestra, hasta que no aceptemos la existencia de poderes superiores al hombre y tengamos fe y confiemos en ellos, el ciego seguirá guiando al ciego. Y nadie responderá.