60://EMMA

Kellan se me acerca junto a las neveras.

—¿Estás bien?

—Quiero irme —contesto—. ¿Ha pasado ya una hora?

Kellan mete la mano en la nevera buscando hielo.

—Lo siento mucho. He sido una estúpida obligándote a venir —dice—. Creía que las cosas serían diferentes.

—No lo son —replico. Aunque, en realidad, nunca serán igual que antes.

Kellan lanza un cubito de hielo al lago.

Echo un vistazo a nuestra hoguera. Josh y Sydney ya no están. Tyson se ríe de unos chicos que escupen cerveza a las llamas.

—Ha sido mala idea —dice Kellan—, pero esperaba que Josh y tú pudierais…

—Josh está ahora con Sydney —la interrumpo con determinación—. ¿No los has visto? Si tenía una oportunidad con él, la desperdicié. No, no la desperdicié. La tiré por la borda.

Kellan se me queda mirando, pero no tiene nada que decir.

—Por favor —digo—. Quiero irme a casa.

—¿Quién se va a casa? —Tyson se acerca paseando y nos rodea a cada una con un brazo—. Aquí no se va nadie a casa. Acabamos de llegar.

Kellan pasea la mirada entre Tyson y yo.

—Deberías quedarte —le digo—. Me voy sola con el coche.

—Ni hablar —contesta ella tocando mi mano con unos dedos helados. Se vuelve hacia Tyson—. Nos vamos, quizá a casa de Emma a ver una película.

—¿Por qué? —pregunta Tyson—. ¿No lo estáis pasando bien?

—No me siento… —capto una mirada entre Kellan y Tyson. Ella no tiene ganas de marcharse, pero es tan leal que no va a decírmelo—. Estoy demasiado cansada para ver una película. Cuando llegue a casa, me meteré directamente en la cama.

Kellan estudia mi expresión.

—Por mí podemos marcharnos ahora mismo si quieres.

—Deberías quedarte —insisto—. Me disgustaré si te vas.

Tyson sonríe a Kellan.

—Puedo llevarte yo a casa.

Cuando recogía la leña de la parte trasera de la camioneta de Tyson, me he fijado en que había un par de sacos de dormir enrollados. ¿Y si de camino a casa Tyson y Kellan cogen una carretera secundaria de las que no llevan a ninguna parte? ¿Y si saltan detrás y desenrollan los sacos bajo el cielo nocturno?

Tachán… Lindsay es concebida.

—¿Estás bien? —me pregunta Kellan—. Por un segundo has puesto una cara muy rara.

Apunto con un dedo a Kellan y luego a Tyson.

—No os mováis. Lo digo en serio. No vayáis a ninguna parte.

Doy media vuelta y echo a correr por la playa.

Me detengo cuando me acerco al grupo de Sydney.

Tras el tronco en el que están sentados Josh y Sydney, los pinos proyectan sus sombras alargadas. Camino entre la oscuridad y toco a Josh en el hombro. Él se gira en redondo. Cuando se da cuenta de que soy yo, sonríe.

Sydney también se vuelve.

—¿Qué tal, Emma?

—Hola, Sydney —digo—. Siento molestaros, chicos, pero yo…

Todos los que están alrededor de la hoguera se me quedan mirando.

Josh se aparta para hacerme un sitio en el tronco.

—¿Quieres sentarte?

—No puedo —digo—. Me preguntaba si… ¿Te importaría…? ¿Puedes dejarme la sudadera?

Mientras se baja la cremallera, me acerco a su oído y le susurro:

—Y también la cartera. Te la devuelvo en un segundo, te lo juro.

Josh ha debido de darse cuenta de que todos están mirando, porque deja la sudadera sobre el tronco, desliza en su interior la cartera y luego me pasa ambas cosas.

—Ahora mismo vuelvo —le digo.

Desaparezco entre las sombras. Con la sudadera de Josh en el brazo, abro con tiento su cartera. Meto el dedo en el compartimento de su carnet de estudiante y… ¡ahí está!

Saco el condón, con el envoltorio arrugado y desgastado, y lo meto en el bolsillo de la sudadera de Josh. A continuación, me vuelvo a colocar disimuladamente tras él. Presiono la cartera en su costado y él, con toda naturalidad, la coge.

—Sigo aquí —dice Kellan cuando regreso—, pero Tyson ha ido a escupir Mountain Dew al fuego. Cuesta controlar a ese chico.

Kellan intenta que su voz suene irritada al hablar de las payasadas de Tyson, pero yo sé que le encantan.

—¿Por qué querías que esperara? —pregunta.

Miro la sudadera de Josh que llevo en las manos. Me siento estúpida por lo que voy a decir, pero no sé qué otra cosa puedo hacer.

—Está refrescando —le digo mostrándole la sudadera.

Kellan se la queda mirando, y luego me mira a mí.

—He pensado que… necesitarás esto —digo.

Arquea una ceja como si me hubiera vuelto loca. Como no me muevo, coge la sudadera y se la pone por las mangas. Si Kellan y Tyson van a acostarse esta noche, al menos que ella tenga la posibilidad de usar protección. Claro que quizá no descubra el preservativo a tiempo. O quizá lo encuentre y decida no usarlo porque está hecho un asco. Si no puedo avisarla de su embarazo, esto es lo único que puedo hacer.

—¿Es la sudadera de Josh? —pregunta Kellan. La toma por el puño y la olisquea—. ¿Te has dado cuenta alguna vez de que Josh huele como un bosque de pinos?

Se me hace un nudo en la garganta. Le doy un abrazo y le digo:

—Es una sudadera fantástica. Tendrías que meter las manos en los bolsillos. Abrigan mucho.

Me despido de ella y me marcho por el sendero que cruza la arboleda.