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Giro la ruedecilla hacia un programa caliente y el agua entra en la lavadora a finos chorros desprendiendo oleadas de vapor. Echo en círculo detergente azul sobre la ropa sucia y cierro la tapa. Hacía mucho que no me sentía inspirado para limpiar mi habitación, pero anoche hice una montaña enorme con toda la ropa y metí lo que equivale a dos años de la revista Thrasher en el armario. No hay manera de predecir cuándo será la primera vez que Sydney entre en mi habitación, así que quiero estar preparado.

Paso junto a la mesa donde mis padres están desayunando. Papá muerde una tostada crujiente untada de mantequilla mientras mamá da sorbos a su café.

Entro en la despensa, cojo los cereales Lucky Charms y me entretengo un momento intentando pensar qué voy a decirles. Anoche mis padres llegaron tarde a casa, y los tres estábamos demasiado cansados para hablar de lo que había pasado en el despacho de papá.

—¿Haces la colada antes de ir al instituto? —dice mamá—. Eso no es habitual.

—He limpiado mi habitación —contesto desde la despensa.

—Todavía menos habitual —dice mi padre.

Mis padres solían incordiarme para que ordenara mi habitación, pero al final se rindieron. Si quieren interpretar que esta es mi manera de disculparme por lo de ayer, me parece bien.

—Pasaré la aspiradora esta semana —dice papá—. Aspiraré tu moqueta ahora que se ve el suelo otra vez.

Voy hacia la mesa.

—Ya lo haré yo —respondo mientras agito los cereales para que caigan en un cuenco—. Me servirá para descansar de los deberes. Se van acumulando antes de los finales.

—Hemos visto que pasaste toda la tarde en tu dormitorio —dice mi madre—. Es bueno saber que no has olvidado los estudios.

Llego tarde a la escuela una sola vez, tan solo unos minutos, y ya están preocupados por mis deberes. Si supieran que me convierto en un diseñador gráfico de éxito y tengo una casa enorme en el lago, dejarían de estresarse por un pequeño retraso.

—No he llegado tarde en todo el año —replico, mojando en la leche los cereales.

—No pretendía decir lo contrario —dice mamá, tocándome la mano.

—Sabemos que tenemos suerte —añade papá—. No le quitamos importancia al hecho de que, sin contar esta única vez, has sido muy responsable en el tema de ir a clase por tu cuenta.

—Cuando te marchaste, sondeamos a unos cuantos colegas —dice mamá—, y son más las veces que sus hijos llegan tarde a la escuela que las que llegan a tiempo.

Una de las razones por las que mis padres resultan insoportables es por su necesidad de hablarlo todo. Quizá fue este el motivo de que David se fuera a vivir al otro extremo del país. No estaba cómodo con la idea de que conocieran todos los detalles de su vida.

Es impensable contar a mamá y a papá que Emma me ha besado. ¡Vive justo en la casa de al lado! Se pondrían de los nervios cada vez que me quedara solo. Tyson me escucharía, pero no es justo meterlo en esto cuando ve a Emma cada día.

Mamá se echa otro terrón de azúcar en el café.

—Queremos que sepas que no es ningún problema para nosotros que vayas al instituto en coche con Emma.

Me meto una cucharada colmada de Lucky Charms en la boca.

—Nos encanta Emma —dice papá—. Pero llegar puntual a la escuela es innegociable.

—Vale —respondo, y un hilillo de leche resbala de mis labios. Me limpio el mentón con una servilleta.

Fuera, la puerta del coche de Emma se cierra con un golpe. Echo un vistazo al reloj. Si se marcha tan pronto significa que está evitándome a posta.

Queda oficialmente declarado que no nos hablamos.