55://JOSH

Dispongo los esbozos a carboncillo en semicírculo, me levanto y doy un paso atrás. En unos hay líneas angulosas, en otros predominan las curvas, y los hay con muy pocos motivos. Cada dibujo es único, pero todos ellos guardan relación.

A través de la ventana del dormitorio, oigo que el coche de Emma aparca en la entrada de su casa. Bajo corriendo y salgo por la puerta principal.

Se abre la puerta del conductor, y del interior se apea Kellan.

—¿Esperabas a otra persona? —pregunta ella.

—¿Dónde está Emma? ¿Sigue en las pistas?

La expresión de Kellan refleja preocupación y pena.

—No creo. Le he traído el coche, pero no me quedo a esperar a que vuelva.

—¿Os habéis peleado? —pregunto.

Kellan echa a andar hacia el garaje de Emma, pero de repente gira en redondo y se pone delante de mí.

—¿Acabas de preguntarme si Emma y yo nos hemos peleado? Sois vosotros dos los que parece que no os habláis.

—Hemos hablado a la hora de comer —contesto.

—Si eso es hablar… —Kellan camina hasta el garaje y mueve el pomo de la puerta, pero está cerrado—. Josh, ¿tienes idea de en qué coche va Emma ahora mismo?

Golpeo una piedra de pega con el zapato y cojo el llavero de Scooby-Doo. Con torpeza, intento meter la llave en la cerradura. Kellan me la quita de las manos, abre y entra.

—Está con Cody —explica—. Ese tío es un cerdo narcisista, y te hago responsable de eso.

—¿A mí? —que yo sepa, Emma y Cody han charlado una vez en el pasillo. Ni siquiera son amigos en Facebook.

Kellan coge el casco del manillar de la bici de Emma.

—Hay una especie de extraña competición entre vosotros dos, y no me gusta —dice.

Levanta el caballete y empuja la bicicleta hacia la puerta.

—¿De qué estás hablando?

—¿De verdad crees que Emma iría por ahí en el coche de Cody Grainger si tú vinieras a la fogata con todos nosotros? Pero no, tú vas a ir con Sydney Mills.

No quiero imaginarme a Emma en el coche de Cody.

Mientras sigo a Kellan hasta la acera, observo la calle. No sé qué coche conduce Cody, pero cuando una minivan destartalada dobla la esquina, deseo secretamente que sea ese.

Cuando me doy la vuelta, la mirada de Kellan se ha ablandado.

—Entiendo que Sydney es guapísima —dice—, pero hoy te he visto en el almuerzo. Cuando nos has contado que te había pedido que la llevaras a la fogata, tu aspecto no era el que tendría la mayoría de chicos.

—¿Qué aspecto es ese?

Kellan deja escapar un suspiro y se ajusta la tira del casco al cuello.

—El de alguien feliz.

No sé cómo reaccionar.

—¿Vas a la fogata con Sydney solamente porque crees que es lo que hay que hacer, porque es Sydney Mills? —pregunta Kellan—. Y si respondes que sí, me decepcionarás.

—No era eso lo que iba a decir.

—Ninguna chica, por muy perfecta que sea, merece que le hagan daño —prosigue Kellan—. Es decir, si Sydney no te va, tienes que decírselo esta noche.

Pasa una pierna por encima de la bicicleta y se da impulso.

Regreso lentamente a mi casa. Cuando llego a la puerta principal, oigo un suave chirrido de frenos. Kellan no sabe que estoy mirando, pero la veo detenerse junto al coche de Emma, levantar uno de los limpiaparabrisas y dejar un papel doblado sobre el cristal. Luego gira en redondo y se va pedaleando.

Cojo el teléfono inalámbrico de la habitación de mis padres y salgo a la calle. Cuando llego al muro bajo que bordea los columpios, marco el número de David. Salta el contestador al cabo de un par de timbrazos.

—Soy David. Debo de estar revisando mis llamadas, o sea que deja tu número y ya veremos si te llamo.

—Hola, soy Josh —digo zigzagueando lentamente entre los columpios—. Me imagino que estarás en clase, pero si oyes este…

Se oye un clic al otro lado de la línea.

—¿Sigues ahí?

—Aquí estoy.

—Tenía clase esta tarde, pero me he dormido —dice David—, aunque eso no deberías contárselo a mamá y a papá.

Antes de ver el futuro de mi hermano, me habría reído con su comentario. Ahora me pregunto cuántas cosas de su vida valdrá más que mamá y papá, o yo, no sepamos. Al final tendrá que contarnos a todos que es gay, porque lleva a Phillip a mi casa del lago. De hecho, un día escribirá en internet que tiene una relación sentimental con un hombre.

Con la mano que me queda libre, me cojo a las cadenas de uno de los columpios.

—¿Tienes un momento para hablar?

Oigo que David se deja caer sobre su puf.

—Claro. ¿Qué pasa?

No puedo recordar por qué he pensado que llamar a mi hermano me serviría de ayuda. No va a poder decirme nada si no le descubro todo lo que sé sobre Sydney y yo y nuestro futuro en pareja. Si no le cuento lo de Facebook, daré una impresión lamentable. ¿Quién se queja por ir a una fogata con Sydney Mills?

—Josh —dice David—, ¿sabes cómo funcionan los teléfonos? Cuando llamas a alguien, se supone que tienes que hablar.

—Perdona. Es que… ahora mismo estoy muy confundido por una chica.

—¿Emma? —pregunta David.

—No —contesto—. Se llama Sydney Mills. Es aquella de la que te hablé la otra noche.

—Espera, ¿es la hermana pequeña de las gemelas Mills? —pregunta—. Tío, estaban buenísimas.

Me siento en el columpio y giro a la izquierda. ¿Por qué dice eso? ¿Pensaba David que estaban buenísimas, o está diciendo que los tíos pensaban que estaban buenísimas? Si va a intentar engañarme, no debería haberle llamado para empezar. Tengo que hablar sinceramente con él.

—Si Sydney Mills se parece en algo a sus hermanas… —David suelta un silbido—. Ya veo que has seguido mi consejo. Has visto el momento y no lo has dejado escapar.

—Me ha pedido que la acompañe a una fogata esta noche —digo.

—¡Mírate! ¿Y qué problema hay?

—Es difícil de explicar —comento—. Es preciosa. Y cualquier tío de la escuela saltaría de alegría si estuviera con ella… menos yo. Y sin embargo, sé que es lo que tendría que hacer.

—¿Es simpática? —pregunta.

—Está algo centrada en sí misma. Pero sí, es simpática.

David se queda en silencio unos instantes.

—¿Te preocupa que tenga más experiencia que tú? Porque si quieres, puedo explicarte…

—No, no es eso —no lo he llamado porque esté nervioso por salir con ella. Lo que me tiene nervioso es mi vida entera.

—Sé cuál es tu problema —dice David.

—¿Tengo un problema?

—Tú eres de esos tíos que se dejan llevar —dice—. Siempre has sido así. Y eso es fantástico, porque significa que no tienes que tomar decisiones difíciles. Pero a veces tienes que averiguar qué es lo que quieres, Josh. Si eso significa que tienes que luchar a contracorriente para conseguirlo, al menos sabes que lo que te has propuesto puede hacerte muy feliz.

Giro el columpio en sentido contrario.

—¿A qué universidad quieres ir? —pregunta David—. Sé que no tienes que planteártelo hasta el año que viene, pero ¿adónde tienes pensado ir por el momento?

Suelto una carcajada por teléfono. Cree que diré Hemlock State, donde trabajan mamá y papá. Pero he visto Facebook. Sé a donde iré, y se equivoca.

—A la Universidad de Washington —contesto.

—Vas a ir a la misma que tu hermano —dice David—. Estás nadando contra fuertes corrientes

—Es una buena universidad.

—Lo sé —contesta—. Pero tienes que averiguar a qué universidad quieres ir tú.

Suena un pitido al otro lado de la línea, lo que significa que tiene otra llamada.

—Escucha —dice David—. Esta noche tienes que ir a la fogata con Sydney porque le has dicho que irías. Pero, cuando acabe, quiero que pienses una cosa.

Se vuelve a oír otro pitido.

—Si ves que no encaja contigo —dice—, quizá sea porque prefieres estar con otra persona. Y si eso es así, ¿por qué no nadas a contracorriente y le pides que salga contigo?

Porque no puedo volver a pasar por eso.