28://JOSH
¡Sydney Mills ha pedido mi número!
Entro a toda velocidad por la puerta de casa y subo las escaleras hasta mi dormitorio.
¡Sydney Mills ha pedido mi número!
Sigue sin tener sentido, pero necesito asumir esta realidad. Todo empezará con una llamada de teléfono, y eso llevará a la boda, a los hijos y a una casa en Crown Lake. Tendré un trabajo fantástico como diseñador gráfico, y probablemente conduciré un buen coche. Un BMW o, como viviremos en el campo, un Chevy Tahoe. ¡O los dos! Dentro de quince años quizá conduzca algo tan bestial que ahora ni siquiera puedo imaginármelo.
La cama está deshecha, y mis camisetas, esparcidas por el suelo. No parece la habitación de alguien a quien llamaría Sydney Mills… ¡pero lo es! Y podría hacerlo en cualquier momento.
¿Dónde está el teléfono?
Giro en círculo sobre mí mismo. Si suena el teléfono, tendré que apartarlo todo a patadas hasta encontrarlo, pero ¿y si tardo demasiado en responder? ¿Y si, como Sydney no consigue localizarme, se pone a hablar con otro tío y empiezan a salir juntos? Quizá terminen casándose y sea él quien se quede con mis vacaciones tropicales.
Levanto el cordón gris del teléfono con el dedo índice y lo resigo a lo largo del colchón retirando camisetas y calcetines desparejados. Al final, aparto un número de la revista Thrasher de un manotazo y el bendito teléfono queda a la vista.
«¡Ahora suena, maldita sea!»
Sacudo los brazos para liberarme de la tensión. Esta noche, antes de meterme en la cama, añadiré diez flexiones más a las veinte de siempre. Quiero parecerme a los tíos a los que Sydney está acostumbrada a llamar.
Me siento en el borde del colchón y me quedo mirando el teléfono. Si mis padres vuelven temprano a casa no quiero que oigan esta conversación. Ya estoy lo bastante nervioso. Corro a su dormitorio, agarro el teléfono inalámbrico de la mesilla de noche y voy abajo.
Cruzo por el césped y salgo a la calle. Cada vez que Sydney llega a clase de Igualdad apaga el móvil y se lo mete en el bolsillo. Queda natural, guay. Intento meterme el teléfono inalámbrico en el bolsillo trasero, pero abulta demasiado.
Cuando llego a la acera, un camión de FedEx pasa veloz. Miro con cuidado a ambos lados antes de cruzar.
Hoy no es día para que me pille un camión. ¡Hoy es un día para celebrar que estoy vivo! En el parque Wagner abundan los arces de tiernas hojas verdes y los arbustos de lilas, y se oyen los gritos de los niños que juegan.
Sé exactamente hasta dónde puedo ir con el teléfono sin que se corte la conexión con el soporte que está en el dormitorio de mis padres. Durante las vacaciones de primavera, mientras visitaba a mi hermano, conocí a una chica en un festival de música en Seattle. Mantuvimos el contacto durante unas semanas, pero nunca les hablé a mis padres de ella. Cada vez que hablábamos por teléfono, llamaba desde el parque. Siempre y cuando no pasara de los columpios, funcionaba.
Tenía la esperanza de ir a visitarla este verano. David incluso se ofreció a pagarme el avión. Creo que se alegraba de oírme hablar de alguien que no fuera Emma. Ahora bien, la chica de Seattle no quiso una relación a distancia. Tras dejarle unos cuantos mensajes, que no contestó, me envió una carta por correo diciendo que lo habíamos pasado bien en el concierto, pero ¿qué sentido tenía continuar algo que no duraría?
Oigo que se cierra una puerta, me vuelvo y veo a Emma agachada en los escalones de la entrada de su casa atándose los cordones de las zapatillas plateadas de atletismo. Cuando se abrocha el discman en el brazo, me escondo detrás de un árbol. Si Emma se acerca cuando Sydney llame, pondrá los ojos en blanco a todo lo que diga o me soplará qué decir desde atrás.
Emma cruza la calle, corre hacia el circuito y desaparece de mi vista. Sigo hasta un muro de cemento que llega a la altura de la rodilla y bordea el perímetro de los columpios y dejo el teléfono encima.
Aunque intente hacerlo todo bien, el efecto arruga es inevitable. Todo cambió en el momento en que Emma descubrió Facebook. Si yo no hubiera sabido que al final me casaría con Sydney, quizá no la habría defendido en Igualdad. Y ella no habría pedido mi número.
En el muro, a mi lado, el teléfono sigue en silencio.