20://JOSH

Después de pasar lista, la señora Tuttle nos hace salir al pasillo y nos lleva al auditorio, donde nos reuniremos con otros alumnos de Igualdad en el escenario. Sea lo que sea lo que vamos a hacer, ese es el único espacio lo bastante grande para todos.

En el otro extremo del pasillo está la doble puerta que da al teatro. La clase del señor Fritz ya se está llenando. Recuerdo el consejo de David sobre no dejar pasar el momento, y me apresuro para alcanzar a Sydney Mills. Cuando me acerco a ella, su aroma de coco inunda todo mi ser, y pienso en bronceadores y en biquinis. ¡Y en Waikiki! Quiero decir, Acapulco.

No quiero forzar el momento, pero necesito hablar con ella una vez al menos, para quitármelo de encima. Si no, seguiré sufriendo pensando en cuándo me reconocerá. Ayer sin ir más lejos, ni se me habría ocurrido que pudiéramos enamorarnos. Pero después de ver esa foto de Emma en el lago, y la de Sydney y yo con nuestros hijos, es imposible que esto sea una broma pesada.

Me deslizo junto a Sydney y recorro el pasillo a su lado. Tengo que decir algo ocurrente. Algo que sirva para recordarle las primeras palabras que le dije. Escribiremos esas palabras en las tarjetas del Día de San Valentín, y algún día les explicaremos la historia a nuestros nietos.

Sydney se fija en mí y sonríe. ¡Este es el momento!

—Me… me gusta el auditorio al que vamos.

¿En serio? ¿Esa es la frase que rompe el hielo y sella nuestro destino?

—Qué bien… —dice ella, y su sonrisa se apaga—, porque ahí es adonde vamos.

Para cruzar las puertas nuestra clase comprime hasta convertirse en una masa compacta de cuerpos. Dejo que Sydney pase delante y me pongo colorado de la vergüenza. «Me gusta el auditorio al que vamos» no aparecerá en ninguna tarjeta de San Valentín.

La otra clase está junto al escenario, con su profesor. El señor Fritz tiene sobrepeso, aunque siempre lleva camisas de poliéster ajustadas. Al parecer, cada vez que habla de sexo, le salen unas marcas de sudor en forma de media luna bajo las tetillas.

—Agrupémonos —dice la señora Tuttle. Se acerca al señor Fritz, y formamos un semicírculo a su alrededor.

Sydney se coloca en un extremo del semicírculo y yo me quedo en el centro.

—Hemos venido aquí para hacer un ejercicio en grupo —explica el señor Fritz.

—Esperemos que sirva para que veáis más allá de vuestras propias vidas.

A mi lado, un chico de la otra clase susurra:

—Un dólar a que Fritz y Tuttle se lo montan en plan salvaje en la sala de profesores.

La señora Tuttle da un paso adelante.

—Hemos pensado que sería enriquecedor aprender cuántas perspectivas diferentes sobre las relaciones existen solo entre nuestras dos clases —la señora Tuttle pone una mano en el hombro del señor Fritz.

—¿Qué os había dicho? —comenta el chico sonriéndome.

—Una de las cosas que hemos intentado transmitiros durante todo el semestre —explica el señor Fritz— es que las relaciones que mantenéis influyen en vuestro bienestar.

Echo un vistazo a Sydney. Está muy atenta, y se enrosca el pelo hacia atrás. Me fijo en su cabello largo, y en su suave piel. Todo en ella es tan hermoso…

El señor Fritz señala las cuatro esquinas del escenario.

—Las esquinas representan las distintas filosofías que existen en una relación. Os plantearemos una situación, os daremos cuatro opciones y vosotros iréis a la esquina con la que más os identifiquéis —entrega su sujetapapeles a la señora Tuttle.

—Empezaremos con una fácil —dice ella—. Imaginad que queréis salir con alguien de la escuela. ¿Le pediríais salir? ¿Esperarías a que fuera el otro o la otra quien os lo pidiera? ¿Le diríais a un amigo o a una amiga que averiguara lo que esa persona piensa de vosotros? ¿O sencillamente estáis demasiado ocupados para salir con alguien?

—La gente ya no habla de salir con alguien —interviene Abby Law.

Se oyen unas risitas, y la señora Tuttle dice:

—Bien, pues como lo llaméis.

El chico que está a mi lado grita:

—¡Enrollarse!

Y toda la clase estalla en carcajadas.

El señor Fritz señala la parte delantera del escenario.

—Bajad del escenario y poneos a la izquierda los que pediríais salir a esa persona. Pero si…

Abby Law vuelve a intervenir.

—En realidad, está señalando al escenario y a la derecha.

Cuando las cuatro opciones quedan claras, me pongo en la esquina de los que piden consejo a un amigo. El otoño pasado debería haberle pedido a Tyson que tanteara a Emma para saber lo que pensaba ella de nuestra relación. Me habría ahorrado muchas humillaciones.

—¿Nadie está demasiado ocupado para salir? —pregunta la señora Tuttle señalando una esquina vacía.

Shana Roy levanta la mano. Cualquier tío de la sala daría un ojo de la cara por que ella le pidiera salir.

—He estado a punto de ir a esa esquina —confiesa—, pero, si la persona adecuada me lo pidiera, estoy segura de que encontraría tiempo para salir.

—La pregunta no era esa —dice otra chica—. ¿Qué harías si tú quisieras salir con alguien?

—Tienes razón —responde Shana—. Se lo pediría.

Shana cruza el escenario y quedo hipnotizado por la franja de piel bronceada que cimbrea sobre sus tejanos.

Durante el almuerzo, Kellan nos ha hablado de la nueva normativa de la escuela sobre llevar el vientre al aire, y según ella vulnera los derechos de las estudiantes. Tyson y yo nos hemos reído, y él le ha contestado que cualquier tío va a estar radicalmente en contra de la norma, pero no por los derechos, sino… ¡por el paisaje! Kellan se ha cabreado y le ha lanzado a la cara un puñado de patatas fritas.

—Esta puede que sea más difícil —dice la señora Tuttle. Consulta su sujetapapeles y lee—: Si las cosas van muy rápido sexualmente, y la chica se siente visiblemente incómoda, ¿el chico debería parar aunque ella no haya dicho la palabra «no»?

Las cuatro esquinas representan «sí», «no», «el chico debería preguntarle si todo va bien» y «me falta información». La gente empieza a repartirse hasta que nos dividimos casi a la par entre el «sí» y «el chico debería preguntarle si todo va bien». Sorprendentemente, hay tres chicas que creen que es correcto seguir adelante.

Ruby Jenkins defiende su punto de vista.

—Conozco a chicas que han vivido esta situación. Y, lo siento, pero tienes que decir algo.

—Entiendo —dice la señora Tuttle—. Veamos, Ruby, ¿qué pasaría si aunque fuese un solo chico se hubiera colocado en tu esquina?

Ruby sonríe burlona.

—Le daría una patada donde usted ya sabe.

Las chicas de su esquina se echan a reír y chocan los cinco.

—Menuda idiotez… —dice uno. Es el mismo que piensa que Fritz y Tuttle se lo montan en plan salvaje—. Eso es sexismo femenino. La chica tiene que decir lo que quiere en voz alta.

El señor Plan Salvaje está en el último curso y juega al fútbol con los mejores de la escuela. Cada vez que me lo cruzo en el pasillo, me entran ganas de tumbarme y hacer cincuenta flexiones.

—No se trata de eso, Rick —dice Sydney—. Si un chico está llevando las cosas demasiado lejos y «la chica se siente visiblemente incómoda», tiene que dejarlo.

Un par de chicas que están detrás de mí se ríen, y una de ellas murmura:

—No sabía que para Sydney Mills hay un «demasiado lejos».

No aparto la mirada de Sydney. Dudo que haya oído el comentario desde el otro lado del escenario, pero durante un breve instante veo que se muerde el labio.

—Solo digo —sigue Sydney bajando la voz— que ella no debería tener que deletreárselo.

—O sea, que él tiene que leerle la mente —afirma Rick.

—Solo digo que… —Sydney se detiene a media frase y sacude la cabeza.

El señor Fritz abre la boca, pero, antes de que me dé cuenta, me pongo a hablar:

—Ella tiene razón. Es una cuestión de humanidad.

¿De verdad acabo de decir yo eso? Es cierto, pero ¿por qué lo he dicho en voz alta? ¿Y «humanidad»? ¡Se me habría podido ocurrir algo mejor!

—Bien dicho —interviene el señor Fritz que tamborilea sobre su sujetapapeles con un lápiz—. Bien, la siguiente pregunta trata del sexo prematrimonial, y estoy seguro de que aquí también habrá opiniones encontradas.

—¿«Humanidad»? —me susurra Abby Law—. Suena a algo que diría mi padre.

Miro hacia el frente fingiendo no haberla oído. Sin embargo, en ese momento, desde el otro lado del escenario, me llama la atención algo inusual.

Sydney Mills me está mirando directamente.