51://JOSH

Es el Día de la Campana de último curso. Con una cuarta parte del alumnado fuera, se hace raro ver los pasillos amplios y espaciosos. También están mucho más silenciosos, por lo que me resulta demasiado fácil perderme en mis pensamientos.

De camino a mi clase de tercera hora, paso rozando el hombro contra las puertas de las taquillas y pensando en el tiempo. Si pudiera, retrocedería seis meses, a la noche en que intenté besar a Emma, y no lo haría. Ella seguiría cogiéndome del brazo para sentirse reconfortada mientras caminamos por el cementerio, pero, cuando volviéramos al coche para reunirnos con Tyson y Kellan, no habría tirantez entre nosotros. Si no pudiera remontarme tan atrás, regresaría al porche de Emma el día en que instaló su nuevo ordenador, y no le daría ese CD. De ese modo ella nunca habría descubierto Facebook. Seguiríamos sin ser tan amigos como antes, pero al menos nos hablaríamos.

Sigo avanzando por el pasillo hasta que oigo una voz a mi espalda:

—¡Aquí estás!

Tomo aire y me doy la vuelta.

—¿No es extraño? —Sydney señala alrededor—. Es como si hoy no hubiera nadie.

Es realmente preciosa, con el pelo castaño claro y los ojos ámbar. Podría salir en una de las revistas que Emma y Kellan hojean en busca de tests.

—¿Tienes cansados los brazos de ayer? —pregunta Sydney. Y alarga la mano para apretarme el bíceps. Por suerte, hoy he hecho mis flexiones extra—. Te hice trabajar mucho.

—No pasa nada —contesto, aunque tengo los brazos bastante doloridos—. ¿Y tú?

Sydney mueve los hombros y los brazos hacia delante.

—Estaba agotada cuando llegué a casa.

Suena la campana de aviso durante dos minutos y agradezco la interrupción.

—¿Dónde almuerzas? —me pregunta echando un vistazo a su teléfono.

Voy al lugar de costumbre, junto al roble, pero no estoy seguro de si debería invitarla. Es lo que sugirió Tyson, pero Emma podría estar allí, y es demasiado forzado para poder manejarlo en estos momentos.

—Si ya tienes planes —dice Sydney—, podemos almorzar otro día.

Merece una explicación.

—No es que tenga planes —replico—, pero noto cierta tensión con una de mis amigas y espero hablar hoy del tema con ella.

Sydney aparta la vista momentáneamente. No debería haber usado el femenino.

—Eso está bien —contesta—. Quiero decir que es un bonito gesto por tu parte.

En Facebook, Sydney y yo parecemos felices juntos. A pesar de que ahora somos distintos, nos pareceremos más con el tiempo. Quizá Emma tenía razón y he precipitado las cosas.

—Te sonará raro —dice Sydney, bajando los ojos—. Anoche le conté a mi hermana Haley lo que hicimos ayer, y lo mucho que me divertí saliendo contigo.

—Gracias —digo—. Yo también me divertí.

Suspira, y luego levanta los ojos y me mira con una media sonrisa.

—Sin embargo, cuando le conté que te había llevado a casa de Rick, me llamó imbécil. Si eso hizo que te sintieras incómodo, quiero decirte que lo siento.

Me encojo ligeramente de hombros, pero no digo nada. No me esperaba en absoluto una disculpa.

Sydney sonríe con timidez.

—Haley probablemente volvería a decirme que soy idiota por pedírtelo, pero ¿quieres venir conmigo a la fogata esta noche?

—¿La que se hace en casa de Rick?

—En realidad, no es en su casa —explica—. Es junto al lago.

De repente aparece Shana Roy.

—¡Hola, Syd! —echa un rápido vistazo hacia mí y luego tiende la palma de la mano a Sydney—. Necesito un chicle o unas pastillas de menta. ¿Tienes?

Mientras Sydney revuelve en su bolso, intento pensar qué voy a decirle sobre la fogata. Si es demasiado pronto para que estemos juntos y salgo con ella, ¿estaré forzando las cosas más allá del punto de inflexión? Pero si intento que las cosas vayan más despacio, ¿volverán a ser como antes?

Por suerte, hay una manera de saberlo. Sea cual sea mi respuesta, puedo entrar en Facebook cuando salga del instituto y ver las consecuencias. Puedo usar la llave de repuesto de Emma para comprobarlo mientras ella está en atletismo. Conozco su dirección de correo y su contraseña, o sea que echaré un vistazo rápido y decidiré si…

¡No! Si de verdad deseo que no hubiéramos descubierto Facebook, entonces así es como tiene que ser a partir de ahora. En lo que a mí respecta, Facebook nunca ha existido. Y si eso es así, y Sydney Mills me ha pedido que la acompañe a la fogata, sería estúpido por mi parte decirle que no.

Shana dobla el chicle, se lo mete en la boca y se despide con un saludo. Cuando se ha ido, Sydney me sonríe.

—Dime, ¿quieres ir?

—Vayamos —le digo.

Desenvuelvo mi segundo bocadillo. Emma pone una loncha de queso de color amarillo sobre un trozo de manzana. Emma y Kellan han venido juntas a almorzar, pero Emma apenas ha abierto la boca desde que se ha sentado.

Kellan lanza una patata frita directa a Tyson, y le da en plena barbilla.

Tyson recoge la patata de su regazo y se la mete en la boca.

—No pares hasta que lo consigas.

Kellan apunta cuidadosamente, y Tyson abre la boca. La patata sale disparada hacia su cara y…

—¡Diana! —Kellan lanza las manos al aire.

Tyson tose un par de veces y levanta el pulgar.

Emma coge otra loncha de queso y me la ofrece.

—Si quieres…

No soy un admirador del queso solo, pero acepto de todos modos.

—¡Uau! —Tyson pasea la mirada entre Emma y yo—. ¿Os estáis hablando y compartís el queso? Este es un gran momento. ¿Alguien tiene una cámara?

Kellan le lanza una patata frita que le rebota en la frente.

—Déjalos en paz.

—Pero así es como empiezan las cosas —dice Tyson mojando la patata en el ketchup de Kellan—. Lo siguiente que le ofrecerá será un mordisco del bocadillo. Y como no vayan con cuidado…

—¡Tyson! —exclama Kellan—. Cállate.

Tyson extiende los brazos.

—¿Qué? No han dicho ni una sola palabra…

En esta ocasión, cuando la patata frita impacta en la frente de Tyson, va bañada en ketchup. Se le queda pegada un instante, y luego cae al suelo.

Kellan se tapa la boca con una mano.

—No quería hacer eso.

Tyson suelta una carcajada.

—¿No querías lanzarla o no querías empaparla primero en ketchup?

Kellan se pone la mochila en el regazo.

—Tengo una servilleta por aquí dentro.

—Olvida la servilleta, mujer —dice Tyson levantándose—. Voy a limpiarme esto con tu camisa.

Kellan chilla, y sale corriendo hacia el campo de fútbol. Tyson la persigue.

—Emma —digo tan pronto se marchan—, siento lo que te dije el otro día. Sé que nunca me mangonearías a propósito.

Emma acaricia el césped.

—Quizá deberíamos aceptar que ha sido una semana de locos y dejarlo así.

En el campo, Kellan grita cuando Tyson la atrapa. Apunta a su pecho con la frente manchada de ketchup, pero ella se libra y sigue corriendo.

Sí, ha sido una semana de locos, pero tenemos que hablar de ello.

—No sabía qué hacer después de…

—Lo sé.

Emma despacha la conversación con un aspaviento y susurra:

—Josh, escucha. Probablemente te vas a poner hecho una furia conmigo otra vez, pero he estado un rato mirando Facebook, y esta mañana decía…

—Solo dime que ya no nos evitaremos más —digo—. Es lo único que me importa.

Emma respira hondo como si estuviera al borde de las lágrimas. Cojo una brizna de hierba, la presiono entre los pulgares y silbo. Emma se tapa los oídos, pero al menos sonríe.

—¿Me consideras un encanto, un amor? —pregunto cuando baja las manos—. ¿O sigues hecha una furia?

Emma estalla en carcajadas.

—Nunca me he puesto hecha una furia. Solo estaba moderadamente cabreada.

—¿Y ahora?

Se inclina hacia mí y me pellizca en la mejilla.

—Un encanto, y un amor.

Tyson y Kellan regresan al árbol caminando tranquilamente. El ketchup está ahora esparcido por la manga de la camiseta de él.

—¿Os habéis dado un beso y habéis hecho las paces? —pregunta Tyson.

De repente, siento calor en la cara.

Kellan bate palmas.

—Siguiente pregunta. ¿Quién va a ir a la fogata? Tyson llevará la leña, y yo tengo claro que quiero ir.

Emma me mira con un optimismo cauto.

—Os contaré lo que pasa —digo, deseando retirar las palabras antes de pronunciarlas—. Ya he quedado para ir con Sydney.

—Ah… —dice Kellan.

Emma cierra su Tupperware.

—Ojalá pudiera ir —dice—, pero esta mañana mi madre y yo nos hemos peleado y debería quedarme en casa.

—¿Estás segura? —pregunta Kellan—. Yo creo que será divertido.

—Tengo una idea —interviene Tyson—. Podemos decirle a Sydney que venga con nosotros. En el coche de Kellan cabemos todos. Cuando haya terminado con la leña, devolveré la camioneta de mi padre y podremos ir todos juntos.

Emma coge el Sprite de Kellan y da un sorbo.

—No, Josh tiene que ir con Sydney. Y yo me quedo en casa.

Mientras Emma vuelve a meter la fiambrera en su bolsa, me doy cuenta de que Kellan me mira con dureza.