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El camino que lleva a casa de Rick es interminable. Conduzco más despacio al llegar a una zona sin asfaltar, en parte para evitar los baches y en parte también porque no me hace ninguna gracia que me hayan arrastrado hasta la fogata. Sé que Kellan maquina algo. Me ha contado que se ha tropezado con Josh al dejar mi coche en casa, pero no ha querido decirme de qué han hablado.

Tendría que haberle suplicado que se cobrara el favor en otro momento. Kellan podría haber ido con Tyson en la pickup, o en el coche que comparte con su madre. Pero se ha empeñado en que la acompañe. Y sabiendo que hay embarazo de por medio en su futuro próximo, he pensado que, con una fogata en el lago, mejor será vigilarla.

—Deben de ser las endorfinas de haber ido en bicicleta —dice Kellan moviendo los pies en el asiento de al lado—. He llegado a casa, me he dado una ducha y ahora estoy como una rosa.

Entramos en un terreno de grava lleno de coches aparcados.

—Solo una hora, ¿vale? —digo.

—Una hora —dice Kellan—. Saludamos, nos sentamos delante del fuego y, si sigue sin gustarte nada, podemos regresar a tu casa y ver una película.

Casi me echo a reír y le digo que he alquilado El mundo según Wayne. Sin embargo, lo que más me duele es admitir que si la he visto ha sido para conquistar a Cody.

Maniobro detrás de varios coches. Algunos chicos van por ahí bebiendo cerveza, pero la mayoría se dirige a un sendero de tierra que cruza entre los pinos.

Kellan señala un espacio libre que ve a la derecha.

—Aparca ahí.

Nos damos cuenta, las dos a la vez, de que eso nos dejará a dos plazas del descapotable de Sydney. Oímos a nuestra espalda los neumáticos de una camioneta al pisar la grava, y Kellan y yo miramos por el retrovisor.

—¡La pickup de Tyson! —exclama Kellan—. Aparquemos a su lado.

Doy la vuelta al volante y aparco junto a Tyson. Un alumno de duodécimo grado se sienta al lado del conductor, y otro, también de diecisiete años, viaja en la zona de carga, sujetando un montículo de leña.

—¡Kel! —dice Tyson al tiempo que salta de la cabina—. ¡Hola, Em!

Kellan abre la puerta y sale del coche.

—Tenemos nombres —dice—. De dos sílabas cada uno.

Los alumnos de bachillerato palmean a Tyson en la espalda, y luego cada uno de ellos coge una brazada de leña y se dirige hacia el pinar.

Tyson va a la parte trasera de la camioneta y junta unos cuantos troncos.

—¿Queréis ayudar? —pregunta—. No hay mucho trecho hasta las hogueras.

Kellan se cruza de brazos.

—¿Tengo el aspecto de estar hecha para las labores pesadas?

Por mi parte, agarro un par de troncos.

—Gracias, Emma —dice Tyson, y mira a Kellan sacudiendo la cabeza—. Al menos aquí hay alguien que sabe ser útil.

Kellan sube la puerta trasera de la camioneta y la cierra con un chasquido metálico.

—Mira lo útil que soy.

Se marcha dando saltitos por el sendero, y Tyson la sigue. Me coloco bien la leña en los brazos, respiro hondo y voy tras ellos.

El cielo es de un púrpura intenso, con una fina veta de ámbar que corona las copas de los árboles. La luz que nos ilumina procede de las seis hogueras parpadeantes que salpican la orilla. Al otro lado de Crown Lake, está la playa pública. Apenas puedo distinguir el oscuro perfil del puesto de helados y de la caseta.

—¿Alguien quiere una cerveza? —pregunta un chico.

Es de duodécimo grado. ¿Scott, quizá? Coge una lata de un pack para él y balancea las seis restantes ante nosotros.

—No, gracias —respondo.

Kellan levanta su Sprite. Si Scott le hubiera dado una cerveza, habría sentido la tentación de quitársela de un manotazo, no fuera a ser que esta noche le diera por beber y tomara alguna decisión equivocada.

Tyson ojea las latas de cerveza, pero Kellan le pone la palma de la mano encima de la cabeza y le obliga a decir que no.

—Ni se te ocurra —dice—. Conduces tú.

—Tienes razón —dice Tyson—. Mi padre me mataría.

—Y yo enterraría el cadáver en un bloque de cemento fresco —añade Kellan.

Scott se encoge de hombros y sigue caminando hacia la playa.

Nosotros tres nos acercamos a una hoguera. Tyson coge un tronco de la pila más próxima y lo echa al fuego. Humea un minuto, y luego las llamas empiezan a lamer la madera.

Resigo con los dedos la arena fría. Hay varias docenas de personas alrededor de cada hoguera, pero todavía no he visto a Josh ni a Sydney. Desde que estamos aquí, he observado que varias parejas se separan del grupo y se meten entre los árboles. Cuando imagino que Josh puede estar ahí con Sydney, siento un nudo en el estómago.

Miro al otro lado del lago, a la tranquila orilla de la playa pública. El día que estuve allí con Kellan, localicé la futura casa de Josh y Sydney a este lado del lago. Probablemente se llega dando un paseo por la playa. En cierto sentido, es triste que resulte apropiado haber celebrado aquí la fogata. Esta noche, Josh empieza a desaparecer en un futuro en el que solo podremos seguir siendo amigos por internet.

Reconozco a Graham sentado en la hoguera de al lado asando dos nubes de azúcar clavadas en un palo largo. Cuando Graham retira el palo del fuego, me pilla mirándolo. Me saluda con la mano, y yo le devuelvo el saludo con la cabeza.

—¡Ahí está! —Tyson señala hacia un punto de la playa.

Sigo su brazo extendido. Dos hogueras más allá veo a Josh. Está sentado con Sydney y sus amigos sobre un grueso tronco. Josh está mirando el fuego, con las manos metidas en los bolsillos de la sudadera.

—¡Josh! —grita Tyson.

Doblo las rodillas, las acerco al pecho y susurro:

—No, por favor.

—¿No quieres molestarlo? —pregunta Tyson—. Pues yo digo, y lo digo en serio, que si a ese tío se le suben los humos voy a tener que darle una patada en el culo.

Kellan me acaricia la espalda haciendo círculos con la mano.

—¡Josh! —vuelve a gritar Tyson.

Josh levanta la cabeza, pero solo para mirar a la otra orilla del lago. Sydney está hablando con una amiga. Creo que es Shana Roy, aunque solo alcanzo a verle la nuca.

—Parece que está lejos —dice Kellan—. A lo mejor no te oye.

Cojo a Tyson por la manga.

—Déjale tranquilo, ¿vale?

—Esto llamará su atención —dice Tyson. Se lleva las manos a la boca como si fueran un altavoz y grita—: ¡Hola, tarado!

Con efecto retardado, Josh se vuelve hacia nosotros.