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Así, tal cual, el futuro ha cambiado para siempre.

Quince años de historia, de historia futura, cambian porque a Emma no le gustaba el tío con el que se casaba. Pero solo tenía algunas frases futuras, escritas dentro de quince años, en las que basarse. Y con esa información no basta para tomar una decisión tan drástica sobre su vida. ¡Y la de él! Ahora que lo pienso, todo el que se haya visto afectado por su relación, aunque sea de la manera más insignificante, será en innumerables direcciones nuevas.

Quiero gritar y reír a la vez, como un histérico. En lugar de eso, hago una bola con la fotocopia y la lanzo al otro lado del dormitorio. El papel apenas hace ruido cuando da contra la pared.

—¡No puedes hacer eso! —grito.

—En realidad —dice Emma cruzándose de brazos—, ha sido fácil. Jordan va a Tampa State, así que no solicitaré plaza allí. Ahora mi primera elección es Carolina del Norte.

Me derrumbo sobre su cama y me tapo los ojos. ¡No lo entiende! Sabe que incluso el cambio más insignificante, una ínfima arruga, en el presente generará toda una onda en el futuro. El primer día, Emma estaba en el paro. Al día siguiente tenía un empleo, pero no sabemos qué cambió ella para que eso ocurriera. Miramos una vez, y Jordan se había ido a pescar. Pero luego, misteriosamente, llevaba tres días sin aparecer por casa. Los macarrones con queso se convirtieron en una lasaña. Quizá Emma no considere importante que su cena sea distinta, pero ¿y si la próxima vez que se pone a cocinar surge algo que le hace preparar un bistec de ternera, contrae la enfermedad de las vacas locas y muere porque una pequeña arruga ha cambiado lo que iba a cenar quince años después?

Pero ¿cambiar a su futuro marido…? ¡Y a propósito! ¡Las consecuencias de algo así son incalculables!

—Admítelo —dice Emma—. Tú habrías hecho lo mismo si tu vida pintara tan mal como la mía.

—No —me incorporo—. Yo no habría hecho eso. No sabes qué más has cambiado. Este asunto es peligroso, Emma.

—¡Mira quién fue a hablar! —dice ella—. Ayer le pusiste ojitos a Sydney. ¿Habrías hecho eso si no hubieras sabido que ibas a casarte con ella?

—Estoy hablando de cambiar el futuro —digo.

Emma se ríe.

—Claro, ¿qué crees que pasa cuando haces alguna cosa distinta en el presente? ¡Que cambia el futuro! Tú has hecho lo mismo que yo.

—No es lo mismo, y lo sabes —contesto—. Lo mío fue una reacción, pero tú has hecho un cambio monumental aposta. Tenías muchas ganas de ir a Tampa State. Os vi a Kellan y a ti buscando en ese libro de listados de universidades, y dijiste que estaba muy cerca de donde vive tu padre. ¿Ahora resulta que no vas a ir? Tenemos que hacerlo todo exactamente como lo habríamos hecho antes de Facebook.

—¿Por qué? —replica Emma, y me doy cuenta de que está a punto de echarse a llorar—. ¿Para terminar en el paro a los treinta y uno como la primera vez que nos conectamos? ¿O enfadada porque mi marido se gasta todo mi dinero cuando sí tengo trabajo?

—Es más complicado que eso —digo—. ¿Y si, cuando estabas en el paro, faltaba un día para que encontrases el trabajo perfecto? ¿O si cuando tu marido se dio cuenta de que estabas enfadada con él por haber comprado ese iPad o como se llame lo devolvió al día siguiente? Emma, lo que viste allí son pedacitos de futuro.

—No me importa —contesta—. Sé que no era feliz, y eso había que cambiarlo.

Esto me está poniendo nervioso. El futuro parece muy frágil. Para empezar, ya he visto que iré a la Universidad de Washington como mi hermano. Y por supuesto quiero que eso suceda, pero ¿y si por saber que me admiten me relajo con la solicitud y me rechazan?

—Ya estás poniendo esa cara —me suelta Emma mientras teclea su dirección de correo.

—¿Qué cara?

—Como si me estuvieras juzgando.

Emma teclea su contraseña, entra en Facebook y se vuelve hacia mí con una lentitud deliberada.

—Te lo diré con toda la calma del mundo —dice—. Tal como me juzgas, sé que ni intentas comprender cómo me ha hecho sentir.

—No es que no lo intente. Es que…

—Estás siendo tremendamente egoísta y cruel.

—¿Yo estoy siendo cruel?

—¿Sabes por qué te da igual? —Emma se está cabreando por momentos—. Porque tienes a la esposa perfecta. Tienes unos hijos preciosos. ¡Y me tienes a mí viviendo en tu habitación de invitados! Por cierto, ¿tendría al menos una ventana?

Cuando Emma dice eso, me obligo a ponerme serio.

—Lo entiendo —digo.

—¡No lo entiendes! Actúas como si fueras superior, pero ¿y si los papeles se invirtieran? —Emma arquea una ceja—. Eso es. ¿Y si me casara con Cody, consiguiera todo lo que quiero y tú no tuvieras ni una mierda? No, espera, ¿y si a ti sí te tocara una mierda? ¡Porque eso es lo que me toca a mí con Jordan hijo!

—Lo entiendo —digo en voz más baja esta vez—. De verdad.

—Vale —Emma se vuelve hacia el ordenador y hace clic encima de la fotografía diminuta de la esquina.

—¡Espera! —me levanto de la cama de un salto y volteo a Emma—. Antes de que mires, tenemos que establecer unas reglas básicas. Esto se está complicando demasiado como para ir improvisando.

Por encima del hombro de Emma, veo que su página casi ha terminado de cargarse. La fotografía de la esquina es distinta de la de ayer. Emma, de adulta, tiene los ojos cerrados. Y la cara junto a un bebé que lleva un gorro rosa de tela.

—¿Qué clase de reglas? —pregunta.

—No podemos ponernos demasiado quisquillosos —digo. El bebé tiene una burbujita de baba entre los labios—. Si en tu nueva vida estás más o menos feliz, lo dejamos.

Emma vuelve ligeramente la cabeza.

—Ves algo en la pantalla, estoy segura.

—Antes de que mires —le digo agarrando su silla con fuerza—, tienes que prometer que no tocarás nada del futuro, a menos que sea absolutamente horrible. Y, aunque lo sea, tendremos que discutirlo primero.

—Muy bien. Ahora, ¿me dejas ver si me he librado de él? Es lo único que me importa.

Giro su silla.

Emma suelta un chillido.

—¡Un bebé! ¡Tengo un bebé! —toca la cara de la niña y luego mueve el dedo por la pantalla.

Casada con Kevin Storm

Emma baja la mano despacio y la apoya en el regazo.

—Lo has hecho —digo—. Has tirado a Jordan hijo, a la cuneta.

Vuelvo a leer el nombre de su nuevo esposo. «Kevin Storm». Parece el alias de un superhéroe.

—Yo solo quería ser feliz —contesta en voz baja—. Pero también quiero que Jordan Jones sea feliz. ¿Es extraño?

—Piénsalo de este modo —digo—: ahora que te has quitado de en medio, le dejarás encontrar a la persona con la que se supone que debe estar.

—¿Te refieres a esa zorra con la que se acuesta desde hace tres noches? —Emma se inclina hacia el monitor y tamborilea con el dedo sobre la pantalla.

—¡Mira! ¡Ahora soy bióloga marina!

Trabaja en el Laboratorio Biológico Marino

—Eso es aleatorio —digo.

—No lo es —contesta ella—. Me encanta el mar. ¿Recuerdas cuando fui a ver a mi padre a Florida en Navidad? Nos apuntamos los dos a un curso de submarinismo.

—Hacen falta otras cosas al margen de que te guste el mar para ser bióloga marina —digo. No quiero desilusionarla, pero supongo que no todos los que trabajan en ese laboratorio son biólogos.

Emma me mira con aire despectivo.

—Para que lo sepas, el año que viene haré Biología Avanzada con Kellan en la facultad.

—¿Y eso, desde cuándo?

Emma se sienta en su butaca Papasan, dobla las piernas y las rodea con sus brazos.

—Ah, lo siento. No sabía que tenía que contártelo todo.

Ocupo el sitio de Emma frente al ordenador.

—Bien, ahora que ya eres feliz, voy a asegurarme de que tu inmensa alegría no me haya fastidiado el plan con Sydney.

Cuando me dispongo a buscarme en la lista de amigos de Emma, veo mi nombre escrito junto a una frase que aparece en su página.

—Escucha esto —digo, y leo en voz alta.

Emma Nelson Storm

Tienen un mercadillo con centenares de productos de la zona. Acabo de comprar una tarta de melocotón biológico. ¡Mi chico entrará en éxtasis!

Hace 2 horas · Me gusta · Comentar

Josh Templeton Me está entrando hambre.

Hace 51 minutos · Me gusta

—¿Lo ves? —dice Emma—. ¡Consigo que mi nuevo hombre entre en éxtasis!

En la foto de ayer yo salía con unos globos. Ahora es un primer plano de un globo ocular. Hago clic encima del ojo y, mientras mi página se carga despacio, tamborileo sobre el escritorio de Emma.

Casado con Sydney Templeton

—¡Sí! —con un salto de alegría doy un manotazo a uno de los farolillos de papel de su dormitorio.

—Cuidado con la decoración —dice Emma, aunque está sonriendo.

¡Como tiene que ser! Nuestros futuros pintan tan bien… Aunque Emma haya cambiado de marido, Sydney no ha podido alejarse de mí. Esta relación está destinada a ocurrir y nada puede detenerla.

Vuelvo a sentarme en la silla y leo mis entradas en voz alta. La primera es sosa.

Josh Templeton

Bienaventurados los que saben esperar.

Hace 16 horas · Me gusta · Comentar

Dennis Holloway ¿Qué eres, un predicador?

Hace 14 horas · Me gusta

La siguiente no es mucho mejor.

Josh Templeton

Ha empezado la cuenta atrás.

Ayer a las 23.01 horas · Me gusta · Comentar

Giro la silla y me quedo frente a Emma.

—No entiendo de qué estoy hablando.

Emma se encoge de hombros mientras se muerde la uña rosa del meñique.

Me vuelvo hacia el ordenador y voy bajando por la pantalla, revisando otras entradas.

—Prométeme que el día que me vuelva tan aburrido me…

Y entonces me quedo paralizado.

Emma sale catapultada de la butaca.

—¿Qué pasa?

Los dos nos quedamos mirando una foto que hay justo al final de la página. Se ve a Sydney de pie, de lado. Se sujeta el vientre con las manos… ¡y es enorme!

Josh Templeton

Mi niña va a tener a mi primera niña cualquier día de estos.

16 de mayo a las 9.17 · Me gusta · Comentar

—¡Qué cursi! —exclama Emma, pero entonces lo entiende—. Espera, ¿tu primera niña?

Me levanto tan rápido que casi me desmayo. Se lo dije. ¡Se lo dije! Esto del futuro es peligroso. No podemos ir manipulando las cosas, eliminando los detalles que no nos gustan. Me siento en el borde de la cama de Emma y miro sin ver el espejo que tiene colgado en la puerta. Si cambiar a su marido también cambia a mis hijos, el futuro es incluso más frágil de lo que pensaba. Las repercusiones son impredecibles.

—Si esto es por lo que hice, lo siento mucho —dice Emma.

Tres de mis futuros hijos han sido borrados de la faz de la Tierra antes de tener la oportunidad de existir. Nunca construiré una maqueta del sistema solar con ese niño, ni llevaré a esas gemelas a celebrar su cumpleaños a GoodTimez.

Emma se sienta en la cama, detrás de mí. Se frota las manos para calentárselas. Mi mente me dice que lo deje, pero no puedo.

—No lo entiendo —digo.

Presiona con los dedos los músculos de mi nuca.

—Creo que tenemos que reconocer que no hay manera de controlar esta clase de cambios en concreto.

—¿Qué quieres decir con «esta clase en concreto»?

—Tus hijos. Mis hijos —responde—. Cuando elegiste Salud el semestre pasado, ¿recuerdas lo que contaron sobre el esperma?

Me vuelvo hacia Emma y la miro furioso.

—Y eso ¿qué tiene que ver?

Emma me estruja los hombros.

—Por muy pequeña que sea la arruga, la parte más vulnerable del futuro serán nuestros hijos. Si seguimos mirando Facebook, no tendríamos que apegarnos mucho a…

—¿Ha alterado mi esperma? —digo—. ¿De qué estás hablando?

Emma traza pequeños círculos con los pulgares a ambos lados de mi columna.

—Faltan años para que todo esto ocurra. Piensa en los mil millones de detalles insignificantes que necesitan alinearse entre el presente y el futuro para que todo quede exactamente igual. Es imposible. Incluso este masaje, que ayer no habría pasado, cambia un poco lo que viene a continuación.

—¿Y eso qué tiene que ver con mi esperma?

Emma desliza los dedos por detrás de mis orejas.

—¿Recuerdas cuando tu profesor os habló de la cantidad de esperma que los chicos soltáis cada vez que os…?

—Pensándolo mejor, ¿podemos dejar de hablar de esto? —digo poniendo los ojos en blanco al sentir su tacto.

Emma trabaja mis brazos con las yemas de los dedos. «Tío, esto me encanta…»

—Cada vez que eyaculas —sigue diciendo—, liberas algo así como cuatrocientos millones de espermatozoides. Cada uno, absolutamente único.

—De verdad, no quiero hablar de esto.

Con sus dedos recorriendo mis brazos y tanto hablar sobre esperma, las cosas están tensas por ahí abajo. Me inclino un poco hacia delante para colocar convenientemente los antebrazos en mi regazo.

—¿Me haces solo los hombros? —le pido.

Cuando Emma vuelve a poner las manos sobre mis hombros, se oye un sonido metálico en el ordenador parecido a un polvillo mágico digital.

—¡Un mensaje instantáneo! —Emma se levanta a toda prisa de la cama—. Nunca he recibido uno.

Cruzo las piernas y me vuelvo hacia el ordenador.

—El nombre que sale en la pantalla es Nomellamescindy —cuenta Emma—. No sé quién es, pero pregunta si soy la Emma Nelson que va a Lake Forest.

Mientras pulsa las teclas, Emma me dice lo que está escribiendo.

—Dime quién eres tú primero.

Quiero mirar la pantalla, pero de ninguna manera puedo levantarme todavía.

Aparece otro mensaje instantáneo. Emma lo lee para sí y me mira frunciendo el entrecejo.

—Te has metido en un buen lío.

—¿Qué? ¿Por qué?

Teclea unas palabras y pulsa «Intro».

—Hace cinco minutos me estabas dando un sermón sobre cambiar el futuro. Pero ahora resulta que tú también has estado manipulándolo.

Suelto una carcajada.

—¿De qué estás hablando?

—¡Menudo hipócrita! ¿Por qué otra cosa me pediría Sydney Mills tu número de teléfono?