49://JOSH

El padre de Tyson entra en la pequeña sala de descanso para los empleados con dos bandejas de cartón y una porción de pizza de pepperoni en cada una.

—Sé que has dicho que no tienes hambre —dice mientras deja una de las bandejas junto a mi libro de Historia—, pero todo el mundo tiene sitio para una porción.

Me gusta el padre de Tyson. Quizá porque crió él solo a su hijo, pero es más accesible que la mayoría de los padres. Cuando hace una hora he aparecido diciendo que necesitaba un lugar para estudiar, no ha hecho preguntas, aunque nadie viene a GoodTimez en busca de paz y tranquilidad. Se ha limitado a retirar los periódicos de la mesa de atrás y me ha preguntado si quería algo de comer.

—¿Te molesta la tele? —me pregunta sentado ahora en una silla plegable frente a mí.

—No, estoy bien —paso una página del libro de texto y doy un mordisco a la pizza.

El padre de Tyson se inclina hacia delante y le da al botón de encendido del televisor. Sale la CNN, con dos hombres debatiendo sobre el presidente Clinton y el sexo.

—¿No estaban hablando de lo mismo cuando he venido antes? —pregunta el padre de Tyson.

Sonrío.

—Seguro que falta poco para que acaben —le respondo.

Cuando Sydney me ha dejado en casa, he intentado estudiar en la sala de estar para poder vigilar la entrada de la casa de Emma. No quiero que pase ni un día más sabiendo que me ignora. No es justo para ninguno de los dos. Es necesario que hablemos de lo que pasó ayer.

Sin embargo, al ver a Emma regresando de atletismo, me he quedado paralizado en el sofá, mirando cómo entraba en casa. Un poco después ha vuelto al coche y ha salido disparada otra vez. Ha sido entonces cuando he cogido la mochila y el monopatín y me he venido a GoodTimez.

—¿Qué estás estudiando? —pregunta el padre de Tyson.

—Vietnam —doy otro mordisco a la pizza y me seco los dedos en una servilleta—. En el examen final tendremos que escribir un ensayo acerca de la teoría dominó.

—Recuerdo la teoría dominó —dice. Se queda mirando unos segundos más a los hombres que discuten en televisión—. Si no impedimos que algo malo ocurra, seguirá propagándose hasta que prácticamente sea imposible hacer algo para evitarlo.

—Creo que va por ahí.

—Incluso siendo capaces de mirar atrás y ver lo que significó esa guerra —dice—, no hay manera de saber con seguridad lo que perdimos y lo que salvamos. Pero así son las cosas. La historia es una canalla cuando te pilla en medio.

Tyson entra y apoya su monopatín en la pared.

—¿Qué hay, señor Mills? —me saluda—. Papá, ¿acabas de decir que la historia es una canalla?

—Hablábamos del ensayo de Josh —explica su padre—. Y hablando de deberes, ¿dónde estabas?

Tyson sonríe maliciosamente.

—Con una amiga. ¿Desde cuándo sigues todos mis movimientos?

El padre de Tyson arruga una servilleta en forma de bola y se la tira.

—Termina los deberes, Chuleta, que te necesito en la pista. Tú también puedes ayudar, Josh. A ver si te ganas la paga.

GoodTimez Pizza tiene bancos amarillos y mesas anaranjadas a un lado del restaurante, y una sala de juegos en el otro. Pero justo en el centro está la causa de que todos los críos de Lake Forest quieran celebrar aquí su fiesta de cumpleaños. Tres toboganes tubulares de plástico, en rojo, azul y verde, se encargan de escupir a los niños a una piscina de color arcoíris lleno de bolas de plástico.

Cada pocas semanas, después de que el restaurante cierre, la piscina se vacía para desinfectar las bolas. Esta noche, siguiendo órdenes, me quedo para ayudar. Tyson se cuela por una abertura vertical de la red que envuelve la piscina e inmediatamente se hunde en ella hasta las rodillas. Sumerge un cubo blanco entre las bolas y lo arrastra por el dentro de la red. Yo sostengo una gran bolsa negra de basura, y Tyson vuelca el cubo y la va llenando de pelotas.

—Entonces, ¿no ha pasado nada cuando estabas con Sydney? —pregunta Tyson al tiempo que recoge otro cubo de bolas—. Quizá deberías traerla a comer mañana. Veré si puedo ayudarte a dar un empujoncito a las cosas.

Los demás trabajadores están limpiando las mesas, pasando la aspiradora y recogiendo las fichas de los videojuegos. La música suena demasiado alto para que nos oigan, pero aun así no me siento cómodo con esta conversación.

—Es demasiado pronto —digo en voz baja—. Casi no nos conocemos.

Tyson vacía otro cubo en mi bolsa.

—Tío, te sacó de la escuela. Creo que sí quiere conocerte.

—Puede ser —dejo la bolsa de basura llena a un lado—. Pero también puede ser que yo no esté preparado.

Tyson abre un poco la red para lanzarme una bola verde que me rebota en la frente.

—¡Pues prepárate! Estamos hablando de Sydney Mills. Mi sueño es ser el tío que es amigo del tío que se enrolla con ella.

Sacudo otra bolsa de basura para abrirla.

—¿No preferirías ser tú ese tío?

Tyson se lo piensa.

—No. Demasiada gente hablando de ti.

Recojo la bola verde del suelo y la meto en la bolsa de basura.

—Por no hablar de que parece que Kellan y tú volvéis a ser amigos.

Tyson no reacciona.

—No te preocupes —contesto—. Le diré a Kellan que se lo cuente a Emma, si no lo ha hecho ya. Pero más te vale estar preparado. Emma querrá tener una larga conversación contigo…

—Para que no haga daño a Kellan, lo sé —Tyson se apoya contra el borde almohadillado de la piscina. Hemos retirado suficientes bolas como para que las rodillas le sobresalgan como dos islotes frente a su pecho. Me mira a través de la red—. Nunca he querido hacer daño a Kellan. Eso pasó porque no estaba preparado.

—Pero puedes entender que Emma se preocupe —contesto—. La última vez que rompisteis, a Kellan se le fue la olla.

Tyson coge una bola roja, la lanza de costado y la mete en el tobogán azul. La pelota rueda hasta arriba, y luego vuelve a caer a la piscina.

—Nos gustamos —dice al final—. Y este año los dos hemos pensado mucho en eso. No sé qué se supone que tenemos que hacer ahora.

No hay nada que pueda decirle. Tyson se está debatiendo entre permitirse enamorarse de alguien de quien ya está enamorado o no. Mi situación es distinta. Yo se supone que me enamoro de Sydney, y parece que todo se alinea para que así suceda. Pero, cuando pienso en mi futuro, no estoy seguro de querer que vaya en esa dirección.

La luz del porche está encendida cuando llego a casa. Apoyo el monopatín en la puerta principal y saco la llave del bolsillo. Oigo hablar a mis padres en el interior. Lo más probable es que no me digan ni una palabra cuando entre, sino que papá eche un vistazo al reloj para darme a entender que llego por los pelos.

La casa de Emma está casi a oscuras. Las luces de fuera están apagadas, así como las del piso de arriba. De la sala de estar de la planta baja sale un débil resplandor azul.

Atravieso el césped que separa nuestras casas mientras oigo el tintineo del móvil del porche delantero de Emma. Al principio, cuando Martin lo colgó, Emma se quejaba de que hasta sus ruidos se estaban infiltrando en su vida.

Me acerco con sigilo a la ventana de la sala de estar. En el centro de la habitación, Emma está dormida en el sofá, con la cabeza apoyada en el brazo. Está delante del televisor, pero queda en un ángulo que no me permite adivinar lo que está mirando.

La echo de menos. Aunque no nos dijéramos nada, aunque siguiera dormida, ahora mismo desearía estar sentado en ese sofá con ella.