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Tengo veinte minutos hasta la hora de atletismo, por eso estoy estudiando en la biblioteca. No hay casi nadie, solo dos chicos de noveno curso con un ordenador y la señora Nesbit reponiendo los libros en silencio en las estanterías. Lleva recogido el mechón rosa con una enrevesada gama de horquillas.

Es como si toda mi vida fuera cuesta abajo. Toda, excepto Cody. Hoy nos hemos sonreído un par de veces en los pasillos, y lo único que se me ocurría pensar era que sigue soltero al cabo de quince años. Soltero, sexy y trabajando como arquitecto en Denver. A pesar de no estar junto al mar, podría aprender a amar la montaña.

—¿Cómo te ha ido con las guías telefónicas? —pregunta la señora Nesbit acercándose a mi mesa—. ¿Estaban en la biblioteca pública?

—Sí… gracias —ojalá hubiera podido seguir con mi fantasía de Denver unos minutos más.

—Es asombroso, ¿eh?

—¿Qué? —pregunto.

—Los recursos que tenemos disponibles en la actualidad —dice ella—. Tú estás en undécimo curso, ¿verdad? Debes de haber estado mirando universidades, pero también puedes encontrar trabajos para el verano, campamentos e incluso prácticas en bibliotecas. Puedes planificar todo tu futuro aquí mismo.

Sonrío levemente. Sí, parece fantástico planificar tu vida cuando crees que todo saldrá bien. Pero ¿qué pasa cuando compruebas, una y otra vez, el poco control que tienes sobre las cosas? Haga lo que haga para intentar arreglar mi futuro, no funciona.

Cuando la señora Nesbit vuelve a sus libros, observo a los estudiantes de noveno reírse de algo que sale en el ordenador, y se me ocurre que he estado usando Facebook de forma equivocada. No se trata de tener automáticamente el control. Se trata de ejercer el control con los recursos que tienes.

Cuando llego a las pistas explico al entrenador que me he saltado los dos últimos entrenamientos por problemas femeninos. No es del todo mentira. He estado casada con un capullo y he tenido que librarme de él, y luego he descubierto que Kellan está a punto de quedarse embarazada.

Empezamos a entrenar en las pistas con todo el equipo de pie, formando un amplio círculo y haciendo estiramientos. Con las manos en las caderas, me inclino hacia atrás y aguanto cinco segundos. Junto a mí, Ruby Jenkins se dobla hacia delante hasta que la frente le toca las rodillas. Me cuenta que mañana hará campana en el instituto, aunque no esté en el último curso. La escucho solo a medias, porque, desde el otro lado del círculo, Cody me sonríe.

Cuando terminamos los estiramientos y vamos hacia las pistas, Cody corre hasta alcanzarme.

—Ayer no viniste a entrenar —dice.

«¿Estuvo buscándome?»

—Había quedado con alguien —digo, lo bastante impreciso para que se pregunte si ese alguien es un chico.

Miro al suelo y advierto que nuestras piernas están en perfecta sincronía.

«Bien, Emma Nelson, es hora de usar tus recursos».

—Fuimos a Pittsburgh en coche, a ver algunos edificios —le cuento—. Me fascina la arquitectura de la ciudad.

—Estoy pensando coger una clase de arquitectura en Duke el año que viene —dice él.

Antes de poder detenerme, vuelvo a soltarle más información de su página de Facebook.

—Me interesan las energías eólica y solar, y el modo en que pueden aplicarse a la arquitectura.

Con mi segunda intervención siento que he ido demasiado lejos. Sin embargo, en ese momento Cody entrecierra los ojos mirando al sol y dice:

—Nunca he pensado en eso.

Exhalo.

—Deberías. Es la tendencia del futuro.

Cody se detiene y se mete la mano en el bolsillo de los pantalones cortos.

—He encontrado una cosa cerca de la fuente de los vestuarios y he pensado que podría ser tuya.

Cuando abre la mano, veo que sostiene mi gargantilla de oro con la diminuta E. Me llevo la mano al cuello. He llevado esa gargantilla cada día durante ocho años. No puedo creer que se me haya caído sin darme cuenta.

Cody me pone la gargantilla en la mano. Mientras observo cómo se aleja corriendo, recuerdo lo que Josh dijo ayer sobre la manera en que me he deshecho de Graham y me acerco ahora a Cody. Lo que Josh no entiende es que Cody no es un chico cualquiera en el que me acabe de fijar. Llevo enamorada de él mucho tiempo. Estaría loca si no le hiciera caso ahora que he captado su atención.

De camino a casa en el coche reflexiono acerca de lo que ocurrió ayer en Facebook. Al insistir en que nunca viviría en Ohio, mi futuro derivó hacia Londres. El mero hecho de pensar de otra manera puede cambiarlo todo.

Obviamente, no estoy contenta con Kevin. Pero, en lugar de seguirle la pista como hice con Jordan, quizá puedo prometerme a mí misma que, cuando lo conozca, no me casaré con él.

Me detengo en un semáforo y echo un vistazo alrededor para asegurarme de que nadie mira.

—Un día —digo en voz baja—, conoceré a Kevin Storm, pero no me casaré con él.

La luz se pone verde y piso el acelerador.

Vuelvo a decirlo, más alto esta vez, y luego añado:

—¡Pase lo que pase!