31://JOSH

Me levanto de un salto de la silla de Emma y abro la ventana. Una camioneta pasa por la calle con un ronroneo de motor que va subiendo de volumen hasta que cambia de marcha. En el parque Wagner alguien lanza una botella de cristal a un contenedor de basura. Emite un ruido metálico, pero no se hace añicos.

«¡Perfecto!» Si suena el teléfono de casa, no debería tener problemas para oírlo.

Regreso al ordenador de Emma y vuelvo a mirar la información que más me importa.

Casado con Sydney Templeton

Hago clic donde dice «Fotos». Emma y yo tenemos que marcharnos al instituto, por eso, en lugar de leer docenas de frases cortas a las que apenas encuentro sentido, quiero ver cómo es mi futuro.

El primer recuadro lleva la etiqueta:

Nuestra nueva Home

12 fotos

Cuando abro el álbum, otros doce recuadros se descargan lentamente. El primero solo se ha completado hasta la mitad, pero ya estoy encantado con lo que veo. La casa se encuentra literalmente a orillas del lago Crown. Según mis padres, es la zona más cara de la ciudad. El resto de la foto aparece en pantalla, revelando un porche que rodea toda la casa y conduce hasta un largo muelle de madera. ¡O Sydney ha heredado una fortuna o mi empresa de diseño gráfico es todo un éxito!

En la segunda foto, estoy echado en una hamaca con unos niños pelirrojos idénticos. No creo que haya gemelos en mi familia, pero que Sydney y yo tengamos gemelos precisamente en dos de mis futuros es una extraña coincidencia.

En la siguiente foto estoy delante de la casa saludando a la cámara. Rodeo con el brazo a… ¿es ese David? Hago clic para ampliar la foto.

David está de pie, con un brazo en mi espalda y el otro en la espalda de un tío que tiene el pelo castaño y corto y lleva gafas de sol. Los tres sonreímos. Debajo de la foto pone:

En esta foto: Josh Templeton, Dave Templeton,

Phillip Connor

Entonces, en el futuro se hace llamar Dave. Lo siento, hermano, pero yo aún te llamo David. Cuando pongo la flecha sobre su nombre, se convierte en una mano. Echo un vistazo a la puerta. Emma todavía no ha vuelto. De todos modos, no le importará que mire lo que hay de David. Es de la familia.

La página de David dice que ahora vive en Bellingham, Washington, y que trabaja como ingeniero informático.

Y entonces me fijo en otra cosa.

Tiene una relación con Phillip Connor

Vale, eso es… Ah… yo no…

Emma entra y se desploma en la cama.

—¿Algo interesante?

—¡No!

Hago clic en la X roja de la esquina. Facebook desaparece, y AOL dice «¡Adiós!».

—Lo siento —añado rápidamente. Estoy un poco aturdido por lo que acabo de ver—. ¿Quieres que vuelva a abrir la sesión?

Emma ladea la cabeza con una sonrisita.

—Dime la verdad, ¿te has cambiado de ropa interior porque me he reído de ti?

—No —respondo.

Aunque la respuesta es sí. Lo de Emma sorprendiéndome ha sido muy violento. Pero no veas lo que representa que una chica con quien, de hecho, tengo alguna posibilidad me vea en calzoncillos. No quiero que lo primero que recuerde sea «¿No has oído hablar de los bóxers?».

Cuando Emma ha salido de mi casa, me he duchado y he pillado unos bóxers del cajón de mi padre. Estaban en un paquete sin abrir y, aunque me bailan un poco, me quedan bien. Quiero ir a comprarme unos cuantos al salir del instituto.

—Recuerda que sé cuándo estás mintiendo —dice Emma—. Y si lo has hecho por Sydney, es muy triste. Porque, si te paras a pensarlo, ni siquiera la conoces.

—No la conozco todavía —digo—. Pero eso va a cambiar.

—Ah, ¿sí? ¿Te llamó anoche?

Esa es la pregunta que esperaba evitar.

—Porque si no te ha llamado —sigue diciendo Emma—, a lo mejor es que se lo está replanteando.

No contesto. ¿Y si Emma tiene razón? Sydney y yo en realidad no nos conocemos. Quizá se fijó en mí en Igualdad antes de lo que debía, y ahora todas las arrugas se están recolocando para separarnos.

Emma mira por encima de mi hombro y cierra la sesión de AOL.

—Da igual —digo—. No esperaba que me llamara inmediatamente.

Antes de venir, he dejado mi teléfono en el baño, enchufado junto al botiquín. He abierto la ventana y lo he colocado en el alféizar. Si suena, debería oírlo desde el dormitorio de Emma. Luego, he cogido el teléfono inalámbrico del dormitorio de mis padres y lo he colocado junto a la puerta principal. De esta manera puedo salir de casa de Emma, pasar corriendo por el jardín y contestar el inalámbrico antes de que Sydney cuelgue.

—Tienes razón —dice Emma—. No te llamará inmediatamente. Jugará a hacerse la interesante.

—¿Tú crees? —pregunto.

—Son las reglas —responde Emma.

Emma y Kellan pasan horas hablando de relaciones y haciendo tests de revistas. Cada vez que aporto mi granito de arena, se ríen y me dicen que no tengo ni idea.

Emma hace avanzar los comentarios de su página y los lee uno a uno con atención.

—No sé cómo decirlo —afirma—, pero creo que Kevin Storm podría ser bombero. O médico.

Aunque Sydney juegue a hacerse la interesante, terminará por llamarme. Si no, ¿por qué habría pedido mi número? Odio que Emma intente sembrar dudas en mi cabeza.

—Me alegro por ti —digo—. O sea, que es mejor que Jordan Jones. ¿Has descubierto algo más?

Emma se queda mirando la pantalla. No debería haberle hecho esa pregunta cuando yo mismo no habría contestado con sinceridad. Le he dicho que no he encontrado nada interesante… ¡cuando mi hermano termina en una relación con alguien que se llama Phillip!

—No hay novedades —responde Emma—. Aunque, he estado pensando en tu lista, la de las personas a las que quieres buscar en Facebook. No estoy segura de que…

Saco la hoja doblada de la mochila. Emma la coge, la vuelve del derecho y empieza a leer nombres. Me entran ganas de decir que después de todo deberíamos tirar esa lista y no buscar a nadie. Si lo que he visto sobre David es verdad, ¿qué otras cosas descubriremos que la gente quizá no quiera que sepamos?

—¡Puaj! —Emma me devuelve la hoja con brusquedad—. ¿Por qué has puesto a Kyle Simpson ahí?

Me río.

—Pero ¿qué dices? Saliste con ese tío.

—¡Apenas! Y no me apetece descubrir qué será de él en el futuro.

—Seguro que es bailarín de striptease —digo—. O dirige una colonia nudista o…

—¡Basta! —Emma me lanza un bolígrafo y dice—: Si insistes en buscar a gente, tacha a este.

Lo tacho, sabiendo que en realidad deberíamos tachar todos los nombres. Ahora bien, si se lo digo a Emma, sabrá que le oculto algo.

—Nunca he entendido que alguien pueda pasar de enrollarse contigo a decir «puaj» —comento—. Espero que nadie que haya salido conmigo piense eso.

—Seguro que no —dice Emma—. Pero a mí nunca me gustó mucho Kyle antes de que me pidiera salir. Solo estaba allí. Como esa chica de Seattle para ti.

Cuando regresé de las vacaciones de primavera, hablé mucho de la chica de Seattle a la hora del almuerzo. Presumí con una foto que me dio del instituto detrás de la que escribió su número de teléfono en tinta púrpura.

Hice correr la foto porque era guapa, pero también porque quería poner celosa a Emma.

—Eso es diferente —digo—. Una cosa es tener una relación a distancia, pero salir cada día con alguien que no te gusta, ¿no es un palo? Yo prefiero que alguien me guste al principio y luego enamorarme perdidamente, con el tiempo.

—¿A ti te gusta Sydney? —pregunta Emma.

Miro hacia mi casa. El teléfono sigue en silencio sobre el alféizar de la ventana del baño. Quiero decir que sí, claro que me gusta Sydney. Es guapa, y siempre que la he visto hablando con los demás me ha parecido simpática. Aunque, ¿me veo a mí mismo enamorándome perdidamente de ella? Porque eso tiene que suceder, ¿no?

—Tú y yo somos distintos en eso —dice Emma—. Tú siempre buscas que dure, y sigues saliendo con alguien hasta que estás seguro de que no va bien. Por eso sé que no fuiste sincero cuando dijiste que cortaste tú con la chica de Seattle. Tú solo hablabas bien de ella, por eso nunca la habrías dejado.

Emma me mira con una sonrisa amable, sin juzgar.

—¿No es eso lo que buscas tú? —pregunto.

—Eso te convierte en un buen partido, pero también significa que te van a romper mucho el corazón —Emma indica con la cabeza la lista que tengo en la mano—. No creo que debamos buscar a estas personas.

Rasgo la hoja de papel por la mitad, limpiamente.

—Estaba pensando lo mismo.

—Genial —dice Emma—. No buscaremos a Kellan o… a Tyson… o a quien sea.

—Ni a mi hermano, ni a mis padres… A nadie —añado—. Porque ¿y si pasa alguna desgracia en el futuro? Si no sabemos lo que es exactamente, nos volveremos locos intentando averiguarlo.

—Además —sigue diciendo Emma—, parece que hay personas que no tienen página. Como Kevin Storm. Es decir, a lo mejor intentamos buscar a alguien y pensamos que está muerto porque no lo encontramos.

—Nueva regla —digo—: Si alguien sale en nuestra página web, guay. Pero sin rebuscar.

Emma sonríe.

—Sin rebuscar.

En ese momento oigo un leve sonido que viene de la ventana. ¿Es…?

«¡Está sonando mi teléfono!»

Emma señala hacia la puerta.

—Ve, Romeo. Pero tenemos que marcharnos pronto o llegaremos tarde al instituto.

Salgo disparado.