56://EMMA

—Esto es increíble —gruñe Cody moviendo la cabeza en círculos.

Llevo un rato masajeándole los hombros. Un acuario con peces tropicales turquesa borbotea en la sala, y en la mesa de centro que hay frente a nosotros se expone un abanico de libros de arte moderno. Estoy sentada en un sofá negro de piel, y Cody está en el suelo, apoyado en mis rodillas. Cuando hemos llegado, ha sacado dos botellas de agua fría de la nevera. Hemos escuchado algunas canciones de la cinta pirata de Dave Matthews, y luego ha puesto uno de los CD de Paul Simon de su tío.

Esta casa es increíble.

Cody es increíble.

Miro mi reflejo en el espejo horizontal que cuelga de la chimenea de mármol. El espejo tiene un marco grueso de bronce y probablemente pesa más que mi cómoda. Si hoy al despertarme hubiera sabido que pasaría esto, me habría vestido con algo que no fuera la camiseta verde oliva y los tejanos cortos. Aunque supongo que podría haber sido peor. Observo mi reflejo mientras le masajeo la clavícula metiendo los dedos por debajo del cuello de su camisa. Cody da un gruñido de placer y cierra los ojos.

Siento que mi futuro acaba de empezar.

—Te aseguro que lo necesitaba —dice Cody girando y sonriéndome—. La sesión de pesas de ayer me machacó los hombros.

Le sonrío y flexiono los dedos, que empiezan a dolerme. El masaje ha durado mucho.

—A mí también —digo encorvando los hombros. Destapo mi botella de agua y doy un sorbo.

—Si has terminado —propone Cody—, puedo darte un masaje yo a ti.

—Claro. Gracias.

Pienso en la primera vez que Cody y yo hablamos, cuando apoyé la cabeza en su hombro durante la vuelta en autocar de una competición de atletismo. Lo he admirado siempre a distancia y, de repente, este chico perfecto empieza a prestarme atención. Ha sido necesario que pasara un año, y que yo conociera un poco su futuro, pero aquí estamos.

—¿Estás lista? —pregunta Cody. Se da impulso para levantarse del suelo y se sienta en el sofá junto a mí.

Me vuelvo hacia el acuario, y él empieza a masajearme los hombros.

Es un masaje muy distinto del que le he dado yo. Sus manos tocan mi piel con suavidad y se desplazan lentamente subiendo por mis brazos. Cody desliza los dedos por mis costados y se detiene en mis caderas. Cierro los ojos y siento un ligero temblor cuando sus labios besan mi cuello.

—Eres muy guapa, Emma Nelson —susurra plantándome un rosario de besos desde la clavícula hasta la oreja—. Esto es mucho más divertido que cuando has gritado en el coche de camino hacia aquí.

Me rodea la cintura con el brazo, y me digo a mí misma que tengo que relajarme. Me digo que tengo que ser divertida, y no esa chica que ha gritado en el coche.

Este es el momento en que se supone que debo volverme y darle un beso. En cambio, miro hacia el espejo y me doy cuenta de que no conozco a quien se refleja en él.

—¿Has dicho que vienes muchas veces? —pregunto.

—Alguna —responde Cody besándome en el otro hombro.

Visualizo a la chica alta a la que dio el número de teléfono durante el encuentro de atletismo.

—¿Con otras chicas?

—Esa pregunta es muy personal.

—Este momento es muy personal —respondo.

—Solo nos estamos divirtiendo.

Cody sigue masajeándome los hombros. Y, mientras tanto, pienso en estos últimos días. Le he oído hablar de Duke, me ha contado que está aprendiendo a tocar la guitarra solo, y yo incluso le he recitado frases de El mundo según Wayne. Sin embargo, él nunca me ha preguntado nada a mí. Y eso es porque no le importa quién soy en realidad. Si le importo es porque me dedico a adorarlo.

Me pongo en pie.

Cody me mira.

—¿Qué pasa?

—Quiero irme a casa —respondo.

—Acabamos de llegar —dice él apoyándose en el respaldo. Se lleva las manos a la nuca y adelanta los codos—. Deberías relajarte un poco más.

Otra vez diciéndome que me relaje. Igual que en el coche.

La teoría de Kellan es errónea. Cuando Cody hizo esa maniobra brusca en pleno tráfico y luego me gritó por haber chillado, no vi en él a mi futuro marido. Sentado junto a mí, en el coche, había un chico distinto del que esperaba.

—Me voy a casa —digo.

Cody aprieta la mandíbula, y adivino que está enfadado. No creo que haya muchas chicas que le digan que no.

—Supongo que puedo acompañarte.

¿Y volver a meterme en un coche con él?

—Prefiero ir andando —digo.

—Hay casi cinco kilómetros hasta tu casa.

Voy hacia la puerta.

—Sé lo lejos que estoy.

Cody me sigue y me coge de la mano.

—He dicho que te llevo en coche.

—¡No! —exclamo soltándome.

Abro la puerta, y él me agarra del hombro y me da la vuelta.

—¿Te das cuenta de que te estás portando como una histérica?

Le aparto la mano.

—Y aun así tú no tienes ni idea de lo capullo que eres.

Camino junto a la autopista con el tráfico de cara. El arcén es ancho durante unos ochocientos metros, hasta que poco a poco empieza a estrecharse. Cuando ya no queda la opción de caminar junto a la carretera, atajo por un campo de hierba alta. A lo lejos, más allá de las vías del tren, veo el terreno cubierto de maleza en el que la feria ambulante solía instalarse en verano.

Voy levantando los pies para evitar que los hierbajos que pinchan me rocen los tobillos. Cuando llego a las vías del tren, me agacho para quitarme las púas de los calcetines. Cuando Josh y yo éramos pequeños, veníamos con la bici y poníamos monedas sobre los raíles para que el tren las aplastara. El tren no venía nunca, y terminábamos buscando tesoros perdidos por el perímetro de la feria ambulante. Atravieso el amplio claro en el que solían instalar la noria y, al lado, una atracción desvencijada de tazas voladoras rojas. A continuación, había un puesto de chuches y otra atracción en la que disparabas con pistolas de agua a unos payasos de plástico apuntando a la boca.

Paseo por el terreno pensando que, desde que descubrimos Facebook, he ido cambiando las cosas con la intención de que mi futuro mejore. Jordan Jones probablemente me engañaba, y por eso me deshice de él. Kevin Storm destrozó mi carrera profesional, y por eso me aseguré de que nunca nos mudáramos a Ohio. Sin embargo, por mucho que cambie mi futuro, siempre soy desgraciada.

Durante estos cinco días he intentado comprender por qué me está pasando esto y cómo puedo alterar las cosas para que no vuelvan a suceder. De todos modos, empiezo a preguntarme si en realidad tiene que ver con el futuro. Quizá solo tenga que ver con lo que está pasando en el presente.

Rodeo un tablón largo e hinchado por la humedad.

Sin contar a Cody, los chicos que me van son simpáticos. Graham estaba un poco salido, pero nunca fue desagradable. Y Dylan es uno de los chicos más amables que conozco. El otro día buscaba libros en la biblioteca para su nueva novia porque…

Oh, Dios mío…

Dylan fue a buscar esos libros porque quiere a su novia. Nunca hizo eso por mí porque yo jamás le di la oportunidad. Nunca le hablé de los libros que estaba leyendo, ni de las películas que me hacían llorar. Guardaba las distancias para que nadie me hiciera daño.

Siempre me he protegido a mí misma cuando se trata de amar. Y quizá sea ese el problema. Al no permitir que nadie me hiera en el presente, genero una arruga que provocará un gran dolor en adelante. En el futuro, quizá tampoco permita a mis maridos que vean mi auténtico yo, y nunca les daré la oportunidad de que conozcan lo que me hace feliz. O bien me casaré con un estúpido engreído como Cody, y del amor, poco cabrá esperar.

Cuando he cruzado el terreno de la feria ambulante subo a la resquebrajada acera. Unas briznas de hierba asoman entre las grietas en un esfuerzo por recibir la luz del sol. Todavía queda un largo camino hasta mi casa, pero terminaré por llegar.

Lo primero que me llama la atención cuando entro en la cocina es la nota que hay en la encimera.

Emma:

Tu madre y yo cenamos esta noche con unos amigos y regresaremos tarde, pero mañana me gustaría invitarte a tomar un helado. Siento que te molestara que hubiera entrado en tu habitación. Me esforzaré más en respetar tu espacio a partir de ahora.

Martin

P. D.: Tu padre ha dejado un mensaje en el contestador.

Doblo la nota por la mitad y voy el baño para lavarme la cara. Parece una zona catastrófica, con las baldosas arrancadas y las tuberías sobresaliendo de la pared. En el suelo han colocado una hilera de baldosas de un delicado azul, sin duda las que mamá y Martin planean utilizar en la reforma.

Tengo que decirles que me gusta lo que han elegido.

Regreso a la cocina, me sirvo un vaso de agua helada y le doy al «Play» del contestador.

—Hola, Emma —dice la voz de mi padre—. Siento haber tardado en devolverte la llamada. Hemos pasado unos momentos duros. De hecho, hemos estado yendo y viniendo del hospital con Rachel. Los médicos le están haciendo pruebas y…

Papá se detiene para coger aliento, y siento que se me llenan los ojos de lágrimas. Les envié un perrito de peluche cuando nació Rachel, pero no me he permitido demasiado pensar en mi hermanita. Ahora tengo ganas de cogerla en brazos y decirle que la quiero y que tiene que estar bien.

—Por favor, llámame —sigue diciendo papá—. A Cynthia y a mí nos encantaría que vinieras a vernos en verano. Te echamos de menos. Yo te echo de menos.

Facebook sigue estando entre mis «Favoritos».

«Por favor, conserva la misma contraseña —me digo a mí misma—. Aunque solo sea por ahora, y luego nunca más».

Tecleo «EmmaNelson4Ever@aol.com» y «Millicent», y luego presiono «Intro».

Suelto el aire. La contraseña todavía sirve.

Emma Nelson

Difícil decisión, pero estoy valorando si cancelo mi cuenta de Facebook. Debería vivir más tiempo aquí y ahora. Cualquiera que quiera contactar conmigo sabe cómo hacerlo.

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No compruebo mi situación sentimental ni el lugar en el que vivo. En lugar de eso, abro la lista de «Amigos», avanzo por el texto hasta la R y ahí está ella.

Rachel Nelson

En la foto diminuta, mi hermana aparenta unos quince años y tiene los ojos marrón oscuro y el pelo castaño y rizado como yo. Me quedo mirando su cara, me apoyo en el respaldo y me echo a llorar.

Al cabo de un par de minutos me enjugo las lágrimas y bajo hasta la J. Josh y yo volvemos a ser amigos. Está posando de pie, frente a una cordillera de montañas escarpadas, con una mochila azul colgada de los hombros. Lleva el pelo más descuidado de lo habitual y mira directamente a la cámara con una enorme sonrisa. Sitúo la flecha junto a la foto de Josh, pero decido no hacer clic en ella. No quiero leer nada más. Si Josh parece feliz, debería alegrarme por él.

Antes de cerrar Facebook, compruebo una última cosa. Hago clic sobre mis fotos. Abajo, como antes, tengo un álbum llamado «Recuerdos del instituto». Se carga despacio, pero al cabo de unos minutos veo una foto mía del día en que me dieron el carnet de conducir. Y la foto de Tyson y Josh blandiendo los monopatines como si fueran espadas. Sale la foto de las braguitas de mi biquini: «Por los viejos tiempos». Y ahí, al final, sale la foto de Kellan, Tyson, Josh y yo en la piscina de bolas de GoodTimez. Me acerco a la pantalla. La calidad no es perfecta, pero se distinguen líneas entrecruzadas por donde rompí la foto, y un leve sombreado en los trozos que debo de haber pegado.

Desconecto el cable del ordenador y lo encajo en el teléfono. Marco el número de papá y, tras un par de señales, contesta Cynthia.

—Hola, soy Emma.

—Hola, cariño —detecto cansancio en su voz—. Tu padre estará muy contento cuando sepa que has llamado. Ahora está dándole el biberón a la niña. ¿Puede llamarte luego?

—Claro —respondo—. Pero en su mensaje ha grabado algo sobre Rachel. ¿Está bien?

Cynthia suspira con pesadez.

—Los médicos no saben por qué no está ganando peso. Está siendo difícil.

Ojalá pudiera contarle a Cynthia lo que he visto en Facebook, que Rachel crecerá y se convertirá en una chica preciosa. Pero lo único que puedo decir es:

—Se pondrá bien. Lo sé.

—Gracias —dice Cynthia, y oigo que se le quiebra la voz—. Necesitaba oír eso.

Cynthia y yo charlamos unos minutos, y luego me invita a ir a verlos en verano, como antes ha hecho mi padre. Le digo que me lo estoy planteando muy en serio.

Cuando cuelgo, me pongo las chanclas y salgo a la calle a tomar el aire. Se levanta una ligera brisa que mueve un papelito que alguien ha dejado en el parabrisas de mi coche.

Levanto el limpiaparabrisas, desdoblo la nota y reconozco al instante la letra de Kellan.

Emma:

¿Recuerdas que le debes una a tu increíble amiga, la que está a punto de recorrer todo el camino a casa en bicicleta? Bien, ¡pues me la voy a cobrar! Tú y yo necesitamos ir a esa fogata. Recógeme a las ocho.

Un abrazo,

Kellan

Vuelvo a doblar el papel y entro en casa.