50://EMMA

—¿Emma? —me llama mi madre desde abajo.

Echo un vistazo al despertador. La alarma no tiene que sonar hasta dentro de diez minutos.

—¡Emma!

Gruño y me tapo la cabeza con las mantas. Anoche me quedé dormida en el sofá, y al final subí a trompicones a mi dormitorio a las dos de la mañana. Cuando llegué arriba, me fijé en que la luz del baño de Josh estaba encendida. Se da una ducha en mitad de la noche cuando no puede dormir. Pensé en hacer parpadear la luz varias veces. Si me devolvía la señal, le habría pegado una nota a la ventana, como cuando éramos niños. Pero decidí no molestarlo. Josh no quiere saber nada de mí. Pasó la tarde con Sydney, dando los primeros pasos hacia su futuro en común.

Las sandalias de mamá restallan en la escalera, y rebusco en mi agotado cerebro qué he podido hacer para que se enfade. Anoche no la vi. Martin y ella se habían ido a Pittsburgh a comprar los armarios para el baño. Cené y metí el plato y el vaso en el lavavajillas. Incluso pasé la bayeta por la encimera antes de ver El mundo según Wayne.

Mamá lleva un vestido amarillo y el pelo recogido con una diadema a juego. Frunce el entrecejo y me enseña una cinta de vídeo negra.

—¿El mundo según Wayne, Emma?

Me froto el hombro sobre el que he dormido.

—¿Para eso me despiertas?

—No —levanta la otra mano y me muestra un vídeo distinto—. Te despierto por esto.

Cojo una goma de la mesilla de noche y me recojo el pelo en una cola de caballo.

—¿Puedes concretar un poco más?

—Quitaste nuestra cinta virgen para ver El mundo según Wayne —dice mamá apretando los labios.

Me encojo de hombros. Quizá saqué una cinta. No me acuerdo.

—Estábamos grabando Seinfeld —dice ella—. Lo teníamos programado.

—Lo siento.

—Lo grabamos cada jueves, Emma. Lo sabes —mira el póster del océano que tengo colgado encima de mi mesa, y luego me mira a mí—. A Martin y a mí nos preocupa la falta de respeto que demuestras por esta casa.

Me incorporo.

—¿Falta de respeto? ¿De qué estás hablando?

Mamá señala hacia el suelo, junto a mi cómoda.

—Martin ha visto la mancha que hay ahí. Emma, acabamos de cambiar la moqueta. ¿Cómo puede ser que ya hayas derramado algo encima?

No quiero hablar de eso. Derramar el agua del jarrón fue una tontería por mi parte, pero no fue lo más estúpido que hice esa tarde.

—Intenté limpiarlo —digo.

—Deberías habernos pedido ayuda. Tenemos productos que quitan las manchas…

¡Un momento!

—¿Qué estaba haciendo Martin en mi habitación?

Mamá suspira.

—Solo estaba tomando medidas con el contratista.

Me levanto de un brinco de la cama y me bajo la camiseta para cubrirme las caderas. No tengo humor para pelearme, sobre todo después de las discusiones con Josh y con mi padre, pero no puedo dejar pasar esto por alto.

—Es para su despacho —añade—. Pero eso no será hasta que te hayas graduado.

—¡Qué locura! —exclamo mientras se me acelera el pulso. Me acerco las manos a los ojos, como si fueran persianas—. Esta ha sido mi habitación durante los últimos dieciséis años, y sigue siendo mi habitación. Quizá Martin tiene planes para convertirla en su despacho algún día, pero no tiene mi permiso para entrar cada vez que quiera.

Mamá deja ambos vídeos sobre la cómoda.

—Siento lo de Seinfeld —digo mientras abro un cajón y saco una camiseta verde y unos tejanos cortos—. Preguntaré por ahí por si alguien lo grabó. Pero tienes que decirle a Martin que deje de intrigar para hacerse con el poder.

Mamá mira a lo lejos como si estuviera conteniendo las lágrimas.

—Todos hemos tenido que adaptarnos a los cambios —dice en voz baja.

Estoy valorando si decirle que también tuvimos que adaptarnos a que papá y ella se divorciaran, y que su breve matrimonio con Erik fue otro cambio al que adaptarse. Estoy cansada de adaptarme.

—Dile a Martin que no entre en mi habitación —digo.

Situación sentimental: Es complicado.

Ese es mi futuro esta mañana. No dice si estoy casada. No dice si estoy soltera. Ahora estoy licenciada por la Universidad de San Diego y vivo en Oakland, California.

Lo último que escribí lleva fecha del miércoles.

Emma Nelson

Espero que no llueva este fin de semana.

18 de mayo a las 18.44 · Me gusta · Comentar

Mi foto es en blanco y negro, casi una silueta. Estoy tocando el saxo frente a una ventana abierta, y llevo el pelo hasta los hombros.

Hago clic para abrir mi lista de «Amigos» y avanzo por el texto que aparece en la pantalla. Cody está ahí. Lleva una corbata distinta, pero básicamente tiene el mismo aspecto que ayer. Avanzo hasta la J, pero Josh sigue sin aparecer.

Hago clic de nuevo para volver a la página principal. ¡He escrito algo hace doce segundos!

Emma Nelson

Estoy haciendo mis labores emocionales del hogar y descartando cosas que hace demasiado tiempo que conservo. Empezando por mi contraseña. Uso la misma desde hace quince años. Espero que se me revele una palabra nueva.

Hace 12 segundos · Me gusta · Comentar

¿Me estoy librando de «Millicent»?

Clarence y Millicent representan todo lo que tuvo de bueno mi amistad con Josh. ¿Y ahora quiero deshacerme de eso? ¿He acabado con nuestra amistad para siempre solo porque le di un beso? ¿O porque no le di una respuesta clara cuando me preguntó por qué lo había besado?

¡Alto ahí! No puedo cambiar mi contraseña. Así es como he logrado abrir la sesión de Facebook. Y necesito poder entrar en Facebook. Mi situación sentimental es complicada ahora. No se habla de mi vida profesional. Aunque todavía no digo muchas cosas, imagino que en algún momento empezaré a desvelarlas. Si no puedo conocer mi vida al detalle, no tendré la oportunidad de arreglar las cosas.

—¡Emma! —llama mamá, sobresaltándome—. Martin necesita hacer una llamada de trabajo. ¿Puedes cerrar la sesión ahora mismo?

—No, yo…

—De esto era de lo que hablábamos —me advierte—. Nos pondrán otra línea telefónica pronto, solo para internet. Pero, por ahora, tienes que desconectarte.

Mientras cierro la pantalla pienso en la foto que rompí el otro día de Kellan, Tyson, Josh y yo en GoodTimez. Voy corriendo a la papelera rezando por que Martin no la vaciara cuando estuvo aquí. Y ahí mismo, debajo de varios pañuelos de papel arrugados, está la foto hecha jirones. La recojo de entre los desperdicios, trocito a trocito, y me la pongo en la palma de la mano.

Quizá Josh y yo no seamos amigos en un futuro, pero no puedo deshacerme de estos recuerdos. Abro el cajón superior, meto los jirones de la foto en mi diario y vuelvo a cerrarlo.