13://EMMA
De vuelta a casa, pongo el nuevo álbum de Dave Matthews a todo volumen. En el coche no tengo reproductor de CD y por eso compré la cinta cuando salió el mes pasado. Sin embargo, a pesar de que Dave esté cantando «Crash Into Me», no puedo digerir lo que acaba de ocurrir en el campo de béisbol. Josh ha visto a Graham metiéndome mano. Y Graham ni siquiera lo ha entendido. Se ha pasado la mano por el cuero cabelludo y me ha dicho:
—Ese parece que no ha visto nunca a dos besándose.
Lo aparto de un empujón, corro al vestuario, recojo la mochila y la ropa y salgo hacia el aparcamiento a buscar a Josh y a Tyson.
Se han marchado.
Cuando acerco el coche a la entrada de casa, echo un vistazo a la casa de Josh. Aunque esté, me resulta imposible llamar a su puerta. Sé que hemos dicho que miraríamos en el ordenador después de las pruebas de atletismo, pero ahora todo se ha torcido.
Dejo el estuche del saxo en el rellano que hay al pie de la escalera y voy a la cocina a echarme agua en la cara. Mi madre me ha dejado un Post-it junto al fregadero para decirme que precaliente el horno y meta una cazuela plana con macarrones y queso. Cuando giro el mando, veo otro Post-it encima del mármol con la letra de mamá: «MrsMartinNichols@aol.com». Supongo que es la dirección de correo que quiere. La contraseña que ha elegido es «EmmaMarie».
Entro la cazuela de macarrones en el horno y subo la escalera. Después de iniciar la sesión, añado a mi madre como MrsMartinNichols. A continuación compruebo si puede acceder al sitio web de Facebook desde su cuenta, pero veo que no aparece entre sus «Favoritos».
Aliviada, cierro la sesión y caigo rendida en mi butaca. Nuestro secreto está a salvo. Aunque no sé qué es, ni cómo voy a descubrirlo si Josh no aparece.
Porque no va a aparecer.
Me arrellano en mi butaca Papasan para hacer los deberes. Me llega el olor de la comida que se está cocinando en la planta baja. Mamá y Martin llegan a casa. Unos minutos después, mi madre me llama para que baje a cenar.
Siempre he pensado que mi comida de consolación son los macarrones con queso. Y, por lo que parece, pienso lo mismo dentro de quince años. Sin embargo, hoy los macarrones se me atascan en la garganta. Quizá porque son de harina integral, como mamá explica orgullosa a Martin. O quizá porque ahora mismo no hay nada que pueda consolarme.
Cuando acabamos de fregar los platos, Martin y mamá siguen demoliendo el baño de abajo. Han puesto Led Zeppelin a todo volumen, y con martillo y cincel van arrancando las baldosas viejas. Me sirvo un vaso de agua, voy arriba y me echo en la cama.
Siento que Josh haya visto a Graham metiéndome mano, pero tengo derecho a besar a quien quiera. Y Graham y yo salimos juntos, así que Josh no puede llamarme puta. De todos modos, me siento fatal. Sobre todo después de lo que pasó en noviembre.
Fue la noche del estreno de Toy Story. Fuimos en grupo a verla, y ocupamos una fila entera. Me senté al lado de Josh y, durante las escenas de los juguetes espeluznantes de Sid, hundí la cara en su hombro. Siempre me ha gustado el olor de Josh. Me recuerda a las cabañas de los árboles y al lago. Casi todos regresaron a casa después de la película, pero Kellan, Tyson, Josh y yo fuimos al cementerio a visitar a la madre de Tyson. Murió cuando él era un bebé y, desde que lo conozco, siempre se acerca para dejarle unas flores o saludarla. Kellan y Tyson se fueron a pasear y Josh y yo fuimos a buscar a Clarence y a Millicent. Son dos nombres que una vez descubrimos en dos lápidas que pertenecieron a un matrimonio. Clarence y Millicent murieron en la misma fecha, cuando los dos tenían noventa años. Nos encantó la idea de que no tuvieron que vivir ni un solo día el uno sin el otro. De ahí sacamos los nombres de nuestra pareja de consumidores de Hamburger Helper, y de ahí también saqué yo mi contraseña.
Nos encontrábamos junto a Clarence y Millicent cuando Josh dijo:
—Me gustas mucho, Emma.
Sonreí.
—Tú también me gustas mucho.
—Me alegro —dijo él, y entonces se acercó a mí como si fuera a besarme.
Di un paso atrás tambaleándome.
—No —exclamé sacudiendo la cabeza—. Tú eres… Josh.
En el momento en que las palabras salían de mi boca, me di cuenta del daño que le hacía.
Pero lo había dicho en serio. Durante toda mi vida, Josh había sido la única persona con quien siempre podía contar. Si surgiera algo entre los dos y no funcionara, sé que lo perdería. Ahora bien, de tanto intentar proteger lo nuestro, terminé perdiéndolo igualmente.
Cierro los ojos y, por primera vez en todo el día, me dejo llevar por el cansancio.
Un rato después me despierto sobresaltada al oír a mi madre.
—¿Emma? —llama desde abajo—. ¿Me oyes?
—Sí —respondo. Me incorporo y me froto los ojos.
—Josh está aquí. Le he dicho que suba.