41://JOSH

La brisa sopla entre los árboles del parque, y empieza a refrescar. Sostengo una brizna de hierba entre los pulgares y soplo. Sentarme y hacer silbar una brizna de hierba es algo que me ha tranquilizado siempre, pero a Emma la vuelve loca. A veces lo hago solo para cabrearla.

Últimamente es muy fácil cabrear a Emma.

Cuando ha parado el coche en su casa hace un rato, nos ha ignorado a Sydney y a mí. Tampoco esperaba que se acercase, pero saludarnos desde lejos habría quedado menos grosero. Para concederle el beneficio de la duda, asumiré que no ha querido interrumpir el rato que he pasado con Sydney.

—¡Josh!

Emma avanza por el césped de su casa con paso decidido y de brazos cruzados. Parece enfadada, y resulta cómica, porque va descalza y con un albornoz blanco de rizo.

—Eh —digo.

—¿Eh? —Emma se me queda mirando—. Daba por sentado que subirías a mi habitación cuando llegaras a casa. Mira, tenemos esta historia llamada Face…

—Lo siento —digo—. No sabía que estuvieras esperándome ahí arriba.

Me llevo la brizna de hierba a los labios y soplo.

—¡Para!

Me muerdo las mejillas para evitar sonreír.

—¿Has visto quién me ha dejado en casa?

Emma se mete las manos en los bolsillos caídos de su albornoz.

—Hoy nos han pasado muchas cosas… a los dos. Creo que tenemos que asegurarnos de que sigue bien.

Cierto, sin duda. Emma ha dejado a Graham y luego ha pasado el rato con Cody en el pasillo. Anna Bloom me ha apuntado su número de teléfono en la carpeta. Sydney Mills me ha traído a casa en coche. A pesar de que tengo curiosidad por saber cómo ha influido todo eso en el futuro de Emma, en realidad lo que me pone nervioso es el mío.

Cojo mi mochila y, de un puntapié, me llevo la tabla a la mano.

—Estoy dispuesto a ver tu futuro —digo siguiendo a Emma—, pero quiero pasar del mío.

—¿Pasar del tuyo? —Emma se vuelve y me echa un vistazo—. ¿No quieres saber qué le ha hecho esa pequeña excursión en coche a tu futuro?

El móvil que cuelga en su porche campanillea alto y claro.

—El hecho de que Sydney me haya traído a casa en coche no cambia nada —digo apoyando mi tabla contra la barandilla.

Emma ladea la cabeza y me mira a los ojos. Sin decir ni una palabra, su mensaje es claro: «Eso ya lo veremos».

Cuando llegamos a su habitación, Emma coge algo de ropa y desaparece por el pasillo. Regresa vestida con unos pantalones cortos blancos y una camiseta roja de cuello de pico. El pelo rizado y suelto le va a la cara, al cuello, pero tiene los hombros rígidos de la tensión.

Dejo mi mochila en el suelo, al pie de su cama.

—¿Por qué llevabas el albornoz? —pregunto.

Emma se sienta al ordenador de espaldas a mí.

—Iba a darme una ducha porque Kellan y yo hemos estado en el lago. Necesitaba hablar. Y, como soy una buena amiga, la he acompañado.

¿Insinúa que yo no soy un buen amigo?

—Lo siento —digo—. No recuerdo que dijeras que necesitabas hablar.

—¡Llevo todo el día intentando hablar contigo! —dice Emma—. Pero o bien estabas ligando con chicas al azar o discutiendo conmigo durante el almuerzo.

La última persona que debería darme lecciones sobre ligar es Emma. Pero tiene razón. No le he preguntado qué tal le ha ido hoy. Los dos estamos intentando averiguar muchas cosas y, sin embargo, yo solo me he preocupado por mi propia vida.

Me quedo de pie junto a Emma mientras ella hace clic sobre la palabra «Amigos».

Avanza por la hilera de fotos que aparece en pantalla y cuando llega a la C empieza a ir más despacio. Suspira hondo al ver después de Cindy Freeburg a Corbin Holbrook, sean quienes sean. No hace falta ser un genio para entender lo que esperaba encontrar.

Le digo a Emma que voy al baño. Los refrescos empiezan a hacer efecto, y además no tengo humor para oírla quejarse de su futuro sin Cody Grainger.

Como el baño de abajo está en obras, paso por el dormitorio de su madre y de Martin. La última vez que entré debió de ser cuando iba a la escuela. Probablemente debí de clavarme una astilla o cortarme al trepar por una alambrada metálica. Sus padres guardaban el Neosporin y las tiritas en este baño.

En la puerta del baño hay un marco cuadrado muy grande con una docena de fotos. Salgo en alguna de ellas, aunque parece que no han añadido ninguna desde que Emma empezó a ir al instituto. En el extremo inferior izquierdo hay una foto de Tyson, Kellan, Emma y yo embutidos en la parte trasera de una minivan el día que íbamos a un baile de secundaria. Tyson y yo llevamos pajaritas de clip baratas, y Emma y Kellan el flequillo marcado en unas ondas. ¡Se nos ve tan pequeños!

Recuerdo que Emma y Kellan bailaron con un grupo grande de chicas. Tyson y yo estuvimos casi todo el rato bajo el aro de baloncesto, salvo cuando aparecía una chica y se llevaba a alguno de los dos a la pista de baile. La última canción de la noche fue «End of the Road», de Boyz and Men, y decidí pedirle a Emma que bailara conmigo. Con mis manos rozando sus caderas, y las suyas en mis hombros, nos pasamos media canción mirando al suelo. Luego la atraje hacia mí, le pasé las manos por la espalda y ella no tardó en apoyar el mentón en mi cuello. Cuando esa última canción terminaba, cerré los ojos e incliné la cabeza hasta que nuestras mejillas se tocaron.

En ese momento me di cuenta de que me estaba enamorando de mi mejor amiga.

Cuando vuelvo a la habitación de Emma, estoy preparado para discutir sobre nuestros futuros. A pesar de que hoy no hemos sido capaces de hablar sin sacar las uñas, tenemos que hacerlo. Y tengo un plan para conseguirlo.

—Juguemos al juego de la verdad —digo—. Puedes preguntarme lo que quieras, y yo puedo preguntarte a ti.

Emma sacude la cabeza.

—No quiero saber nada.

—Ah, ¿no?

—Te propongo otro juego —dice ella—. Un juego al que nunca ha jugado nadie. Se llama Actualizar.

Quito la mochila de la cama y me siento sobre el edredón.

—Cuando te has ido, he empezado a pensar en el icono «Actualizar» del ordenador. Vas a alucinar.

Me gusta ver a Emma sonriendo, por eso me incorporo y escucho.

—Desde que descubrimos Facebook —dice—, hemos visto que hay cambios entre que se cierra una sesión y se inicia la siguiente. Esos cambios pueden haber sido provocados por miles de arrugas distintas a lo largo del día. Ahora bien, piensa en cómo molaría ver las consecuencias de una sola arruga diminuta.

—No estoy muy seguro de qué quieres decir —comento—, pero no pienso provocar ninguna arrugas por diversión.

Emma señala el monitor.

—Comprueba lo que dice mi actualización de estado.

Emma Nelson Storm

Olvídalo. Le diré a Kev a que me lleve a cenar. No puedo pasar tanto tiempo metida en casa.

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—No suena mal —digo—. Vas a salir a cenar.

Emma asiente despacio.

—Vale, tú vives en una casa enorme en el lago, y yo tengo que estar metida en casa. Qué justo.

¿Desde cuándo hemos pasado a competir comparando nuestras vidas?

Emma echa un vistazo al armario, y luego a la cómoda.

—Bien, hay que hacer algo. No algo grande, sino algo que no habríamos hecho si no estuviéramos jugando.

—Emma, no pienso enredar con el futuro como parte de un juego.

—¡Pues no lo llames juego! —exclama ella con brusquedad—. Piensa que es un experimento científico al que han dado un premio.

Emma coge el delicado jarrón azul de la cómoda. A principios de semana tenía las rosas marchitas que Graham le regaló por el baile del instituto. Emma inclina lentamente el jarrón hasta que cae un chorrito de agua sobre la moqueta blanca.

—¿Qué estás haciendo? —pregunto, aunque conozco la respuesta. Está haciendo un pequeño cambio en el presente para ver cómo influye en el futuro.

Si ahora le quitara el jarrón, daría igual porque eso tampoco habría ocurrido antes.

Al principio Emma derrama el agua en un lugar, pero luego empieza a trazar una espiral cada vez mayor hasta que vacía el jarrón.

—El agua estaba un poco sucia —explica mientras se sienta de nuevo al ordenador—. Cuando Martin lo vea, probablemente discutirá un buen rato con mi madre. Mi madre me soltará un sermón y me obligará a limpiar cuando debería estar haciendo los deberes. ¿Cómo crees que cambiará eso todo lo que viene después?

No quiero adivinar cómo ha cambiado el futuro. Es imposible saberlo, y no tendría que haber cambiado para empezar.

Emma me mira atentamente con aire de súplica.

—¡Vamos! Será divertido —avanza por la pantalla y se sitúa sobre el icono de «Actualización»—. Quince años hacia el futuro y…

Pulsa con el ratón y la página vuelve a cargarse.

Emma Nelson Storm

Vamos al restaurante favorito de Kev. A ver si la canguro se presenta esta vez…

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Me siento en la cama de Emma, me inclino hacia delante y me presiono las sienes con los pulgares. Es una imprudencia. A Emma le da igual lo que pase en el futuro porque no quiere el que le toca a ella. Lo único que le preocupa es Cody. Y como a él ni siquiera se le menciona en Facebook, no tiene nada que perder.

Emma refunfuña.

—Parezco igual de feliz que antes… Voy a tener que hacer algo más importante.

—¿Cómo sabes que no eres feliz en este futuro? —pregunto—. Creía que te gustaba Kevin Storm.

—Vamos al restaurante favorito de Kevin —dice Emma—. Y mi canguro tiene por costumbre no presentarse.

—Sacas muchas conclusiones de pocas palabras —afirmo.

Emma me mira furiosa.

—Si lo fastidio todo, ya volveré a cambiarlo.

—¡No puedes volver a cambiarlo!

—Tú no juegas, ¿recuerdas? Y si fastidio tanto las cosas, seguiré fastidiándolas hasta mejoren. Puedo pasarme la noche dándole al botón de «Actualizar» si es necesario.

—¡Yo paso! —exclamo yendo hacia la puerta—. Se acabó Facebook. No voy a enredar más el futuro.

—Eso es porque tienes miedo —dice Emma—. No sabes por qué le gustas a Sydney, y te aterra que yo haga algo que rompa esta relación tan sólida que tienes con ella.

—Hay muchas razones por las que gusto a Sydney —respondo.

—Dime tres.

—Todo esto es una tontería.

—No puedes, ¿a que no? —dice Emma—. Te da miedo la realidad.

—Si alguien tiene miedo de la realidad, no soy yo.

—Muy bien —Emma mueve la flecha, y del icono de «Actualizar» pasa al de «Amigos».

—¿Qué haces?

—Buscar tu página. Quizá las cosas nunca sean perfectas en mi futuro, pero estoy cansada de que actúes como si fueras mejor que yo porque tu vida resulta fantástica.

—Yo nunca he pensado eso —corro hacia el ordenador, le quito el ratón de las manos y vuelvo a hacer clic en la página de Emma.

Emma toca la pantalla con el dedo.

—¿Has visto dónde vivo ahora?

Vive en Columbus, Ohio.

—¿Recuerdas que era bióloga marina? —dice—. Debería estar viviendo cerca del mar. Trabajaba en un laboratorio de Massachusetts, pero nos mudamos a Ohio. Estoy segura de que fue por Kevin. Por eso digo bien alto y claro que, si a Kevin se le pasa por la cabeza proponer que vayamos allí en el futuro, está loco de atar. En este preciso instante me comprometo a no vivir nunca en Ohio.

Emma tamborilea sobre el botón de «Actualizar» con el dedo. La página vuelve a cargarse.

Vive en Londres, Inglaterra

—¡Ha funcionado! —exclama.

Toca el ratón, pero le aparto la mano otra vez. No me marcharé hasta que me prometa que va a parar este juego.

—Esto da miedo —digo—. Ya ni siquiera haces cosas. Tan solo cambias de opinión y alteras tu vida.

Emma levanta los ojos hacia mí, pero no dice nada. Cuanto más me mira, más incómodo me siento. Sonríe levemente, se levanta y se pone de puntillas. Sus labios tocan los míos, y ninguno de los dos se aparta.

Cierro los ojos y me inclino hacia ella.

Emma roza mi mejilla con su mejilla y susurra:

—¿Cómo crees que influirá esto en nuestro futuro?

Abro los labios mientras ella desliza su mano hasta mi nuca acercándome más a ella.