16://JOSH

Voy a casarme con Sydney Mills.

Voy a casarme con Sydney Mills.

Sydney Mills será mi mujer.

Permanezco diez minutos bajo la ducha caliente. Cuando está claro que no voy a descubrir nada mirando el desagüe, cierro el agua y cojo mi toalla verde.

El lavabo de porcelana está frío al contacto de mis palmas. En el vaho del espejo del baño puedo ver mi cabello pelirrojo alborotado, los brazos delgados y la toalla atada a la cintura. De alguna manera, dentro de quince años, se produce una metamorfosis y paso de esto a convertirme en el tío que se casa con Sydney Mills.

Doy un paso atrás, flexiono el bíceps y me lleno el pecho de aire. El reflejo neblinoso me ayuda a imaginar que gano musculatura. ¡Y tiene buena pinta!

Me guiño el ojo a mí mismo.

—¡Sí, tía!

Unas cuantas flexiones y unas sentadillas más cada noche y quizá pueda convertirme antes en ese tío. Me pongo de lado y flexiono los músculos ante el espejo, pero desde este ángulo no puede negarse que sigo siendo un chico flacucho al que le quedan dos años de instituto.

Abro la ventana de guillotina del baño para que salga el vapor. Al otro lado del césped, las luces están apagadas en el dormitorio de Emma. Debe de haberse acostado temprano.

Falta poco para la medianoche. Echo un vistazo en mi habitación, pero no veo el teléfono. Voy a la planta baja, enciendo la lamparilla del pasillo y marco el número de mi hermano. En Seattle son tres horas menos, por eso no me preocupa despertarlo.

Después del segundo tono, David coge el teléfono. Como ruido de fondo, se oye reír al público de la tele.

—Hola, soy Josh —digo—. ¿Estás ocupado?

—Estoy en la universidad —responde—. Comiendo un cuenco de cereales Lucky Charms y mirando el último episodio de El príncipe de Bel-Air.

Doy fe de que si David llama a casa mañana les contará a nuestros padres que se ha pasado toda la noche en la biblioteca estudiando.

—Mamá y papá lo han visto esta noche —digo—. ¿No te asusta pensar que tienes el mismo sentido del humor que ellos?

—Un poco —responde—. ¡Pero es Will Smith! ¿Te he dicho que cada vez que empieza a rapear el tema de la serie me recuerda al día que lo intentaste tú en primero…?

—Lo recuerdo —digo cortándolo en seco—, pero no te llamo por eso.

—Claro que no —contesta—. Dime qué te pasa, SalsaRoja.

—Hay una chica —digo.

Oigo que apaga el televisor.

—¿Es guapa?

—Es preciosa. Cualquier tío de la escuela se moriría por salir con ella.

—¿Y le interesas tú? —pregunta David—. ¡Bien por mi hermano!

—No, no le intereso… todavía —respiro hondo—. Cuesta explicarlo, pero creo que podría interesarse en mí… con el tiempo.

—¿De qué la conoces?

—En realidad, no la conozco mucho. Vamos juntos a Igualdad, pero está un curso por delante.

—¿Has hablado con ella alguna vez?

—No.

—¿Nunca? —pregunta David.

—No.

—Entonces más bien es una fantasía —dice—. No pasa nada. Solo tienes que romper el hielo.

—Esa es la parte que se me da fatal.

—Hagas lo que hagas —dice David—, no vayas y le pidas salir directamente. Si todavía no tenéis ninguna relación, eso da un poco de miedo.

—¿Qué hago entonces?

—Pasa de ella, y hazte el interesante —dice él—. La clave es aprovechar el momento, cuando llegue.

Ese ha sido siempre mi problema. Dejo que pase el momento, y luego me doy cabezazos contra la pared.

Me enrollo el cordón telefónico en un dedo.

—¿Y si parece que llega el momento perfecto pero lo estoy malinterpretando?

—¿Te refieres a como lo que pasó con Emma? —pregunta David—. No, ni se te ocurra dejar que vuelva a pasar.