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¡Todo es culpa de Tyson! Al no parar de hablar de Sydney Mills, me ha entrado prisa por volver al ordenador de Emma. Por eso he dejado mi tabla a Tyson y he ido a buscar a Emma. No estaba en la pista de atletismo, pero Ruby Jenkins me ha dicho que la había visto yendo a los campos de béisbol.

Ruby no ha mencionado que Emma estuviera con Graham. Si me lo hubiera dicho, no me habría presentado allí.

En cambio, me he ido tranquilamente a buscarla a los campos de béisbol. La he visto en el banquillo. Tenía la cabeza apoyada en el regazo de Graham. Y él, la cara muy cerca de ella, como si le hablara. Fue entonces cuando me he engañado a mí mismo pensando que Emma finalmente cortaba con él.

De repente, ella se incorpora y empieza a besarlo, y Graham le sube la camiseta.

¿Qué mierda es esa? ¿Así es como se quita de encima a los tíos? Pues de mí no se deshizo así.

Antes de que tenga la oportunidad de dar media vuelta, Emma me ve. Durante un breve instante nos miramos directamente a los ojos. No sé en qué está pensando ella, pero yo siento desagrado y asco.

Cruzo el campo a toda velocidad, con ganas de darle una patada a algo, de gritar o de darle una paliza a Graham.

—¿La has encontrado? —pregunta Ruby cuando paso por la pista de atletismo.

—¡No estaba! —grito.

Sin aliento, consigo regresar al aparcamiento. Tyson está sentado en un bloque de hormigón con mi monopatín en la mano, admirando mi último dibujo de Marvin el Marciano.

—¿Nos lleva Emma en coche? —pregunta.

—No. Vámonos —respondo yo.

Tyson me tiende la mano y tiro de él.

—¿Dibujarás alguno en mi tabla? —pregunta—. ¿A Sam Bigotes?

Agarro uno de los bloques de hormigón y empiezo a arrastrarlo hacia unas barras de metal.

—¿Me ayudas con esto?

Tyson levanta el otro extremo del bloque. Colocamos el hormigón sobre las barras y lo hacemos rodar hasta dejarlo en el asfalto.

—Quiero hacerte una pregunta —dice Tyson—. A lo mejor llegará un día en que podrás contestarla.

—Ayúdame a poner el otro en su sitio, ¿vale?

Cogemos el otro bloque de hormigón por los dos extremos, lo llevamos hacia las barras de metal y lo dejamos en el suelo.

—La pregunta es —dice Tyson dando palmadas para sacudirse el polvo de las manos—, y quiero que me des una respuesta, ¿las tetas de Sydney son de verdad o las han pagado sus padres? Me va a gustar igual. Solo quiero saberlo.

Si el bloque no estuviera ya en el suelo, se lo habría dejado caer sobre un pie.