53://JOSH

—¡Dobla las rodillas! —grito colocando las manos a modo de altavoz.

En lo alto de la minirrampa, el porreta está a punto de hacer su primera bajada. He intentado disuadirle, pero está decidido a impresionar a su novia. Ella aguarda de pie, en el otro extremo de la rampa, con los brazos cruzados y negando con la cabeza. Con un pie en la cola de la tabla y las ruedas traseras encajadas en el borde de la rampa, el porreta levanta despacio la otra pierna y la coloca en la parte delantera.

Tyson y yo estamos junto a la rampa, sentados sobre nuestras tablas.

Tyson se balancea de un lado a otro.

—Nunca he visto morir a alguien en una minirrampa.

—Pues mira y verás —digo, y vuelvo a colocarme las manos a ambos lados de la boca—. ¡Dobla las rodillas!

El porreta asiente como si me hubiera oído. Cuando su tabla empieza a inclinarse hacia delante, suelta un alarido. Baja la rampa volando, pero no dobla las rodillas. La tabla sale despedida, sus piernas se disparan hacia el aire y aterriza aparatosamente de espaldas.

Su novia baja desde el otro extremo, suelta la tabla y salta por encima de él. Lo ayuda a levantarse y a continuación los dos salen tambaleándose.

Tyson aplaude.

—No ha muerto. Supongo que ha sido todo un éxito.

Me deslizo la mochila sobre el hombro y me levanto.

—Me marcho a casa.

Tyson ríe.

—¿Y si vuelve a intentarlo?

Sacudo la cabeza. Me estresa tanto la fogata de esta noche que no disfruto de lo que está pasando. Quizá me preocupo por nada. Quizá esta noche Sydney y yo acabamos entendiéndonos. O quizá esta noche nos separamos para siempre.

Le choco la mano a Tyson.

—Te veo en el lago.

Empujo la puerta corredera del armario. Sobre el estante largo que hay encima de las camisetas guardo todo lo que no soy capaz de tirar. Revistas de patinaje. La escayola que llevé una vez en la pierna, firmada por toda la gente a la que conozco. Una caja de zapatos con cintas pirata de música punk que me dio David. Sacudo una caja de carboncillos gastados y un bloc de dibujo grande que no he tocado desde el año pasado.

Me siento bien con este bloc en la mano. Hace años escribí TEMPLETON, en mayúsculas, en la parte delantera. Era el nombre por el que quería ser conocido cuando me convirtiera en un artista famoso.

Abro el cuaderno y me río de mi primera obra de arte: Veintiún Piolines. Son veintiún dibujos a lápiz de Piolín, aunque solo coloreé tres de amarillo. No recuerdo lo que representaban esos tres, pero algo significarían en ese momento.

La siguiente página es Charlatanes animados. El Diablo de Tasmania y Porky se gritan por un teléfono de lata, furiosos porque no logran entenderse, y los escupitajos vuelan por todos lados. Ahora en serio, ¿en qué diantres estaría yo pensando?

Unas páginas más adelante, giro el cuaderno y lo pongo apaisado.

Al empezar noveno, un día en el que Emma y yo estábamos estudiando sobre su cama, le pregunté si podía dibujarla. Ella dejó a un lado el libro y posó con paciencia mientras la dibujaba, pero me fastidió no poder captarla bien. El dibujo guardaba cierto parecido con ella, pero daba la sensación que se trataba de otra persona.

De todos modos, a Emma le encantó, y me obligó a enseñárselo a nuestros amigos. Nunca volví a intentar dibujar del natural. La única persona a la que habría sido capaz de captar era Emma.

Paso varias hojas de dibujos de los Looney Tunes y arranco la primera que encuentro en blanco. La pongo encima del bloc y me lo coloco contra la cadera. Con un carboncillo roto, trazo un amplio garabato en el centro de la página y lo difumino hacia la derecha. Estudio el efecto, y luego añado un horizonte en forma de arco en la parte inferior. Parece un buen comienzo. Aunque no estoy seguro de qué.