El 23-F

Esta conversación con Adolfo Suárez me dio que pensar cuando el 23 de febrero de 1981 irrumpió Tejero en el Congreso con su intentona golpista y empezó a hablarse del general Armada. Creo que había dos personas, al menos, que sabían que se podría producir esa situación. No conocían los detalles ni la fecha, pero estaban al tanto de los movimientos previos. Me refiero al presidente Suárez y al vicepresidente Gutiérrez Mellado. Esto se confirma en algunas informaciones que han salido últimamente. El libro de Javier Cercas Anatomía de un instante10 habla de que el golpe estaba preparado por el CESID... Y el CESID servía al Gobierno, o mejor dicho al Estado, no a un partido, y menos de la oposición. En cualquier caso siempre he pensado que en el asunto del 23-F aún hay cosas que no sabemos. Creo que todavía desconocemos el fondo de lo que sucedió entonces. A mí me parece que fue un golpe militar descabellado de Tejero, sin sentido porque ya había dimitido Adolfo Suárez, que era la principal reivindicación de los grupos castrenses en esos tiempos. No había razón para que Leopoldo Calvo-Sotelo irritase especialmente a los militares. Por tanto, la locura de Tejero debió de mezclarse con alguna otra conspiración, que intentó aprovecharse de sus actos; o bien la asonada de Tejero se cruzó con otras tramas y las arruinó.

Fuera como fuese, el asalto al Congreso de los Diputados me sorprendió en el hemiciclo. Estaba un escaño por debajo del que ocupaba Fraga. Uno de los capitanes de la Guardia Civil que estaba al mando de la tropa asaltante cometió la imprudencia de ir a ponerse a las órdenes de don Manuel y le cayó la mayor bronca que he oído en mi vida. Imagínese el lector a un Fraga todavía en muy buena forma y desencadenado. Le llamó loco, bárbaro, como a todos los demás subordinados de Tejero, y no sé cuántas cosas más.

Mi recuerdo de aquella jornada está vinculado sobre todo a la preocupación y la irritación. Era humillante, absurdo y desagradable por encima de cualquier otra consideración. Al final, gracias a un pequeño aparato de radio que tenía Fernando Abril Martorell, nos enteramos del mensaje del rey. Fue tarde, a la una de la madrugada, es verdad, pero acabó de convencernos de que aquella intentona no iba a ninguna parte.

Si arriba tenía a Fraga, a un lado estaba Blas Piñar, con quien tenía una cierta relación por aquello del roce parlamentario. Piñar salió del hemiciclo y permaneció fuera mucho rato. No sé dónde ni para qué, pero sí sé que le acompañaba su consuegro Camilo Menéndez, uno de los militares protagonistas de la asonada. A la vuelta me preguntó con mucho interés qué noticias tenía. Le expliqué la alocución del rey y su condena del golpe, lo que le dejó muy abatido.

Hubo un momento aquella tarde-noche en que tuve un acceso de indignación y quise bajar para protestar, pero me frenó mi hijo Ramón, que también estaba en el hemiciclo como diputado.

Conocida es la actitud valiente y noble de Gutiérrez Mellado y el presidente Suárez frente a los asaltantes armados. No fueron los únicos, otros también dieron muestras de dignidad. Por ejemplo, y de su caso apenas se ha hablado, Antonio Jiménez Blanco, que siendo presidente del Consejo de Estado logró entrar en el Congreso de los Diputados para correr la misma suerte que los allí encerrados. Él estaba fuera y acudió a las Cortes en aquella experiencia tremenda para sentarse al lado de Adolfo Suárez.

Al viernes siguiente, cuando tuvieron lugar las grandes manifestaciones, me sentí en la obligación de encabezar la de Palencia, pues aquella era mi circunscripción electoral. Estuve con todos los diputados y senadores de la provincia y toda la gente de allí, que como en todas partes reaccionó en su inmensa mayoría a favor de la democracia y del rey.

La España que soñé
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