Manuel Giménez Fernández
Don Manuel Giménez Fernández mantuvo toda la vida una actitud muy respetuosa con Gil-Robles, pero no fue proclive a unirse a su grupo en una convergencia de la democracia cristiana española. Siempre había sido un personaje incómodo para los conservadores de Acción Popular y la CEDA por sus inclinaciones aperturistas y sociales. La guerra le sorprendió en Sevilla, de catedrático. Allí se dedicó sobre todo a la investigación de la vida y la obra del padre Las Casas y a ejercer su magisterio e influencia sobre varias generaciones de estudiantes, entre ellos los que luego serían dirigentes del PSOE, Felipe González, Chaves, Guerra, Yáñez y demás.
Don Manuel tenía en los años cincuenta dos obsesiones. Una de ellas era la revisión de las fortunas. Casi cada vez que le oíamos hablar decía lo mismo: «Lo que hay que hacer aquí, como cuestión capital e ineludible, es revisar todas las fortunas que se han hecho durante el régimen del general Franco de una manera totalmente ilegal». La otra obsesión era la lucha contra la desigualdad social, que él veía muy de cerca en el campo andaluz. Todo ello adobado por un catolicismo muy firme, una fe inquebrantable.
En su casa andaluza recibía a todo el que quería visitarle y escuchar sus ideas y posiciones políticas. Antes de que Gil-Robles pusiera en marcha su partido en El Paular, Giménez Fernández ya había iniciado cierta actividad política en Sevilla, recogiendo a sectores jóvenes. Incluso creo que participó en París en un acto de la llamada Unión de Fuerzas Democráticas en mayo de 1960. Siempre estuvo abierto a la gente de la izquierda y del exilio. Acabó convirtiéndose en un referente. Cuando llegaban a España gentes de otros países, democristianas o no, solían visitarle.
Nunca se ocultó, ni en los años más duros. Tanto fue así que en la siempre bienhumorada ciudad de Sevilla se hacían bromas a su costa. Su actitud conspirativa o preconspirativa era conocida de todos. Cuentan que hasta los guardias municipales, cuando le veían salir de la Universidad de Sevilla, le decían: «¿Qué, don Manuel, se ha conspirado mucho hoy?». Durante esa etapa tuvo una gran relación con don Alfonso de Orleáns, general de la aviación de Franco que renunció al mando para adherirse en 1945 al Manifiesto de Lausana. Como don Alfonso fue durante un tiempo muy influyente en el círculo de don Juan, había alguna relación de Giménez Fernández con esa alternativa a Franco, pero lo cierto es que nunca mantuvo una posición monárquica militante. Era, según decía él mismo, un ferviente católico partidario de reformar la estructura social para dotarla de mayor justicia e igualdad. Y punto.
En alguna de sus visitas a Madrid estuvo en la Asociación Española de Cooperación Europea, donde como siempre mostró un exquisito respeto a Gil-Robles, su antiguo jefe. Consideración absoluta, aunque eso sí, manteniendo unas distancias que seguramente le pedían sus partidarios más jóvenes.