Siempre Europa
En los años sesenta y setenta los democristianos españoles hacíamos política sobre todo a través de las relaciones exteriores, especialmente por los contactos con nuestros afines europeos e iberoamericanos, con asistencia a los congresos de Lima, Roma, Taormina, Estrasburgo y otros. En el de Estrasburgo nació oficialmente el Equipo de la Democracia Cristiana Española, formado por distintos colectivos, todos los cuales funcionaban en semiclandestinidad, utilizando plataformas legales. Ruiz Giménez se amparaba en Cuadernos para el Diálogo, nosotros, disidentes de Gil-Robles, teníamos Discusión y Convivencia, la gente de Giménez Fernández y otros grupos disponían también de plataformas legales en las que podían realizar una cierta actividad. Todos nos movíamos, además de en la asociación, en el mundo de los círculos de estudios, las entidades culturales y los colegios profesionales, especialmente los de abogados, importantísimos en aquellos años por su enorme contribución a la tarea de difundir las ideas democráticas.
Un momento importante para la transformación española de aquellos tiempos fue el Congreso de la Abogacía de León, celebrado en 1970, donde, mediante una ponencia que llevó adelante Pablo Castellano, activísimo y muy brillante siempre, se solicitó la supresión del Tribunal de Orden Público, el célebre y temido TOP. No nos hicieron caso, por supuesto, pero el hecho de que los representantes de todos los abogados de España lo reclamaran ya fue un hito en la actividad a favor de la instauración de un sistema democrático.
Europa era un fin y también un medio. Como no había asociaciones políticas ni posibilidad de crearlas, recurríamos al europeísmo como factor aglutinante, como excusa. Las grandes ideas europeas permitían difuminar un poco, o un mucho, los mensajes democráticos que necesitábamos emitir. Envueltas en europeísmo nuestras ideas pasaban más fácilmente los controles del Ministerio de Información y la Dirección General de Seguridad, que controlaban cuantos actos organizábamos en universidades, asociaciones y colegios profesionales.
Probablemente en el Ministerio de Asuntos Exteriores se tenía una sensación distinta de la de otros organismos del régimen. En tiempos de Castiella hubo mayor sensibilidad hacia las posiciones europeístas, siquiera como válvula de escape contra la presión internacional que padecía el franquismo. El equipo de Exteriores pugnaba, en la medida de sus posibilidades y limitaciones, por crear una imagen más amable, un poco más abierta y libre del régimen, sin por ello salirse del ámbito del franquismo. Castiella fue partidario de la apertura pero nunca tuvo fuerza para imponer, al menos en parte, sus tesis en el Consejo de Ministros. Cuando cayó Castiella y se desataron las hostilidades entre el equipo del Opus Dei, es decir, Carrero y López Rodó por un lado, y la gente del Movimiento, como Solís, y Fraga y sus seguidores por otro, aumentó la confusión. A nosotros esos líos nos vinieron bien, porque la ausencia de una línea clara del régimen facilitaba cierta mayor tolerancia, quizás por puro despiste, con nuestras actividades; pero desde luego la imagen del país no resultó reforzada con todo aquello.