Juan Carlos, sucesor

Dos años más tarde, en el verano de 1969, Franco designó al fin como sucesor al príncipe Juan Carlos, y este aceptó en un solemne acto celebrado en las Cortes. Debo decir que, en mi doble condición de hombre comprometido con la oposición y profundo monárquico juanista, viví aquellos acontecimientos con tristeza. Me llevé un disgusto.

Habíamos seguido acudiendo cada mes de junio a Estoril a celebrar la onomástica de Juan III. Ese año de 1969 no fue la excepción. Se habían propagado rumores que indicaban que el equipo de la llamada «Operación Príncipe» podía hacer algún movimiento. Ese grupo lo encabezaba el duque de la Torre, y estaban preocupados por el entorno que rodeaba a don Juan. En Estoril inquietaba que la posición del príncipe estuviera influida por toda aquella educación franquista y acabara produciéndose algún enfrentamiento entre el hijo y el padre. Finalmente el movimiento que hubo fue el del propio general, y hay que decir, porque así fue, que tanto don Juan Carlos como doña Sofía mostraron una cierta lealtad a su mentor, por encima de la que evidenciaron hacia su padre y suegro.

Días antes del anuncio oficial el príncipe había estado en Estoril y no había dicho nada a su padre. Según parece y afirma don Juan Carlos, Franco no se lo había comentado. Ni una palabra. Don Juan había repetido a su hijo que contaba con él para asegurar la línea sucesoria siguiendo la más estricta legitimidad dinástica. Según el padre, su hijo siempre le aseguró que así sería, que afrontarían con una posición común la restauración de la monarquía en España. Y, sin embargo, ahora el nombrado era el hijo, y no le había dicho nada al padre. Don Juan Carlos ha contado que preguntó a Franco por qué no le había comentado sus intenciones antes de emprender viaje a Estoril, y Franco le respondió que precisamente porque no quería que su padre lo supiera antes de que fuera un hecho consumado. Según parece, Franco aseguró al príncipe que no deseaba innecesarias tensiones en la relación paterno-filial.

Don Juan quedó traumatizado. Pensó que su hijo le había ocultado los planes de Franco y su propia decisión de plegarse a ellos. Se hizo a la mar el día que su hijo era proclamado, y siguió el acto de las Cortes desde un puerto no muy alejado de Estoril.

En aquella época yo continuaba en el Consejo Privado. Don Juan nos había convocado a reunión un poco antes, sin saber que iba a ocurrir lo que ocurrió. Aquel fue el último consejo que celebramos. No hubo más. Finalmente la monarquía no se restauraba, se instauraba. A nuestros ojos, y a los del régimen, se trataba de la monarquía del 18 de julio. Juan III pasó mucho tiempo conmocionado. Son conocidas sus tensiones con el hijo y el papel conciliador que desempeñó doña María de las Mercedes en los meses y años que siguieron.

¿Qué razones tuvo el príncipe para plegarse a la voluntad del dictador? Desde luego podía aducir su conocimiento de la realidad española, de los diversos sectores de la sociedad, incluida la sociedad civil. Vivía en España, conocía el ejército, trataba a los políticos de entonces, iba a la universidad, se relacionaba con empresarios y profesionales. Su padre, por el contrario, como consecuencia de su exilio, no estaba en condiciones de valorar todas las circunstancias. Por todo ello don Juan Carlos podía saber que el nombramiento de su padre no habría sido mayoritariamente aceptado y sí habría causado, como mínimo, una cierta reacción en contra.

Yo creo que Franco ya se había inclinado por la candidatura del príncipe en 1945, cuando conoció el Manifiesto de Lausana. A los ojos del general aquel manifiesto selló, para mal, el destino de don Juan como pretendiente al trono. Para nosotros la decisión era problemática. Había que ver cómo se producía el traspaso, pero en principio se trataba de la continuidad del régimen, y lo que queríamos no era eso, sino una monarquía parlamentaria, una democracia europea plena. Los monárquicos juanistas respetábamos al príncipe y procurábamos que estuviera rodeado de ese respeto, para que no padeciera demostraciones hostiles, como al final ocurrió. En pequeña escala, a modo de incidentes aislados, pero ocurrió. Pero más allá de ese respeto nos asaltaban las dudas.

La España que soñé
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