La Asociación Española de Cooperación Europea
Pero vuelvo a los tiempos de juventud. Ya no era un estudiante, ya había iniciado mi vida laboral en la universidad y en el ejercicio de la abogacía. En 1951 contraje matrimonio con María Luisa García Pamplona y me independicé. De esta mi primera unión nacieron mis cinco hijos, todos a lo largo de los años cincuenta, tan intensos para mí. María José vino al mundo en 1952, los gemelos María Luisa y Fernando en 1953, Ramón en 1955 y Mercedes en diciembre de 1956.
Al terminar la carrera hube de plantearme lo que iba a hacer. Mi padre, como juez vocacional, quiso que yo siguiera su carrera, cosa que había hecho mi hermano José María, el mayor, que sacó las oposiciones y ejercía como juez. La verdad es que yo, que sí tenía vocación por el Derecho, no sentía ninguna por la judicatura. Mi padre encargó que me diera clases un hombre muy curioso, Adolfo de Miguel y García-López, que luego sería un magistrado del Supremo bastante conflictivo. Un señor singular, don Adolfo, muy bajito y tan peleón que era cinturón negro de judo. Mantuve con él una excelente relación, pero el pronto se dio cuenta de que lo de la judicatura no era lo mío y así se lo acabó diciendo a mi padre. De modo que empecé a trabajar de abogado libre, colegiándome en Madrid en 1951, y también me dediqué a la enseñanza, de profesor ayudante en la Facultad de Derecho como anteriormente he detallado.
Además trabajaba en un organismo muy especial que había entonces para el control del transporte. Éramos tres o cuatro abogados, en los edificios adjuntos a la Presidencia del Gobierno de Castellana 3, y fue una buena experiencia. Allí discutíamos con frecuencia, porque cada uno de los abogados pensábamos de una manera distinta, sin llevarnos mal. Me quedé hasta que hice oposiciones para técnico administrativo de la Diputación Provincial de Madrid. A partir de ese momento, por las mañanas trabajaba en la Diputación y por las tardes en el despacho privado, donde llevaba diversos asuntos, a propósito de uno de los cuales tomé contacto con unos empresarios que tenían relación con la zona de La Valdavia, mi comarca palentina. Buscaban un abogado y me encargué de representarlos.
En lo político yo pensaba que la monarquía podía ser una buena salida y que don Juan era una figura que representaba la posibilidad de reconciliación futura; pero eso solo no me llenaba, necesitaba algo que me comprometiera más en la actividad política. No pude superar esa insatisfacción hasta el año 1954, cuando gracias a Martín Artajo, que entonces estaba de ministro, se nos autorizó a un grupo de propagandistas católicos a crear la Asociación Española de Cooperación Europea. Su objetivo fundacional era el estudio de un fenómeno que nos llegaba con cierta sordina, pero nos llegaba: el movimiento de búsqueda de una Europa pacífica y democrática que se estaba poniendo en marcha en la posguerra.
Año y pico después elegimos como presidente de la asociación a Francisco de Luis, que había sido director de El Debate antes de la guerra y en aquel momento, 1955-1956, dirigía un consorcio de periódicos. Era un hombre de mentalidad abierta y democrática, enfrentado a la posición oficial de la Editorial Católica, sostenida por el grupo de Martín Artajo, y cuyo órgano de expresión era el diario Ya. Nos parecía que De Luis podía encauzar nuestro pequeño movimiento, nuestras inquietudes. Esas inquietudes nos llevaron incluso a tomar contacto con viejos hombres de la Santa Casa, la Asociación de Propagandistas, que habían estado en la línea de Gil-Robles y que no apoyaron decididamente el régimen del general Franco. Así fue como conocimos a una serie de personas como Antonio Melchor de las Heras, abogado del Estado y hombre muy valioso, Geminiano Carrascal, que había sido secretario del grupo parlamentario de la CEDA, Jesús Aizpún, José Rodríguez Soler...
Solíamos tener en aquellos años lo que llamábamos las tertulias de los sábados, de las que habló Javier Tusell en su libro sobre la oposición3. Eran reuniones en los domicilios de estas personas ya con experiencia y situadas en la vida, en las que nos hablaban de diversos proyectos y en las que se discutía de política y fundamentalmente de la posibilidad de una transformación del régimen hacia la democracia al final de la vida del general Franco. Estas tertulias, «cafés» las llamaron, tuvieron la virtud de movilizar a una serie de personas, sobre todo jóvenes universitarios, aunque había representantes de varias generaciones. Fueron muy positivas para los que estuvimos en ellas porque nos permitieron conocer la experiencia de la CEDA en la República y las vicisitudes y evolución de los hombres que no quisieron entrar con Martín Artajo en el nacionalcatolicismo ni en la colaboración con el general Franco. Martin Artajo había convocado a bastantes de sus compañeros y estos de los que hablo se resistieron a seguirlo. Primero quedaron en una actitud digamos neutral y después adoptaron una postura más activa, intentando crear alternativas y dar impulso a una nueva generación con inquietudes.
Francisco de Luis, con haber sido importante en otros momentos, cuando dirigía El Debate y después, realizó su principal contribución, creo yo, al frente de nuestra Asociación Española de Cooperación Europea, que consolidó, abrió y hasta apuntaló consiguiendo la presencia de representantes de los poderes fácticos. Logró que allí hablaran el general Manuel Díez Alegría, el general Fernando Soteras, juristas, grandes banqueros, gente de mucho poder que disertaba y discutía en la asociación sobre la relación de España con Europa. De esa manera también se consiguieron aportaciones económicas que permitieron a la asociación seguir adelante con una cierta independencia durante mucho tiempo. Del Estado no recibíamos ninguna ayuda, sino más bien zancadillas, trabas y sobre todo advertencias en las que se nos decía que nos estábamos apartando del camino correcto. Solían proceder del Ministerio de Asuntos Exteriores, incluso cuando su titular era Fernando María Castiella, al que no cabe calificar de fanático totalitario, sino más bien de hombre aperturista que solicitó en su momento el ingreso de España en la Comunidad Económica Europea y por esta época representaba una línea, digamos, liberal dentro del régimen de Franco.
Castiella no era el único que nos presionaba, también otros, por ejemplo Gonzalo Fernández de la Mora, que había dejado de tener una concepción orteguiana de la sociedad española, se había vuelto crítico con don Juan y jugaba la carta de don Juan Carlos, que en ese momento era la del general Franco. O quizás sea mejor decir que jugaba sus propias bazas. Con Vegas Latapié y otros viejos representantes de Acción Española, Gonzalo, que al llegar al ministerio ya no creía en la democracia, se inclinó por una monarquía autoritaria. Estas gentes pensaban que la democracia como sistema había fracasado en el mundo, que los partidos políticos no iban a solucionar nada y que la mejor opción era la denominada democracia orgánica.
A fin de cuentas, era la misma tesis que mantuvo Manuel Fraga durante mucho tiempo. Don Manuel pensaba que en España no teníamos por qué llegar tan lejos en materia de derechos y libertades como se había hecho en Europa Occidental.